Decía Platón que una sociedad necesita buenos gobernantes para ser exitosa: que sean capaces de deliberar, de buscar el bien común, de encontrar proyectos integradores. Los gobernantes deben ser capaces de promover propuestas y un clima político con el que se puedan reconocer el mayor número posible de ciudadanos. Los electos tienen la responsabilidad que le otorgan los votantes de propiciar las condiciones para que se produzca un diálogo productivo entre los que piensan demanera distinta Eso es la grandeza de la democracia: pluralidad, respeto y tolerancia. Platón rescataba ideales políticos muy valiosos, que tienen que ver con la capacidad del diálogo cooperativo y con la calidad moral de sus gobernantes.
Estos días, los partidos políticos están siendo noticia - hace ya bastantes años que es así- ante la falta de sentido común y responsabilidad al olvidarse que el bien común de la sociedad debería ser su primer objetivo. Sin embargo, en todos, sin excepción, prima por encima de ese bien común, los intereses de sus partidos, así como los personales. La frase “qué hay de lo mío” pomuy antigua que sea , sigue estando vigente. Todo es palpable a diario. Los proyectos que afectan a la sociedad ,que pueden beneficiarla, resulta que en las votaciones del Congreso serán aprobadas o no dependiendo de las contrapartidas que reciban los gobiernos de las distintas formaciones, o los propios partidos. Tenemos los más recientes, en la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y el precio que tuvo que pagar a aquellos que le dieron su voto: PNV, Bildu en el País Vasco y los beneficios que han conseguido, más lo que se irán conociendo, mientras que en ERC y Junts ya se conocen parte de los “pagos”, y se conocerán más.
Cuando los “mercaderes”demanadan más y se produce un rechazo aparecen las amenazas de que si no se cumple lo exigido pueden ocurrir dos cosas: los votos a las propuestas que se deben aprobar en el Congreso no saldrán adelante. Y dos, que al Gobierno lo ponen en la cuerda floja. Mientras la oposición,llameses PP, su postura es apoyar las propuestas que siguen el camino contrario. No dan sus votos para marcar territorio y llevarle la contraria al Gobierno, desgastarlo , al cual acusan de haberle “robado la Moncloa”. El PP está ejecutamdo un juego peligroso, no puede ser que a todo diga que no, o critique al gobierno fuera de España, no es patriótico. La sensatez y el bien común, por encima del partidismo. El PP de Feijóo debería quitar de la primera línea mediática a unos cuantos que cada vez que hablan sube el pan.
La polémica de la financiación “singular” para Catalunya ha sido motivo , sigue siéndolo ,de grandes discrepancias, de críticas feroces del PP , de declaraciones no muy afortunadas de más de un socialista con cargo. Hasta tal punto ha llegado la crispación el llamado agravio con el resto de comunidades que el presidente Sánchez está echando cohetes pares atraer a los presidentes de las comunidades gobernadas por los populares, con el señuelo de más ofertas económicas. Eso ha supuesto una división de criterios en el PP liderado, como no, por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuyo protagonismo está a prueba de bomba y además le ha marcado el paso a su jefe y a sus compañeros. Claro que algunos están ya cansados de la protagonista y las discrepancias internas están ahí.
Volviendo a los temas en los que no se ponen de acuerdo, está el de la emigración, la acogida de estos por las comunidades, y la aprobación de una Ley de la materia a la que el PP ha votado en contra. Son más los temas, pero no es el motivo de este artículo.
Si por una vez, los partidos, todos, antepusieran el bien común por encima de sus respectivos intereses partidistas, las cosas funcionaria mejor y los políticos cumplirían con aquello por lo que ha sido votados, Erasmo de Roterdam apuntó en su día algunos rasgos de lo que sería el bien común: “Cuando sigas un camino recto, cuando no hagas violencia, cuando no despojes a nadie cuando no vendas ningún cargo, ni corrompas a nadie”. Lo dijo este filósofo y humanista, entre otras cosas, en el siglo XVI. Y a pesar de que han pasado unos cuantos siglos sigue teniendo vigencia.
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