El gran reto climático y ambiental

Manoel Barbeitos
Economista

El año que nos viene de dejar (2024), el tercero más cálido de la serie histórica en España según AEMET, puso en evidencia con mayor claridad que nunca que el cambio climático no solo es ya una realidad sino que va adquiriendo cada vez mayor virulencia e intensidad con accidentes más frecuentes como demostró recientemente la DANA en Valencia. Un fenómeno también llamado “gota fría” que amenaza con repetirse y probablemente con mayores impactos pero que, junto a otros fenómenos parecidos que tuvieron lugar en ese año 2004, son un aviso de la urgencia en tomarse muy en serio este problema si no queremos desaparecer como especie. ¡Porque, sí, corremos ese riesgo!

 

Conforme con esta visión, en los últimos días de diciembre el Secretario general de la ONU, Antonio Guterres, hacía un llamamiento dramático a la comunidad internacional pidiendo la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero que en este año recién finalizado tuvieron un incremento extraordinario con 31 récords de días cálidos y 0 de días fríos.

 

Frente a este reto de la humanidad que tiene uno de sus orígenes en el creciente e intenso consumo de energía que procede de fuentes fósiles no renovables (carbón, petróleo, gas natural, fracking), tal que supone alrededor del 70% del consumo global, resulta necesario subrayar que la solución no es el simple relevo de estas fuentes no renovables y fuertemente contaminadoras por otras renovables, también llamadas eufemísticamente energías limpias,  (eólica, hidráulica, solar, geotérmica). 

 

La solución a la actual crisis climática no pasa por la construcción sin límites de infraestructuras para la producción de la llamada “energía verde” (GREEN NEW DEAL), lo que nos liberaría de la preocupación por la crisis ecológica. No es una solución por dos razones fundamentales, la primera porque, dado el actual ritmo de crecimiento de la demanda mundial de energía, no es posible el relevo de las energías de origen fósil por las llamadas verdes a una velocidad tal que frene el crecimiento del calentamiento global y menos en los límites que está fijado (por debajo de 1,5/2 grados). La segunda, porque las infraestructuras necesarias para producir las energías limpias no son ellas mismas limpias. La construcción de esas infraestructuras requiere tal extracción de metales y de las llamadas tierras raras que por sí mismas suponen, ya lo están haciendo, un enorme desastre ecológico como podemos ver en muchos estados de Latinoamérica, África y Asia

 

En relación a la primera de las razones subrayar que en las últimas décadas el consumo de energía creció a un 1,5% de promedio anual alcanzando en el año 2023 un récord absoluto con un aumento del 2% respecto al año anterior. Las evidencias empíricas demuestran que a pesar de haber vivido un año de extraordinario crecimiento de las energías renovables el consumo de combustibles fósiles y las emisiones alcanzaron nuevos máximos. Toda nueva energía renovable introducida en el mercado (un 20% de incremento medio anual en el 2022) solo satisfizo una pequeña parte de la nueva demanda (si en el año 2010 el 20% del consumo bruto final de energía a nivel mundial correspondió a fuentes de energía renovable, en el 2022 supuso un 28%, a este ritmo en el 2030 solo cubrirán el 49%).

 

Por otra parte hay que dejar muy claras las implicaciones de la llamada transición verde y lo que implica, por caso, a nivel de extracciones. No se discute la necesidad de hacer cuantiosas inversiones en la construcción de infraestructuras para la producción de energías limpias o verdes. Tampoco es discutible que en las últimas décadas se incrementó extraordinariamente la producción de energía renovable. Pero lo que sí son discutibles son los costes sociales y ecológicos de esta transición a las energías renovables por su requerimiento de metales y tierras raras: cobre, acero, zinc, aluminio, hierro, neodimio, plata, indio, litio, etc. Todos los informes científicos avisan de que el relevo de energías de origen fósil por energías limpias va a exigir un incremento brutal de la actividad minera lo que vendrá a agravar “la crisis ya existente provocada por la sobreextración. La minería ya se convirtió en una de las principales causantes de la deforestación, de la destrucción de los ecosistemas y la pérdida de diversidad en el mundo” (JASON HICKEL: “Menos -=+es más. Cómo el decrecimiento salvará el mundo”). La dinámica extractiva -que se centra en el Sur global- de seguir el ritmo de crecimiento actual con toda probabilidad provocará en medio plazo tanta destrucción ecológica y medioambiental como lo están haciendo los combustibles fósiles. Estas evidencias nos deberían enseñar que la transición a las energías limpias de ninguna forma va a frenar por sí sola los desastres ecológicos sino a sustituir unos por otros. “De poco nos sirve huir del fuego de la catástrofe climática si caemos en las brasas del colapso ecológico” (J.H.).

 

En definitiva, lo que aquí se defiende es que el llamado crecimiento verde por sí solo no vendrá a solucionar los problemas ecológicos que tiene actualmente el planeta si, paralelamente, no reducimos el actual ritmo de crecimiento en el consumo de energía. Una reducción que es posible si abandonamos el actual modelo de crecimiento y lo sustituimos por otro más sostenible. Algo que, digan lo que digan los profetas del catastrofismo, sí es posible.


 

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