Me niego a identificar a Madrid con figuras políticas tales como la señora Ayuso como, por caso, me pasa con Catalunya y el señor Puigdemont u Ourense y el señor Jácome. Será porque, puestos a escoger, prefiero identificar Madrid con la maravillosa Almudena Grandes, Catalunya con el grande Joan Manoel Serrat y Ourense con el entrañable Carlos Casares. Por tales razones, también me niego a identificar la política con el esperpento y me desagradan los políticos y políticas que así actúan.
La pasada semana asistimos al enésimo esperpento político por parte de la señora Ayuso (PP). La justificación sería el Plan de choque de ahorro y gestión energética aprobado en Consejo de Ministros. Un Plan "para reducir el consumo de energía en edificios administrativos, recintos públicos y comercios y facilitar el cumplimiento de los compromisos europeos derivados del conflicto de Ucrania". Un plan que, por otra parte, coincide bastante en sus objetivos con el que unos días antes había reclamado el señor Núñez Feijóo, actual presidente del Partido Popular (PP), al pedirle al gobierno español la puesta en marcha de un "plan de ahorro energético".
¿A qué responde entonces la reacción contraria de la señora Ayuso ("Madrid no se apaga") amenazando con recurrir el decreto delante del Tribunal Constitucional? Fundamentalmente a tres razones. La primera, la de mantener su confrontación permanente con el gobierno central que, entre otros supuestos beneficios, le supone copar las portadas de los medios subvencionados -que son mayoría-. La segunda, hacerle ver a los militantes y dirigentes de su partido (PP) que sigue siendo la mejor opción partidista para optar a la Presidencia del gobierno español -la señora Ayuso aún no parece haber aceptado que el partido eligiese al señor Feijóo y aprovecha cualquier ocasión para echarle un pulso a la actual dirección-. Finalmente, no hay que rechazar la idea de que con esta esperpéntica estrategia esté buscando desviar la atención de los madrileños y madrileñas sobre el auténtico desastre que supone su gestión, especialmente en materia de servicios públicos -sanidad, enseñanza, mayores, vivienda...-.
Porque esta es una estrategia que ven de lejos. Así, cuando el Gobierno español de turno (PSOE/PP), de nuevo alineado con la mayoría de los gobiernos de la Unión Europeo y también de la comunidad científica, para hacer frente a la situación de emergencia sanitaria provocada por el impacto de la pandemia de la COVID-19 y evitar dentro de lo posible su expansión, aprobó (14 de marzo de 2020) una serie de medidas de restricción de la movilidad y la actividad -como, por caso, la declaración del estado de alarma en todo el territorio español- la señora Ayuso y su gobierno autonómico se opusieron la tal estrategia declarando que "Madrid no se cierra". Una oposición que no parecía tomar en consideración los riesgos para la salud y la vida de los madrileños, y para la expansión de la pandemia, iba a suponer tal esperpéntica decisión: a día de hoy Madrid es la segunda comunidad autónoma con mayor número de fallecidos por la pandemia y la quinta con mayor tasa.
Este tipo de estrategias no solo son un esperpento político, sino que también son muy peligrosas para la democracia. Como podemos ver en occidente (Estados Unidos, Francia, Italia, Gran Bretaña, Alemania, España...) tales conductas políticas son el caldo que alimenta a los totalitarismos y los fascismos que, hoy en día, amenazan gravemente los sistemas democráticos y la convivencia pacífica. Por tales razones no deberían ser adoptadas por ningún político que se considere demócrata y mucho menos avaladas por la dirección de un partido (PP) que es el líder de la oposición y que, como tal, aspira a gobernar.
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