Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020).
En Twitter: @Roisinho21
Me sorprendo a mí mismo buscando en redes la última hora en torno al estado de salud de Tamara Falcó. ¿En qué momento mi vida ha tomado esta deriva trágica? ¿Cuándo ha dejado de ser la hija de la Preysler el enemigo y se ha convertido en un ejemplo de fortaleza y compostura para el vulgo? Ay, Roisinho, quién te ha visto y quién te ve. Porque la Falcó encarna todo aquello que detesto: pijerio, aristocracia, fama inmerecida desde su cuna de oro… Sin embargo, su desengaño amoroso apenas unos días después de anunciar a bombo y platillo su compromiso con Iñigo Onieva -señoro al que sigo siendo incapaz de ubicar en el espacio hasta hace una semana, momento en el que monopolizó todas las portadas- parece haberse convertido en la noticia del mes y casi del año en España, un país cuyo grupo sanguíneo predominante es la salsa rosa que nos inyectamos en vena a diario.
Pues sí, el Onieva ese se la pegaba con otra. Pero Tamara ya estaba preparada. Resulta que la Falcó había sido entrenada para la ocasión. Su madre, Ferrero en mano, la adiestró cual sensei para salir impoluta de los escarceos amorosos que la pudieran salpicar. Aquello de “la pelotita no se mancha” que diría Maradona, siendo la pelotita el presumible estatus de la socialité. La hijísima, cuyo mayor reto que ha tenido en 40 años ha sido aprender a freír un huevo -y hasta para eso dispuso de profesores con estrella Michelín-, recibió un manual de estilo de cuándo y cómo proceder si el amor le daba un revés semejante. Y claro, ha tenido a la mejor maestra, porque del amor único y verdadero Isabel Preysler, la Miyagi de la prensa rosa, sabe muchísimo. Por eso ha tenido varios.
Con esa hoja de ruta se ha presentado Tamara ante los medios y ante el gran público como lo que es: la víctima, la engañada, la estafada, la que pudiendo actuar con despecho decide mantenerse más digna que nunca y salir en ‘El Hormiguero’ o en el ‘¡Hola!’ como la paladina de todos los astados, que no somos pocos, y como la iluminada de Dios, la ciega que ahora ve, cuyo designio no fue transmitido por una zarza ardiendo, sino por el último Burning Man, que para el caso es lo mismo para un ultracatólico como ella. ‘#JeSuisTamara’ y la última ola del ‘Me Too’ transfigurada en la marquesa de Griñón.
Mi pregunta es: ¿quién la aupó al trono como reina de corazones rotos? Título que, por derecho, pertenece a Chenoa y su chándal. Eso sí es una mujer con entereza y eso sí era salir al paso. Ahora ni siquiera las sorpresas sorprenden. Para anunciar una ruptura emiten un comunicado en Instagram, con su rigurosa cuenta atrás alertando que “van a pasar cositas”. Risto Mejide y Laura Escanes han hecho correr tantos ríos de tinta como Tamara Falcó, pero el interés que me despiertan todos es mínimo. La maruja insaciable que llevo dentro quiere saber, pero la acallo con un simple “¿Para qué?”. Si ya nos contarán lo que pasó en una canción, como hizo Shakira, o ante notario, como aquel memorable "cese temporal de la convivencia" de la infanta Elena y Marichalar -quien, por cierto, años después se descubrió irónicamente como el bueno, o, al menos, el menos malo-.
Hasta en eso se diferencian de nosotros, los mortales. Da la sensación de que hasta el sufrimiento está reservado para la plebe, que no puede tomarse ni un solo día de descanso para curar el desengaño. No importan los años que acaben en la basura compartidos con otra persona que, resulta, no te amaba tanto como tú creías, o que te amaba, pero como también amaba a otra persona, o a dos, o varias. Pero aun con la patata hecha añicos hay que recomponer los trozos con cinta aislante o super glue y levantarse cada mañana a trabajar, porque hay que llenar la nevera o pagar la manutención. O terminar el TFG, porque estás muy cerca de la meta, aunque el camino que creías seguir se haya torcido. O preparando las oposiciones, porque los exámenes están a la vuelta de la esquina, pese a que tu cabeza haya eliminado la capacidad de retener cualquier dato, porque todo te recuerda a esa persona.
Sufrir por amor es cosa de pobres, aunque el engaño sea igual para todos. El luto y la decepción estoy seguro que se llevan mejor en una piscina en Bahamas que en un estudio reconvertido a apartamento, con cocina, salón y habitación todo en uno, espacio en el que un nanosegundo en el metaverso pasa más lento que en un Ferrari. Por eso alimentan el ruido, los titulares, las portadas y los posados, porque en ningún momento la cuenta corriente de Tamara ha dejado de crecer. Porque también el amor es parte del negocio del famoseo, como lo es irremediablemente la infidelidad, más lucrativa si cabe. Ricos y pobres, todos blanco de Cupido, pero solo los primeros pueden pagarse el psicólogo, el abogado o la llamada a Sálvame. Pero que no se nos olvide: todos somos hijos secretos del butanero, hasta que se demuestre lo contrario. Incluso la Falcó.
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