El parto de 9 meses para el fin de la cita previa en Catalunya

Carmen P. Flores

La ciudadanía recuerda lo vivido durante la pandemia de la Covid. Un recuerdo que ha marcado para siempre la vida de todas ellas. No solo por el virus en sí y sus efectos, que en algunos casos siguen creando problemas, sino por el cambio producido en la sociedad, y consecuentemente en el funcionamiento de las administraciones con respecto a la atención a los ciudadanos, que aún continúa a pesar de que la pandemia, por suerte, se ha ido a mejor vida.

 

La Covid es de esos acontecimientos que no se olvida por muchos años que pasen. Los efectos del “virus” en las personas que han tenido la desgracia de padecerlo, que han sido muchas, siguen recordando que no somos inmortales y que en demasiadas ocasiones somos la diana perfecta para cualquier virus. 

 

El confinamiento sufrido durante meses para no ser contagiados trajo consigo la solidaridad de la gente, y del sector sanitario, que se vieron desbordadas por los acontecimientos. El gobierno tomó una serie de medidas para salvar la situación. Entre ellas, una vez levantado el confinamiento, se implantó la cita previa en todas las administraciones para ser atendidos. Ya no valía presentarse en las oficinas, sacar el tique y esperar que el número salga en la pantalla para dirigirse al funcionario y hacer las gestiones correspondientes.

 

La cita previa, que aún continúa, fue un verdadero incordio para todos, especialmente para la gente de más edad, algunas de las cuales eso del teléfono no se le da bien.  Se dijo que la medida era transitoria, y como ocurre en este país, lo transitorio se convierte en permanente, como sigue hasta ahora.

 

La cita previa se ha vivido y se sigue viviendo muy mal por la mayoría de los contribuyentes, algunos de los cuales se han personado en cualquier oficina de atención y dependiendo del funcionario - amable, o con efecto guindilla- le ha comunicado que tiene que solicitar cita previa. La solicita verbalmente, y la respuesta es: “Tiene que hacerla telefónicamente”, cuando hay varios funcionarios que están sin atender a nadie. Es igual, el informador, le vuelve a repetir que tienen que llamar por teléfono. ¡Cuantos cabreos de ciudadanos se han constatado! Muchos, pero siempre tienen las de perder. “Estas son las normas”, y lo dicen como si fueran las Tablas de Moisés y las personas, meros siervos dispuestos a decir “sí mi amo”.  La cosa no debería ser así, pero lo es, y algunos de esos funcionarios simpáticos dicen “es lo que hay”. Se giran y continúan con otra cosa. 

 

Las elecciones suelen ser una buena época para los candidatos que prometen hasta hacer un puente donde no hay un río. El candidato Pedro Sánchez anunciaba “un nuevo modelo de atención presencial a la ciudadanía con horarios flexibles y sin cita previa”. Todos se alegraron y celebraron la promesa de Sánchez. Eso ocurría en el 2023. Y de esa propuesta, nunca más se supo.

 

Ahora, el gobierno catalán de Salvador Illa anunciaba esta semana el fin de la cita previa obligatoria y ha ido más allá, afirmaba que la misma podrá ser efectiva en un plazo máximo de nueves meses - es como un embarazo con parto, ¿sin dolor o con dolor administrativos?-. Esta medida se aplicará a todos los servicios públicos, incluidos los ayuntamientos, diputaciones y consorcios. ¿Se entiende que también a las administraciones del Estado?  Vete a saber, aunque en nueve meses, “seguro”, no se habrán traspasado las administraciones del Estado al gobierno de la Generalitat.

 

Los derechos de los ciudadanos se están viendo vulnerados: los paganinis solo tienen obligaciones, y no derechos. En demasiadas ocasiones, éstos son tratados como objetos. Es algo demasiado habitual y que los que gobiernan lo ven como algo normal cuando no lo es. Ahora en Catalunya se vuelve a la carga con ese tema. ¿De verdad lo van a llevar a cabo? Solo quedan 9 meses máximo para comprobarlo. 

 

Por cierto, como en la viña del señor, no todos los funcionarios son maleducados y prepotentes, los hay que realizan su trabajo de manera efectiva y con empatía. Hay que decirlo también.

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