Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020).
En Twitter: @Roisinho21
El mastodóntico Smaug descansa felizmente en el interior de la montaña sobre todos los tesoros que en su despiadado ataque arrebató a los enanos, desterrados y escupidos a la adusta Tierra Media. El más grande de los dragones de la Tercera Edad del Sol, cuya piel ninguna espada podía perforar y con un aliento flamígero capaz de derretir el acero, dormitaba sobre una insoslayable pila de monedas de oro, joyas, piedras preciosas y lingotes, una riqueza acumulada durante eones que Smaug, 'El acaudalado invalorable', custodiaba día y noche con fiereza. Sin embargo, el dragón conocido por el sobrenombre de 'La más importante de las calamidades', tendría hoy un patrimonio estimado, según Forbes, de 54.000 millones de dólares. Ni siquiera la mente de Tolkien, el autor con la imaginación más poderosa de toda la literatura universal, fue capaz de concebir que alguien pudiese tener una opulencia mayor que la de Smaug, que, en 2025, ocuparía el puesto 27 entre las mayores fortunas del planeta en el ranking de la revista, por debajo de Jeff Yass y unos pocos miles por delante de Zhong Shanshan, pero muy lejos de Elon Musk e, incluso, de Amancio Ortega.
El supermagnate sudafricano, mano derecha de Donald Trump, es hoy el rico más rico entre los ricos. El dueño de Tesla amasa un pecunio de 342.000 millones de dólares, un 75% de capital más que hace un año. Bernard Arnault, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos o Warren Buffet se tienen que conformar con figurar en el TOP-5, aunque ninguno por debajo de los 150.000 millones. Para hacernos una idea de la dimensión que esto supone, hay que tener en cuenta que una hilera de mil millones de billetes de un dólar daría cuatro veces la vuelta al mundo y nos llevaría 32 años recogerlos uno a uno dedicando un segundo con cada uno, tal y como enseñó un ilustrativo vídeo del tío Gilito, que de dinero algo sabía -personaje animado que, por cierto, ocuparía según Forbes el puesto 24 entre los seres vivos más ricos, volando el pato tres escalones por encima del dragón-.
De la lista de Forbes podemos inferir muchas cosas, como que no hay una mujer hasta el piso 15 o que el TOP-10 está copado por hombres caucásicos con una media de edad de 66 años -que precipita los insultantes 40 años de Zuckerberg-. Sin embargo, la lectura más acertada es que resulta indecente ver como tan pocos tienen tantísimo, con una influencia tal que nos hace tenerlos hasta en la sopa.
El loco de Musk pretende convertirse en una especie de Tony Stark con sus juguetes tecnológicos, pero se queda en una versión cutre de Bruce Wayne más fascista si cabe, considerando al Batman de los cómics un violento arquetipo del perfecto defensor de un estado policial. Se queda corto el cruzado de la capa comparado con este villano de tebeo amante de los cohetes y capaz de comprar una red social para transformarla en un boletín propagandístico de la ultraderecha. La triste realidad es que si mañana Musk se despertase con el dinero de Smaug debajo del colchón, se colgaría de un pino pensando que es un pobre como tú y como yo -o como yo al menos, y tú, por estadística, también-.
El hecho de que la cuenta bancaria de Musk sea mayor que el PIB de Portugal el año pasado no debería ser digno de admiración, sino despertar, si es posible, más repulsión sobre esa clase de milmillonarios, un selecto club compuesto por algo más de 3.000 miembros capaces de aglutinar más patrimonio que todas las naciones del mundo salvo China y Estados Unidos en un planeta donde hay unos 8.000 millones de individuos. Es una porción de tarta muy grande para un grupito minúsculo encargado de repartir las migajas entre los demás. Los que más tienen cada vez tienen más, mientras el resto seguimos condenados a verlos como seres mitológicos que descansan sobre una colosal cumbre hecha de billetes. En el mundo de fantasía de Tolkien, ni su inmensa herencia salvó a Smaug de un final atroz. Me pregunto, mientras echo un nuevo vistazo a la lista de Forbes, si odiar a los ricos no resulta una obligación y si no será hora de despertar al dragón y asaltar la montaña para repartirnos el botín, antes de que ese dinero se use para contratar a la mitad del mundo para acabar con la otra mitad.
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