Dicen que el tiempo lo cura todo. Algunas cosas sí, otras, en cambio, las empeora. Algunos tratan de darle una mano de pintura para blanquear lo que en tantas ocasiones a todas luces está fuera de lugar por mucho blanqueamiento que le den.
Este miércoles se cumplía el triste tercer aniversario de la llegada al poder de los talibanes a Afganistán, después de su victoria en la guerra, lo que supuso también la retirada de las fuerzas de la OTAN, y una desgracia para el pueblo. Las celebraciones se extenderán por todo el territorio a lo largo de más de una semana, donde los desfiles “triunfales” de militares, carreras de caballos, luchas con espadas se fueron multiplicando, todos relacionados con los hombres barbudos que son los dueños del país. Ni una sombra de las mujeres, las cuales, desde hace tres años, han perdido todos sus derechos en la vida social, familiar y por supuesto política. Han sido barridas, han perdido sus derechos, pero lo que no han perdido es su dignidad y sus ganas de seguir luchando por recuperar todo lo que les han sido arrebatado por la fuerza.
Han pasado ya tres años, que para las mujeres y la mayoría de la población parecen tres siglos y pervive el mal sueño de vivir bajo un régimen donde continua las ejecuciones extrajudiciales, encarcelamientos, desapariciones, torturas, malos tratos. Por si no fuera suficiente, el Gobierno de los fundamentalistas, en un retroceso en el tiempo, ha retomado las ejecuciones públicas para infundir más miedo y horror entre la población.
Las mujeres y las niñas están siendo la población más afectada por las medidas de los talibanes, que entre otras cosas les prohíben que estudien, trabajen o salgan a las calles sin estar acompañadas de un varón, amén de cambiarles la vestimenta y obligarlas a llevar el burka. Las mujeres se han convertido en objetos al servicio de los hombres: primero fueron sus padres y sus hermanos hasta llegar a sus maridos, lo que las convierte en esclavas del hombre.
El 99,56% de la población afgana profesa la religión islámica con su particular interpretación por parte de sus dirigentes. Para algunos musulmanes “el islam favorece los derechos e igualdad de las mujeres, e incluso señala que pese a haber sido creados de forma diferentes, y tener diferentes responsabilidades en la sociedad, son iguales en cuanto a su estatus espiritual, intelectual y social”.
Pese a que los talibanes prometieron que las mujeres mantendrían sus derechos, las palabras se las llevó el viento y han hecho todo lo contrario. El pueblo afgano es rehén de sus dirigentes, de su religión, y han instaurado el miedo y la decepción en todo el país.
La palabra blanquear se vuelve a utilizar cuando con todo lo que está sucediendo en Afganistán, donde los derechos humanos están siendo pisoteados, resulta que algunos países hablan de establecer un diálogo con los talibanes quienes, hasta ahora, solo China, Rusia y Nicaragua han reconocido al régimen. La pregunta es: ¿Es posible que países llamados democráticos den ese paso? Todo es posible y cuando hay negocios de por medio más aún.
Las mujeres afganas son un ejemplo de valentía en su lucha constante, no tienen miedo y desde dentro, y especialmente desde fuera, siguen dando ejemplo al reclamar sus derechos. En los Juegos Olímpicos celebrados hace pocos días en París, la deportista afgana Manizha Talasha realizó un acto de protesta en su rutina diaria de breakdance: a deportista que formaba parte del equipo de los refugiados cubrió una carpa con el texto “Liberen a las mujeres afganas”. La autora fue descalificada, pero es evidente que su gesto valió la pena porque se vio en todo el mundo. Decía la activista Rada Akbar que “todo lo que pueden hacer las mujeres en Afganistán es quedarse en su casa y respirar”. Lo que no deben hacer el resto de mujeres del mundo es quedarse con la boca cerrada, mirar hacia otro lado como si el tema no fuese con ellas. Hay que seguir denunciando, trabajando para ayudar a unas mujeres que lo han perdido todo como personas, menos la dignidad, en estos tres años de terror talibán.
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