Marcos Méndez Moroeira es uno de los profesionales de Galicia más relevantes en el sector de la comunicación en los últimos años. Licenciado en comunicación audiovisual por la Universidad de Navarra y Máster en Investigación Audiovisual por la USC, ha sido profesor en varios centros de formación, como la EASD Mestre Mateo. Con todo, el gran público lo conoce sobre todo por su labor como freelance audiovisual, pues ha cubierto la guerra de Ucrania para numerosos medios, como Telecinco o El Progreso, labor por la que recibió el Premio Xosé Couso del CPXG en 2023.
Artículo remitido como Manifesto del Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia por el Día Internacional de la Libertad de Prensa
Estoy escribiendo estas letras en un autobús cerca de la frontera polaca, todavía del lado ucraniano, y no puedo dejar de pensar en Bogdan Bitik, el último de nosotros que cayó muerto en este país por hacer su trabajo. Fue hace unos días, en un lugar donde yo mismo había estado hace unas semanas. Y fue un disparo de un francotirador ruso lo que lo silenció para siempre.
Hay muchos, no solo Putin, que quieren silenciarnos. Los periodistas y las periodistas o somos molestos o no estamos haciendo bien nuestro trabajo. Esto pasa en una guerra, pero también en la redacción de cualquier medio local. Tenemos que ser molestos porque tenemos que decir las verdades que los poderosos no quieren que se sepan. El límite para parar nuestra molestia es quitarnos la vida, pasa en México a menudo por ejemplo. Pero hay muchas otras formas de intentar callarnos, más sutiles, pero que aún funcionan: la precariedad laboral, la falta de tiempo para preparar nuestras informaciones, las presiones políticas o económicas o la degradación constante de la profesión.
Nuestro oficio es el garante de la democracia. Muchas veces ni siquiera nosotros y nosotras somos conscientes de ello. Y cuando perdemos esa perspectiva, toda la sociedad pierde. Servimos a la sociedad, sí, y por eso nuestro trabajo debe seguir estrictamente una ética y una deontología que muchas veces se ve ensombrecida por las presiones, el miedo, la necesidad o el propio ego.
El periodismo debe aprenderse en las universidades y practicarse en la calle. Las universidades debemos ser conscientes de que la diferencia entre nosotros y los demás está precisamente en nuestra forma de trabajar, en la ética periodística. Quien no salga del aula convencida o convencido de esto es muy difícil que lo haga después, cuando los cortos tiempos, la precariedad y las presiones de todo tipo hacen muy difícil pararse a pensar, a cuestionarlo todo: lo que vemos, lo que nos cuentan y lo que escribimos. Si no cuestionamos todo, no hacemos bien nuestro trabajo, si no tenemos el tiempo y los medios para hacerlo, no nos están permitiendo hacer bien nuestro trabajo. Un trabajo que, en un momento en el que la desinformación está más presente que nunca en nuestras vidas, es quizás más necesario que nunca. La diferencia entre una información y un video de Tik Tok -con todo respeto a las redes sociales- somos precisamente nosotros, los y las periodistas, y el concepto y el respeto que nos profesen nuestras audiencias.
Tenemos que cuestionarnos más, tenemos que exigirnos más. Si no lo hacemos nosotros mismos, la profesión se perderá. Tenemos que exigir a las universidades una formación de calidad, pausada, rigurosa, con mucha reflexión sobre nuestro trabajo, nuestro compromiso, sobre el servicio al que debemos entregarnos: la búsqueda de la verdad.
Tenemos que exigir que los que manda y los que legislan valoren esa educación. Nadie se dejaría operar de una rodilla por uno de nosotros. No es de recibo que un ayuntamiento o que una televisión pública no exija quién va a manejar información, que nuestra profesión -que hace apenas dos años fue calificada de esencial- la ocupe alguien sin formación en nuestras facultades. Todos conocemos a algún o alguna colega que, sin haber pasado por la universidad, ha demostrado tanta o más profesionalidad que muchos de nosotros; pero esa valía se tarda años en demostrar, para los requisitos de contratación pública la única garantía es el diploma. Ese diploma que tenemos que exigir que se llene de contenido, rigor, ética y pensamiento.
Nuestra profesión es garante de la libertad. Es una profesión diferente a las demás. Tenemos que dejarselo claro a los tribunales que tumban propuestas de tablas de salarios mínimos para profesionales independientes, freelances. El caso catalán llevó a Galicia a no querer ni intentarlo. No podemos comparar una pieza de información con ningún otro producto o servicio. La libre competencia aquí debe ser protegida desde el lado social. Son necesarios unos mínimos para que la precariedad que vivimos desde hace décadas no se cronifique. Lo sufrimos nosotros, lo paga toda la sociedad. Lo paga nuestra democracia.
En el último año he pasado casi 10 meses en Ucrania cubriendo una guerra que comenzó hace muchos años. En los 90 decenas de compañeros y compañeras fueron asesinados en Rusia por molestar, por trabajar bien. En 2000, NTV, un canal gratuito, fue el último en caer. Luego fue internet, los periodistas extranjeros, etc., etc. Ese control de la información fue el caldo de cultivo para preparar una invasión a un país hermano sin que la población fuera consciente de esto y pudiera pedir el cese de la agresión. Porque esa guerra no existe para el pueblo ruso, porque es solo una operación especial para acabar con un gobierno corrupto lleno de drogadictos y neonazis. Sí, eso es lo que piensa la población rusa... Y yo vengo de vivir una película de Ciencia Ficción en la que las calles de Bucha llenas de muertos eran un escenario preparado por algún director de arte para engañarnos, a los que estábamos allí y a través de nosotros, a todo el mundo.
Hoy más que nunca tenemos que proteger nuestra profesión, la libertad. Tenemos que reclamar nuestro lugar en la sociedad. Sin prensa libre, sin periodistas libres nunca tendremos una sociedad libre. Y hay muchos Putins en la arena política y en la económica preparados para aprovecharse.
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