Carles Puigdemont y Marta Rovira, dos huidos que dirigen la política catalana

Carmen P. Flores

Archivo - El expresidente de la Generalitat y eurodiputado de Junts, Carles Puigdemont, comparece en una rueda de prensa para explicar los detalles del acuerdo de investidura con el PSOE, en el Parlam
@EP

Cataluña lleva inmersa en una turbulencia política desde hace ya unos cuantos años, demasiados, lo que conlleva a la sociedad catalana a una tensión constante, en todos los sectores. Muchas personas se preguntan: "¿Cuándo volverá la normalidad a este territorio que tanto necesita del sentido común de sus políticos y de sus gobernantes?".

 

Se suponía que las elecciones autonómicas del pasado 12 de mayo iban a aportar esa tranquilidad que tanto se necesita. Los resultados dejaron claro la dirección de lo que quería la mayoría de los votantes, cuando los socialistas fueron el partido más votado y con más diputados. Lo que sucede es que hay formaciones a las que los resultados de las urnas no les gustan si no son ellos los que ganan. Es entonces cuando comienza las discrepancias y la tomadura de pelo a la legitimidad de las elecciones.

 

La batalla por la elección del nuevo presidente de la Generalitat de Catalunya se inició a las pocas horas de conocerse los resultados. El huido Carles Puigdemont se sentía ultrajado y con la sensación de que él era “el auténtico elegido” como el inquilino del Palau de la Generalitat. Eso es lo único que le importa. Por ello está haciendo lo imposible para que el resto de partidos independentistas apoyen su candidatura y, como no tiene suficientes votos, además les dice a los socialistas que deben abstenerse. Una jugada muy marrullera, poco democrática y nada ética.

 

En este barullo político, hay varios actores, pero resulta chocante el caso de dos de ellos: Carles Puigdemont y Marta Rovira, dos personas que, ante la situación planteada en su día, no asumieron las consecuencias de sus actos y se marcharon corriendo de Cataluña para evitarse ir al hotel gratuito de las cárceles “españolas”. Uno vive en Bélgica y la otra en Suiza, mientras el resto de sus compañeros del procés se quedaron en Cataluña, fueron detenidos, encarcelados, juzgados y después indultados. Pero estuvieron ahí, no se fugaron. 

 

Ahora resulta que estas dos personas son las que están llevando las negociaciones para los acuerdos, o lo que es lo mismo, los 'no acuerdos'. Marta Rovira no quiere saber nada de los socialistas, aunque algunos emisarios en secreto hayan realizado más de un viaje a Suiza, y no precisamente de turismo. Mientras, Oriol Junqueras, que está legitimado por su comportamiento, no ve mal- con condiciones, por supuesto- un pacto con los sociatas. 

 

Carles Puigdemont, el que dice que regresa a Cataluña, pero sigue sin llegar -tiene más miedo que vergüenza-, impone las condiciones para hacerse con la Generalitat de Catalunya a cambio de seguir dando soporte al gobierno de Pedro Sánchez -cada vez pide más contrapartidas-, mientras que su juego tiene un doble sentido: quitarse de en medio a Illa y de paso dinamitar a ERC, su gran rival. Decía Maquiavelo que “la promesa dada fue una necesidad del pasado; la palabra rota es una necesidad del presente”.

 

Con este panorama incomprensible, donde dos huidos son los que dirigen la política catalana en la distancia, más de uno se da golpes en la cabeza con el fin de despertar de la pesadilla que cree estar viviendo en un sueño del que quiere despertar. Lo malo de la pesadilla es que no forma parte del sueño, sino de la triste realidad que se está viviendo y que, si no se produce un milagro, en otoño, con la caída de las hojas, caerán también unas nuevas votaciones que pondrán de los nervios a los votantes, que están hasta el gorro de visitar los colegios electorales. 

 

Los personalismos, enmascarados de patriotismo y envuelto en la bandera, es un engaño que solo beneficia al que lo lleva a cabo, no a los que son engañados. Si no, que se lo pregunten también a Toni Comín, que presuntamente utiliza fondo de sus colegas para navegar en un velero, no con destino a Ítaca como en su día dijo Artur Mas, sino con el objetivo de pasárselo bien y disfrutar con sus amigos. Ya lo decía Aristóteles: “La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos”.

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