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Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Catalina Tomás Coll Lluch -desde hoy 'Cata de España'-, Elene Lete Para, María Isabel Rodríguez Rivero, Enith Salon Marcuello, Ivana Andrés Sanz, Ona Batlle Pascual, Olga Carmona García -¡Carmona de mi vida!-, Laia Codina Panedas, Jana Fernández Velasco, Rocío Gálvez Luna, Sheila García Gómez, Oihane Hernández Zurbano, Irene Paredes Hernández, Teresa Abelleira Dueñas -a nosa Tere-, Fiamma Benítez Iannuzzi, Aitana Bonmatí Conca -Balón de Oro del Mundial, poca broma-, Irene Guerrero Sanmartín, Jennifer Hermoso Fuentes, Maite Oroz Areta, María Pérez Rabaza, Alexia Putellas Segura -dos veces Balón de Oro, leyenda nacional-, Claudia Zornoza Sánchez, María Francisca Caldentey Oliver, Marta Cardona Miguel, Athenea del Castillo Beivide, María Inmaculada Gabarro Romero, Esther González Rodríguez, Eva María Navarro García, Salma Celeste Paralluelo Ayingono -puf, nada, otro rollo- y Alba María Redondo Ferrer. Y Patri Guijarro, Mapi León, Sandra Paños, Claudia Pina, Lola Gallardo, Ainhoa Moraza, Nerea Eizaguirre, Amaiur Sarriegi, Lucía García, Leila Ouahabi, Laia Aleixandri y Andrea Pereira, parte de 'Las 15' -con Mariona, Ona y Aitana- que también allanaron el camino. Estos son los nombres que tendremos que recordar desde ahora y para siempre, porque son las inmortales del fútbol nacional. 

 

Ni Luis Rubiales -que haría bien en dimitir después de besar a Hermoso sin su permiso-, ni Javier Tebas, ni José Manuel Franco antes, ni Víctor Francos ahora, ni Laporta o Florentino, ni siquiera Jorge Vilda. Esto le pertenece a ellas. Son sus nombres los que tienen que ser recordados en los libros de historia. Las de las seleccionadas para el Mundial, las de las preseleccionadas y las que no asistieron, no por su calidad, sino por sus convicciones, porque sabían que para que en el pecho de la camiseta nacional alumbrase una estrella algún día tenían que plantarse, amotinarse, sacrificarse y, si fuese necesario, sucumbir y ser mártires de un proceso revolucionario que ha cristalizado con un entorchado mundial.

 

Son ellas las que están, pero también son las que estuvieron. Son Vero Boquete. O Silvia Meseguer. O Mari Paz Vilas. O Marta Torrejón. O Viky Losada. O Laura del Río. O Virginia Torrecilla. Y así hasta llegar a la pionera Irene González. Todas las que un día vieron un balón y se preguntaron '¿Por qué no?'. Todas a las que los niños no dejaban jugar en el patio del recreo, a las que en casa no permitían jugar por el "que dirán" o "ese no es un deporte para señoritas, a las que llamaban "marimacho" en el campo o desde la grada en categorías inferiores, a las que obligaron a elegir entre su pasión o estudiar porque "el fútbol no te va a dar de comer, niña", a las que forzaban a escoger entre formar una familia o el fútbol porque solo ellas tienen que enfrentar esa dicotomía. A las que se quedaron en el camino; a las que lo intentaron; a las que vendrán. 

 

Esta es una selección joven. Una selección que nos dará muchas alegrías y por muchos años. Una selección que merece cambios, que tiene que ser escuchada, que debe mejorar y seguir mejorando desde la base, desde la voz del vestuario, desde el ejemplo que estas mujeres han demostrado al mundo entero, abanderando un movimiento basado en el "sí se puede, claro que se puede", en soñar a lo grande y no ponerse nunca límites. Pibardas que tiraron sin el apoyo mediático, con las portadas de los periódicos nacionales previas a la final del Mundial con el rostro de un hombre y no de las protagonistas, sus caras, las que nos emocionaron con cada gol, con cada parada, con cada lágrima que derramaron en el pitido final. 

 

"Nunca pensé que me levantaría para ver un partido de fútbol femenino", confesaba el otro día un señoro en petit comité. Los 13 minutos finales, los del taquicárdico añadido, los viví desde el coche, conduciendo y con la radio encendida, y no se imaginan lo que es mirar a uno y otro lado de la carretera y ver bares llenos, con gente de pie desde la puerta, mirando la pantalla sin despegar la vista del televisor, impacientes porque la americana pistase el dichoso final. Y, entonces, la explosión. Besos, abrazos, una sonrisa a mi madre que me reprendió por dar siete bocinazos mientras gritaba "¡Españitaaa!" por la ventanilla. Y en el palco de Sidney la reina Letizia con la infanta Sofía, mientras en algún lugar de Zaragoza está la princesa haciendo el servicio militar. "Cuando España ganó el Mundial yo estaba haciendo la mili", contará algún día la futura jefa de Estado. Costumbrismo en su esencia más pura. 

 

Esto lo han conseguido ellas. Ellas, solo ellas y siempre ellas. Esta es su herencia, que queda para siempre en forma de estrella encima del escudo. Su legado es que el fútbol femenino sea tema de conversación, que las niñas quieran apuntarse a fútbol en septiembre, que las empresas apuesten por patrocinar equipos femeninos, que Salma sea mañana el rostro de los anuncios de natillas, que en las camisetas ponga J. Hermoso en el dorsal, que todos soñemos con ser Cata Coll de mayores. Dicen las Ninyas del Corro en su tema 'Bulgaria': "Abajo el patriarcado / las niñas en lo alto. / No somos el hip-hop femenino. / Somos el hip-hop y punto". Estas son las inmortales de España. No son la Selección Femenina de Fútbol. Son la Selección de Fútbol. Y punto. ¡Ellas, las campeonas, JODER!

 

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