Diplomada en Enfermería en la Universidad de Vigo en la EUE Meixoeiro en 1995.
Enfermera en el Sergas, con experiencia en los ámbitos de Atención Primaria y Especializada desde el año 1995. En la actualidad es la secretaria provincial de SATSE en Ourense y secretaria general de SATSE en Galicia.
Las enfermeras somos la gran fuerza laboral de la sanidad y este 8M queremos denunciar la discriminación y brecha de género laboral que sufrimos.
Nuestra profesión ha estado marcada históricamente por los condicionantes de género. El acto de cuidar ha sido siempre visto como algo propio de la naturaleza femenina, sin otorgarle valor productivo, ni profesionalismo, lo que ha provocado que la profesión enfermera haya sido, desde sus orígenes, poco valorada, poco reconocida y poco prestigiada.
Nuestra formación y competencias han crecido, pero no así lo han hecho nuestros derechos laborales y nuestros salarios.
Desde hace más de quince años sufrimos la discriminación de estar incluidas en una clasificación profesional que no es la que corresponde a nuestra formación académica, mientras otras profesiones con el mismo nivel de titulación están en una categoría superior. No podemos acceder a puestos de gestión, dirección de alto nivel y a grupos de investigación o docencia. No podemos liderar ni decidir sobre nuestro propio ámbito competencial.
Exigimos una nueva clasificación profesional que refleje nuestra formación, competencias y capacidad de liderazgo y que conlleve, además, una retribución justa y equitativa.
Ser una profesión mayoritariamente femenina también es un factor que ha influido en que aún no hayamos podido acceder a la jubilación anticipada voluntaria.
Otras profesiones eminentemente masculinas ya lo han conseguido hace tiempo porque siempre se ha vinculado la penosidad laboral con la dureza puramente física de las condiciones de trabajo, asociadas generalmente a profesiones mayoritariamente masculinas. Por el contrario, las condiciones de dureza psicológica y los numerosos riesgos de todo tipo a los que estamos expuestas de manera permanente no son reconocidas.
Sufrimos también estereotipos sexistas y retrógrados, dificultades añadidas para poder conciliar la vida profesional y personal y mayor número de agresiones físicas o verbales en el desempeño de nuestro trabajo.
Ante esta realidad, estamos hartas de la falta de apoyo institucional y de las promesas políticas que nunca se cumplen.
También de que nos den largas confiando en que dejaremos de insistir o que vendrán otros nuevos responsables públicos que se harán cargo de los problemas que tenemos. No lo vamos a consentir más.
Nos movilizamos el 8M en nuestros centros de trabajo para reclamar unidas que tengamos los mismos derechos, condiciones y oportunidades.
Exigimos, en definitiva, un cambio estructural que reconozca y valore adecuadamente nuestro trabajo en el sistema de salud, y no nos detendremos hasta conseguirlo.
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