En estas fechas, en las que quedan muy pocos días para que termine el año, es hora de hacer balance: el presidente del Gobierno de España, los presidentes autonómicos y algunos alcaldes de las grandes ciudades. Casi todos tienen un denominador común: explicar lo bien que lo han hecho en estos 12 meses. La autocrítica no tiene cabida en los folios que leen para no olvidarse de nada. Es la hora de repasar los logros, pero nada de las promesas incumplidas ni de los errores cometidos. Sería bueno que entraran también en ese capítulo; los haría más creíbles.
El primero en aparecer ante los medios fue Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España. Explicó su gestión en este año: habló de la buena marcha de la economía española y de que piensa agotar la legislatura, sin dejar pasar la ocasión para lanzar una pulla al PP, que no le deja tranquilo.
Mientras, en su comparecencia para hacer su particular exposición, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, adelantándose a su jefe, apareció como una gran estrella desafiante, realizando el papel de jefe de la oposición a Pedro Sánchez. Se dedicó a criticarlo de arriba abajo y a hacer gala de lo bien que lo ha hecho en este 2024. Es la reina del chotis, es la “más mejor” del mundo.
Algunas de las perlas de Ayuso al presidente Sánchez: “No soporta que Madrid sea la locomotora económica del país”. Para ella, Madrid es una ciudad envidiable en Europa. Todo en ella es perfecto. En esa falta de autocrítica, no habló para nada de la sanidad y las largas listas de espera, ni del enfado de los sanitarios. Tampoco mencionó las universidades públicas, que están que trinan con ella, ni el estado de las residencias donde murieron tantas personas mayores y cuyas familias siguen esperando ser recibidas por la presidenta. En el éxtasis de su exposición, habló de la plena libertad que está viviendo Madrid. La verdad es que su comparecencia, con sello de Miguel Ángel Rodríguez, fue una loa a su persona, un ataque al presidente del Gobierno y un pisotón en toda regla al “jefe” de su partido.
Un día después, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, se presentó ante los medios para llevar a cabo su balance. Primero arremetió contra Sánchez y su pésima gestión. En esa línea iba su discurso, que no es nuevo, pues lleva meses ejecutando la misma estrategia. Solo en el momento de las preguntas respondió sobre el gran tema que lo ha marcado en estos últimos meses: sus acuerdos “parlamentarios” con Junts, partido al que había criticado duramente y con el que aseguraba que nunca pactaría, llamándolo de todas las maneras posibles. Ahí, el expresidente gallego tiró balones fuera, diferenciando a Junts de Puigdemont, al que pidió que se le detenga. Estas contradicciones públicas han generado discrepancias en el interior de su partido, empezando por Díaz Ayuso, la aspirante a sacarlo de Génova. Muchos en su partido se sienten incómodos con esta situación y no están dispuestos a consentirlo.
Lo cierto es que, ni siquiera cuando termina el año, los políticos con responsabilidades son capaces de allanar la concordia. Siguen eternamente peleándose, cuando lo que toca ya es una nueva etapa de diálogo, cesiones y acuerdos. Deberían dejar de insultarse y abandonar la estrategia del “y tú más”. Como dijo Jesús: “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Si todos siguen tirándose piedras, al final acabarán todos lapidados.
En estas fiestas, para la religión católica, mentir es pecado, y para quienes no creen, mentir es poco ético. Deberían dejar de hacerlo. Se ha entrado en un bucle de mentiras, que se utilizan con una normalidad pasmosa y cuyo fin es que las crea el “auditorio”, es decir, la ciudadanía. Esto es tomarla por tonta. Los políticos usan la estrategia de la certeza que ellos mismos han creado para seguir engañando a los votantes. Como decía Voltaire: “La duda es incómoda; la certeza es ridícula”.
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