Ourensano nacido en Vilagarcía (1978). Coordinador de Galiciapress desde 2018. Licenciado en Periodismo por la USC (2000) , Diploma de Estudios Avanzados en Comercio Electrónico por la UDC (2002) y Máster en Publicación Electrónica por la City University London (2004). Ex-miembro de las directivas del Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia y del Sindicato de Xornalistas de Galicia.
Los “héroes” que acuden armados con escobas y fregonas a limpiar Valencia deberían preguntarse qué y quién les empuja a sustituir al Estado
La etiqueta #soloelpueblosalvaalpueblo se está haciendo viral al rebufo de los miles de voluntarios que están limpiando las zonas arrasadas por la DANA en Valencia. Los medios, miopes y hambrientos de tráfico, nos contagiamos en seguida. Por ejemplo "Solo el pueblo salva al pueblo": el lema de rabia y resiliencia que se extiende en las zonas arrasadas de Valencia”, titula la BBC.
Es evidente que hay rabia, nacida de un legítimo sentimiento de abandono de los perjudicados respecto a las administraciones, el Estado en su conjunto, no solo Moncloa. La frustración que empezó a calentarse tras el fiasco de los avisos de alarma, ha terminado hirviendo al ver que, cuatro días después, el poder público sigue siendo incapaz de movilizar los recursos necesarios.
Se acumulan los testimonios: bomberos forestales valencianos a los que no han llamado, la logística del Ejército racionada en tandas por peleas políticas, unidades de antidisturbios destinadas a proteger centros comerciales cuando hay miles de personas todavía desaparecidas, etc. Podemos apilar los errores de gestión de esta crisis en torres tan altas como las que aún forman los coches arrastrados por las riadas.
Ahora bien, no seamos ingenuos. #soloelpueblosalvaalpueblo no es un slogan inocente. Haríamos bien en examinar sus raíces filosóficas y ver a qué ha conducido su aplicación práctica en la historia.
En el pasado, la idea de que el poder ha abandonado al pueblo por lo que es necesaria su refundación en coordinadas más populares ha sido promovida con éxito por ideologías autoritarias, tanto de izquierda como de derechas. Hoy vuelven a enarbolar esta idea sus herederos ideológicos. Tanto las juventudes de Vox -Revuelta- como los Biris andan recogiendo vituallas. Labor, por otra parte, muy loable y que está llevando a cabo muchos otros sectores sociales.
No todo son noticias negativas. El hecho de que grupos opuestos se dediquen a lo mismo confirma la tesis de que para el éxito de las sociedades humanas la solidaridad es tan importante como la competición. Una de las primeras obras en explicar esta idea fue Apoyo mutuo: un factor en la evolución de Piotr Kropotkin, ideólogo del anarquismo libertario.
La solidaridad grupal confiere una ventaja mayor a clase dirigente, cuya labor es coordinar el altruismo y nunca limpiar lodo con una escoba o volver a una trinchera a rescatar a un herido
Kropotkin no era vecino de Narnia. Nos explicó que la solidaridad entre las personas no nace de una bondad interior innata mancillada por una manzana de la que nos habla el cristianismo. No, no somos seres de luz. El altruismo, aunque puede perjudicar a un individuo en particular, beneficia al grupo, como comprobó el propio autor en sus expediciones árticas, y a menudo también al individuo que se sacrifica. Es decir, ayudamos a nuestros compañeros de grupo por egoísmo.
Así se explica esta aparente contradicción: si ayudamos al necesitado de nuestro grupo, es mucho más probable que cuando nosotros necesitemos ayuda, alguien nos eche una mano.
Este sentimiento de amor grupal innato, a menudo limitado a nuestro entorno más cercano, se exacerba y expande ante las dificultades, ya sea durante una ventisca ártica, una gota fría o, como comprobamos en Galicia, la llegada de miles de toneladas de chapapote.
La solidaridad grupal, como todas las emociones innatas, es muy poderosa. Como otros sentimientos similares, por ejemplo el miedo, se puede explotar para modificar la conducta. Por ejemplo, todos los ejércitos inculcan en sus soldados la mentalidad de “No man left behind”, no dejamos a nadie atrás.
La jerarquía garantiza así que el conjunto del batallón se mantendrá siempre unido, aunque algunos soldados mueran intentando rescatar a un compañero. Lo importante no son esas bajas, lo importante es que los soldados se ayudarán unos a otros siempre, se comportarán hasta el final como una unidad. A los individuos, esto les proporcionará más posibilidades de sobrevivir y al grupo, más posibilidades de completar su misión.
Es decir, la solidaridad grupal confiere al grupo, y a menudo al individuo, una ventaja evolutiva. Ventaja que aún es mayor para la clase dirigente, cuya labor es coordinar el altruismo y nunca limpiar lodo con una escoba o volver a una trinchera a salvar a un compañero herido.
Los “héroes” que acuden armados con escobas y fregonas a limpiar Valencia aplaudidos desde la portada del Marca no están poniendo sus vidas en peligro. Con todo, deberían preguntarse qué y quién les empuja, en una situación así, a ser ellos los que sustituyan al Estado.
El punto 1 del contrato social, que nos explicó Rousseau, es que cedemos libertad al Estado a cambio de su protección. Si, cuando hay peligro, el Estado nos abandona, si solo el pueblo salva al pueblo, ¿no deberíamos reconstruir el Estado que se parezca más al pueblo? “Cuando todas las administraciones del Estado han fallado, aparece la Nación”, nos recetó este fin de semana Santiago Abascal, líder de Vox.
La idea de esa comunión entre Estado y pueblo ha sido llevada a la práctica en el pasado. Por ejemplo, en España en las décadas inmediatamente posteriores a 1939 y en Rusia tras octubre de 1917. Los resultados quedaron a la vista de todos.
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