Ganadería regenerativa, la resistencia contra las macrogranjas: "Con cien cabras no puedo competir contra diez mil; menosprecian mi trabajo"
Paula Jarque, ganadera en Vilariño de Conso junto a su pareja Antonio Tucci, atiende a Galiciapress para acercarnos la realidad de aquellos que enfrentan a las macrogranjas y la contaminación, de un modelo de ganadería que parecía abandonado pero que pequeñas explotaciones como la suya se resisten a dejar morir. En la Ganadería Val do Conso tratan de desmontar el argumentario de que toda ganadería es perjudicial para el medio.
Las declaraciones del ministro de Consumo cargando contra las macrogranjas han provocado un alud de reacciones en torno a un debate en el que se han radicalizado las posturas entre defensores y detractores de este modelo. Galiciapress charla con ganaderos, asociaciones ecologistas y sindicatos en esta serie de reportajes para conocer las dimensiones de este problema que en Galicia ha provocado el cierre de pequeñas explotaciones y una grave crisis ecológica.
Paula Jarque, ganadera en Vilariño de Conso junto a su pareja Antonio Tucci, atiende a Galiciapress para acercarnos la realidad de aquellos que enfrentan a las macrogranjas y la contaminación, de un modelo de ganadería que parecía muerto pero que pequeñas explotaciones como la suya se resisten a abandonar.
En la Ganadería Val do Conso tratan de desmontar el argumentario de que toda ganadería es perjudicial para el medio. Su modelo sostenible y regenerativo trata de luchar contra el cambio climático y ofrecer al mismo tiempo un producto de alto valor añadido, que sin embargo tiene que competir en un sector donde la ganadería industrial tira los precios por los suelos, haciendo muy difícil la rentabilidad de las granjas familiares.
Paula Jarque, de la ganadería Val do Conso | Foto: @ValdoConso
En Vilariño de Conso hay 395 vacas y 519 vilariñeses. Eso supone que, por cada vecino, hay 0,76 cabezas. Si a esto sumamos las más de 100 cabras de Paula y Antonio, resulta que hay mucho más ganado que habitantes, algo habitual en algunos puntos del rural gallego. Paula y Antonio -de Madrid ella; de Nápoles él- son de los últimos en llegar a la parroquia de Sabuguido, en compañía de su pequeña, Gaia. Allí, en los verdes prados que ofrece la comarca de Viana, buscan levantar la Ganaderia Val do Conso, un proyecto ganadero, ecológico y respetuoso con el medioambiente.
Son, con sus cabritas, un ejemplo de tenacidad y dedicación, apostando por un modelo que no hace tanto era el modo de vida en Sotogrande, la aldea donde se han establecido, pero que ahora es poco más que el eco de un pasado sepultado bajo un modelo ganadero voraz que en Ourense se ha ido abriendo hueco en los últimos años a pasos agigantados: la ganadería industrial, con macrogranjas responsables de la contaminación de los acuíferos de A Limia y del cierre de pequeñas explotaciones que, como esta de Val do Conso, tratan de pelear contra estos gigantes, como hizo en su día otro pastor, honda en mano, contra Goliat.
VILARIÑO, LA TIERRA QUE BUSCABAN
La aventura de Paula y Antonio empezó muy lejos de Vilariño de Conso. De hecho, muy lejos de Galicia. Después de varias experiencias en explotaciones ajenas, esta pareja decidió probar suerte en Extremadura en un primer momento, donde el plan no arraigó como les hubiera gustado. “Allí las pequeñas ganaderías no tienen tanto apoyo como en Galicia. Llegó un punto en el que no pudimos consolidar el proyecto”, relata Paula.
Por la experiencia de Antonio, asesor en ganadería ecológica y regenerativa, pudieron conocer otros lugares, como esta zona del sur de Ourense que terminó cautivándolos. “Aquí vimos que teníamos posibilidades y nos liamos la manta a la cabeza: vendimos todo en Extremadura y nos mudamos”.
La explotación de Antonio y Paula cuenta con unas 140 cabezas de cabra gallega. Pueden parecen muchas, pero son una gota de agua en el océano si las comparamos con algunos de sus competidores. Una pequeña explotación como la suya, familiar, que apenas acaba de alzar el vuelo, es la clase de modelo que la ganadería industrial, y más concretamente las macrogranjas, ha conseguido diezmar en los últimos años, con la rendición de pequeños productores por la incapacidad de competir contra estos colosos del sector.
UN DEBATE “NECESARIO”
Paula considera que el debate provocado por el revuelo tras las declaraciones del ministro Alberto Garzón al diario The Guardian resulta “necesario”, “tanto si es interesado como si no”. “Ahora mismo con el foco puesto en la sostenibilidad y el medioambiente, con la intención de revitalizar los pueblos que se han quedado vacíos, es un debate que hay que tener”, incide Paula, al tiempo que recalca que sobre las macrogranjas en concreto “no hay mucho debate” con todos los estudios existentes.
“Tiene que ser un debate con criterio, con menos señalamiento, que no conduce a nada, pero sí informativo, que permita al consumidor que aporte a la hora de saber qué futuro queremos”, afirma.
En una línea similar se mueven asociaciones del sector consultadas por Galiciapress que, si bien declinaron participar en el reportaje, insisten en que es importante recordar los exigentes controles a los que las autoridades someten a las producciones ganaderas y que no debemos caer en el error de considerar a la ganadería en intensivo y a las macrogranjas como dos modelos idénticos, sino que cada uno viene determinado por condicionantes como la capacidad o el sistema productivo y que no todas las explotaciones familiares son sinónimo de extensivo.
O UNO U OTRO
Pese a lo necesario del debate, es inevitable elegir entre dos modelos radicalmente contrapuestos. En primer lugar “las ganaderías pequeñas, que aprovechamos los recursos marginales del entorno, que pastamos por las montañas, que ayudamos a mantener el paisaje, a mantener controlada la vegetación, que estamos arraigados en los pueblos y participamos en ellos, que aportamos vida a los municipios…”.
En segundo lugar “las macrogranjas, que son muchísimos animales encerrados en un espacio X, que producen muchísimos deshechos de muy difícil gestión que pueden producir contaminación, donde trabajan a lo sumo ocho personas porque cuentan con sistemas muy mecanizados…”.
Ahora la cuestión es elegir cuál de todos es más beneficioso, si bien los estudios de sostenibilidad descartan por completo la segunda opción.
“¿Preferimos cinco trabajadores para 10.000 vacas o 100 familias con 100 vacas que generen tejido social y enriquezcan las aldeas?”, razonan desde la Ganadería Val do Conso, que como muchos ganaderos ponen en duda la falsa teoría de que las macrogranjas generan riqueza, sino que acuden a los pueblos de la España vaciada, aquellos más necesitados y con menos fuerza para decir que no a casi cualquier proyecto capaz de generar empleo.
Pero incluso aquí se encuentran con la oposición firme de los vecinos, como ocurrió recientemente en Rairiz de Veiga, donde la denuncia de una familia logró tumbar el proyecto para ampliar una explotación aviar, vinculada a Coren, que pretendía reunir a cerca de 50.000 pollos. El proyecto, paralizado por la Justicia, contaba con la luz verde de la Xunta.
“NO PUEDO COMPETIR CONTRA DIEZ MIL CABRAS”
Vemos que el precio a pagar es demasiado alto en la mayoría de casos, ya que ni medioambientalmente es rentable ni permite rivalizar a las explotaciones vecinas en igualdad de condiciones. Las macrogranjas lo que consiguen es tirar por los suelos los precios haciendo imposible que productos como los de Paula lleguen a los consumidores, especialmente a aquellos con menos poder adquisitivo y que mirarán siempre el precio por encima del valor nutricional del producto en sí o de la calidad del mismo.
“En una macrogranja un animal está confinado, en un espacio pequeño para potenciar el engorde y conseguir más kilos de carne en menos tiempo. Los alimentos que comen en dietas que no son las indicadas son normalmente traídos de fuera, lo que provoca una huella ecológica tremenda -deforestación para terrenos de cultivo con los que alimentar al ganado-. Esto provoca que los valores nutricionales de esos animales no sean los mismos que los de, por ejemplo, mis cabras, que comen una variedad tremenda de pasto, hierbas medicinales, arbustos, leguminosas… Además, pueden desarrollar su conducta natural, al aire libre, lo que repercute en su bienestar, y a mayor bienestar menos hormonas o encimas en la carne”.
Por otro lado, Paula subraya que tal vez las macrogranjas no sean tan rentables como pueden parecer. “Si echamos números y contamos con las contaminaciones que producen, los medicamentes que utilizan, con la contaminación en origen de los propios piensos importados… Si contabilizamos todo, igual no sale tan barata esa carne”, sopesa.
Pese a todo, en la estructura del mercado actual, Paula admite que se les hace muy difícil competir contra precios tan bajos: “Con cien cabras no puedo competir contra cinco mil o diez mil. Lo que hacen es menospreciar mi trabajo con argumentos como ‘con esos precios solo podrían comer carne los ricos’ en un debate que nos perjudica muchísimo a los pequeños ganaderos”.
UN ETIQUETADO ESPECIAL, CAMBIOS EN LA PAC…
¿Y un etiquetado especial para diferenciar a una explotación de otra? “Plataformas para la ganadería extensiva llevan mucho tiempo reclamando que a nivel institucional acuerden un tipo de etiquetado con el que el comprador pueda tener toda la información para elegir el producto que quiere. El único etiquetado que existe hoy que diferencia un poco es el de producto ecológico, pero se queda corto por la diversidad existente”, reclama Paula, al tiempo que pide que se diferencien los productos según vienen de explotaciones en extensivo o en intensivo.
El caso de Antonio y Paula es una rara avis en el rural gallego: jóvenes, emprendedores, con la intención de echar raíces… Son el ejemplo de que se puede hacer, pero lo cierto es que las políticas de los últimos años, que parecen desatender al rural gallego, no ponen fácil su proyecto. “El rural tiene un gran potencial de recursos naturales, y en eso se tienen que basar las economías de aquí, apostando por la producción agrícola y ganadera local. El hecho de que haya gente retornando también genera tejido social, la necesidad de más servicios, y el turismo rural siempre es una muy buena apuesta”, comentan desde Vilariño do Conso. En este sentido, consideran capital el apoyo a proyectos como el suyo.
Y es que la Ganadería Val do Conso tiene también un claro enfoque medioambiental. La ganadería regenerativa, la especialidad de Antonio, ha hecho del proyecto un modelo de la lucha contra el cambio climático desde la ganadería. Al otro lado de la balanza tenemos el efecto de las macrogranjas, responsbales de olores insoportables para los vecinos o de la contaminación de enclaves naturales como el embalse de As Conchas.
“La ganadería regenerativa consiste en hacer un buen manejo de los animales, de manera controlada, con conocimientos técnicos, para que el impacto de los animales en el medio no sea negativo, sino que genere una mayor captura de carbono, una mejora de la fertilidad del suelo que más tarde alimentará al ganado, sirven también como medida de control de incendios. Al final, con un buen manejo, se consigue que la ganadería sea parte de la solución o la gran solución, porque lo que hacemos todos los días es comer”, explica Paula.
Con todo lo que puede ofrecer la ganadería extensiva, Paula reclama a las administraciones que se sienten de una vez por todas a definir cuáles son los modelos de ganadería extensiva sostenibles, centrar las políticas agrícolas en las pequeñas y medianas explotaciones o que la PAC modifique sus criterios, que hoy en día se enfocan a cifras como el número de hectáreas o cabezas de ganado y que penaliza a las ganaderías familiares como la de Paula, Antonio y las 140 cabras que, lejos de los corrales de engorde, ayudan a hacer que ni la ganadería en extensivo ni Vilariño de Conso sucumban ante lo que algunos mal llaman progreso.
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