La historia, en nuestro país, siempre se repite, pero, por desgracia para martirio de sus habitantes. Parece como si hubiéramos pisado mierda, y perdónenme la palabreja y no pudiéramos evitarlo.
Pasó en las primeras elecciones democráticas y ha vuelto a pasar cuando menos hace falta, o sea: ahora mismo, también cuando aún no hemos comenzado a vacunarnos masivamente y seguimos enterrando los muertos que el coronavirus nos deja en nuestras residencias, en los hospitales y hasta en nuestras casas. Nada parece detener a otro enemigo mucho más peligroso: la ambición política, que no atiende más que a la “sinrazón” de estado y a la falta de ética, uno de los principios básicos de la condición humana.
El 15 de junio de 1977 la España de la Transición fue a votar por primera vez a las urnas parlamentarias eligiendo a Adolfo Suarez como Presidente del Gobierno. Su carisma personal le llevó a obtener 163 escaños, pero no la mayoría absoluta, mientras que a su derecha la Alianza Popular de Manuel Fraga y sus siete magníficos de la forgiana “Afananza Pandillar” se quedaba atascada en 16 escasos diputados que, a la sazón, dejaban al Antiguo régimen en el más espantoso de los ridículos.
Lo que sucedió después es de todos conocidos. A Suarez lo sacaron del poder a improperios sus propios diputados. A la familia democristiana le correspondió el triste papel de ser el aglutinador de disidencia que le llevó a dimisión. Y también ayudó decisivamente a un golpe de estado de la ultraderecha que, acompañada por poderes fácticos y económicos todavía ocultos, casi tumba a la joven democracia española que apenas pudo recuperarse de tan tremendo batacazo. Así, dejaron listo para su despedida y cierre al primer gran partido de centro que ha existido en nuestro país. En aquel momento Alianza Popular, por primera vez se comió a los diputados centristas. Y claro, como justa recompensa los electores españoles -- aprendan de ello los actuales políticos -- borraron también del mapa a la incipiente Democracia española traidora Suarez.
Y la historia continuó con los 14 años de gobiernos Socialistas presididos por Felipe González. En la sexta legislatura llega al Poder Jose Maria Aznar, otro de los hijos políticos de Fraga, quien culmina la desafección forzada de los últimos centristas y accede al poder dejando al león gallego a sus espaldas para que termine su larguísima carrera política en esa su Galicia natal, donde sí consigue por fin ganar por mayoría absoluta la Presidencia de la Xunta. Eliminó de paso a los incipientes partidos autonomistas gallegos tipo Coalición Galega y PNG que desaparecen del hemiciclo arrastrados por el ciclón de Vilalba que enterró, de una sola tacada, el incipiente nacionalismo moderado gallego.
Asi que hoy, contemplando las acciones del PP de Casado y el lanza huesos Egea -- campeón, gran campeón -- en Murcia y Madrid es como si volviéramos al pasado no tan lejano en el que los Alzaga, Cisneros o Rodríguez de Miñón cumplieron con su papel destructor de las filas ucedistas. Como ahora, otros de menor valía política e intelectual han hecho contra Ciudadanos, dejando al partido del traidor Ribera temblando ante lo que se les viene encima sobre todo en las elecciones de Madrid.
‘Lo han vuelto a hacer’, cabría decir resumiendo lo que está pasando con la lucha por el poder en la España, en la que ya definitivamente haya que entonar el mea culpa de todos los electores, por saber crear pero no conservar un partido bisagra de centro. Como bien indica en su último libro nuestro colega Zarzalejos, tuvo su oportunidad estabilizadora recientemente, pero se perdió por la soberbia de un incompetente llamado Albert Ribera quien también ha traicionado a sus electores para defender los intereses del bufete próximo al PP en el que se gana muy bien la vida, mientras le sobreviene una nueva oportunidad de subirse al Poder con mayúsculas.
Pobre España, ¡que mala sangre tienen algunos de tus políticos! Por cierto, Señora Ayuso, España no tiene que agradecerle nada porque Pablo Iglesias abandone la Moncloa, especialmente por estas elecciones son el preámbulo de lucha por el poder entre azules y rojos. Eso es una desgracia y muchos de nosotros ya sabemos cómo acaban estas cosas.
Ojalá, aunque sea con un grupo minoritario, los centristas ciudadanos consigan mantener una parcela de poder, porque eso indicaría que todavía hay esperanza de que salvemos la moderación política y la eficacia que un partido bisagra nos puede ofrecer. Aprendiendo de sus errores, el partido de Arrimadas todavía puede aspirar a moderar ese talante rupturista y por ende destructivo que tanto le gusta a la derecha histórica y a los populismos de izquierdas. Palabra de periodista.
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