Un partido de centro es siempre necesario. Supone equilibrar la balanza para que los extremos de la política no sean los que tengan la llave de la gobernabilidad.
No han pasado tantos años, 18, desde la constitución en Catalunya del partido Ciudadanos que provenía de la plataforma “Ciudadanos de Catalunya”. Sus principios fueron: Ciudadanía, Libertad e igualdad, laicismo, bilingüismo y Constitución. Los impulsores fueron un grupo de intelectuales que vieron la necesidad de una formación de centro, como elemento de equilibrio entre la derecha y la izquierda, además de la defensa de los constitucionalistas frente a la deriva que estaba tomando los partidos llamados catalanistas hacia el independentismo, y lo que ocurría poco después: las luchas políticas y sociales.
En la asamblea Constituye, salió la figura del presidente del partido, un joven abogado de 26 años, Albert Rivera, con la frescura e inhibición de su edad que la puso en práctica en su primera campaña, en cuyo cartel electoral aparecía desnudo. Solo las manos tapaban lo que educadamente llaman vergüenzas.
El partido fue como la entrada de aire fresco a la política: ilusión, esperanza y la necesidad de encontrar a dirigentes que entendieran lo que estaba pasando en Catalunya y buena parte de los ciudadanos se sintieran representados. Así que la subida en votos fue creciendo hasta llegar al 2015, cuando Rivera se presentó como cabeza de lista a las elecciones generales, donde Ciudadanos consiguió un triunfo inesperado. Lo votaron tres millones y medio de personas, con 40 diputados. ¿Qué sucedió entonces? Pues que el partido centrista se había convertido en auténticas protagonistas de la política española. Con ese triunfo que cogió a todos por sorpresa, Rivera que no estaba asentado políticamente, se creyó que podía ser presidente, y se equivocó al no llegar a acuerdos con los socialistas. Eso hubiera evitado la entrada de Podemos en el Gobierno - hubiesen sido ellos- y comenzó el principio del fin del partido naranja
La soberbia y la falta de experiencia política hicieron que Rivera no viera venir lo que les depararía el futuro. Y eso que el mismo año, con Inés Arrimadas como cabeza de lista en las autonómicas catalanas del 2017, Ciudadanos fue la fuerza más votada, con 37 diputados. Estaban en la gloria, Suele pasar si los dirigentes están más en las nubes que pisando tierra. Al final como decía el político gallego Manuel Iglesias Corral ““Aquí pasou o que pasou”,
Ni Arrimadas ni antes Rivera, y algún que otro político de Ciudadanos, supieron digerir los éxitos, así que como ha sucedido con otros partidos, Ciudadanos ha ido perdiendo votantes y consecuentemente presencia institucional en comunidades autónomas, ayuntamientos y en el Congreso de los Diputados.
Con el debate interno, las elecciones europeas y catalanes, se plantean si tienen que concurrir solos con sus siglas o se integran en el PP, para según algunos no desaparecer, o lo que es lo mismo, para que algunos sigan teniendo cargos y sueldos. Dos sectores están enfrentados, porque el PP ya ha dicho que ir en coalición, nada de nada, deben integrarse y concurrir con sus siglas. Otros en cambio prefieren ir con sus propias siglas. Así que, en este punto se encuentra la situación del partido que pisó el cielo y bajó al purgatorio. ¿Qué bando ganará el pulso? Pues puede suceder que se dividan: en Catalunya irán solos y en las europeas se integrarán en el PP. ¿Es una buena solución? No, la división es mala. Un partido de centro es siempre necesario. Supone equilibrar la balanza para que los extremos de la política no sean los que tengan la llave de la gobernabilidad. Sería un grave error que Ciudadanos desapareciera, aunque estén ahora en una travesía del desierto, que no gusta, pero que en ocasiones es necesaria. Así que solo queda esperar para ver cómo terminan las negociaciones de PP y Ciudadanos y de paso conocer quién será el cabeza de lista del PP en Catalunya, otra de las incógnitas que mantiene Núñez Feijóo.
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