Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020).
En Twitter: @Roisinho21
Tengo una rodilla fastidiada, menos pasta de la que me gustaría admitir en la cartera y una sonrisa que no se me quita de la cara. Van ya dos días desde que O Son Do Camiño bajó el telón y la recuperación está siendo lenta, pero el paciente ya está en planta y fuera de peligro. Es lo que tiene meterse tres días de música entre pecho y espalda en Santiago de Compostela para dar la bienvenida al verano. Desde las 16 horas hasta las mil, calor, polvo, escaleras arriba, escaleras abajo, que si un trago, que si un juego, que si ahora vamos al otro escenario, "perdón, disculpa, perdón, de verdad que no me quiero colar, solo busco a mis amigos, perdón, en serio disculpa"... os aseguro que he dado más vueltas que la noria del festival.
Me quejo de vicio, porque el Monte do Gozo es una visita obligada cada año. Es un lugar donde te reencuentras con los "amigos de festival" que en realidad son tus hermanos, pero también un lugar donde descubres que tal vez es hora de darle una oportunidad a Santi Balmes, o que a lo mejor La Oreja de van Gogh sin Amaia tampoco está tan mal, o que cuando BB Trickz dice que es “la más mala de España” es con conocimiento de causa. En un festival descubres más de ti mismo, tus placeres culpables, tus canciones que creías olvidadas, los pasos prohibidos que te habías guardado para pavonearte delante de la chica que te gusta -con un discreto porcentaje de éxito-.
También descubres que, efectivamente, eres más viejo que un bosque. Ahora miras los precios de la cerveza desde detrás de tus anteojos y averiguas por qué el retorno económico del evento supera los 20 millones de euros. Agradeces llegar a casa y descalzarte y, sobre todo, agradeces que la cita sea en tu ciudad, porque para ti los tiempos de meterte en una tienda de campaña con la solana a pasar la resaca se han terminado, y que Dios bendiga al inventor del colchón. También calculas cuándo será tu último Son. Te fijas en los chiquillicos que corretean entre las 40.000 personas que abarrotan el recinto cada día. ¿A quién ha venido a ver esa niña? ¿Tendrá más de 10 años? El cartel de Ana Mena la delata. ¿Y ese chico? No le ha salido ni el bigotillo, pero perrea con Mike Towers que da gusto verlo. ¿Traería yo al festival a mi pequeño de dos años como ese padre? ¿Vendría con el carrito de bebé como esa madre? En O Son cabemos todos, aunque tal vez no sea adecuado para todos.
En medio de la cavilación levantas la vista y piensas que al cantante de Pet Shop Boys no le va mal. El bueno de Neil Tennant frisa los 70 y ahí lo tienes, dándolo todo en Compostela. Sí, queda cronista para rato, aunque algún día me saltaré los DJs porque no quiero pillar atasco y el pijama me está llamando. Joder, tal vez este festival me haya dejado más secuelas emocionales que físicas. Ya no soy el que se pegaba aquellos viajes hasta Albacete para ir a su primer Viña Rock, pero llevo las mismas camisetas de fútbol guarras como el resto de pibardos, esos a los que reconoces su buen gusto mientras alabas su camiseta vintage del Ajax de Bergkamp, mientras tu interlocutor hace lo propio con la tuya raída del extinto Compos. Cosas de la masculinidad frágil, que también aflora en estos festivales, donde tanto nos colamos en el pogo como soltamos una lagrimilla con ‘Rosas’. Mierda, sí sigues echando en falta a Amaia Montero.
Al final, tus tenis polvorientos y tú enfiláis a rúa das Estrellas de vuelta a casa, en ese paseo largo de madrugada en el que recopilas todo lo vivido mientras te zumban los oídos, te arden las plantas de los pies y te maldices por no haber metido la camiseta térmica que ahora te protegería de un frío del demonio. Otro año más y otro Son superado. Otra muesca en la culata de un festivalero empedernido, que ya piensa en el siguiente. Menos mal que esto es Galicia, que el verano no ha hecho más que empezar y que las opciones son muchas y muy variadas. Estamos ya recuperados para los que nos echen. Hasta que el cuerpo aguante y mi autoengaño sobre que sigo siendo el mismo jovencito de su primer festival siga vigente. La resaca dura más, pero, como O Son, siempre se supera. Camiñers somos y en el pogo nos encontraremos.
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