Por si en su casa no hay ventanas

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Miro por la ventana para comprobar que llueve. Es una rutina sencilla y para la que se necesita: 1) Ojos 2) Una ventana. Podemos obviar hasta los dos elementos y sin necesidad de claraboya alguna, con los ojos cerrados, escuchar el estruendo que provoca el chaparrón por momentos. Es una lluvia pesada e intensa, acompañada de un viento que podría hacerte salir volando. Es la lluvia que prometieron los telediarios y que relatan con estupor al comprobar con imágenes en directo que, efectivamente, llueve insistentemente, como predijeron las escrituras.
 

Sin embargo, para acabar con cualquier atisbo de incredulidad, mandan al lugar de los hechos al periodista de turno, acompañado de un cámara que documente la peripecia. A pie del cañón, o de la playa en muchos casos, los pobres plumillas corroboran que sí, que hay un temporal, que la alerta roja no es exagerada, y que por favor los saquen de allí cuanto antes, que hace frío y se están mojando. Es lo que le ocurrió a la compañera Paula Filgueiras hace unos días, cuando peleó contra viento y marea -literalmente- durante una conexión en directo en la que quedó tan malparada como su pobre paraguas, retorcido por la ira de Eolo. 

 

Estoy cansado de ver como periodistas arriesgan su integridad de forma innecesaria. Cada vez que hay una tormenta huracanada, o una ventisca, o una inundación, allá están los periodistas y los camarógrafos, con el agua hasta la cintura o escarcha hasta en las pestañas. Me pregunto si no hay conexiones que sobran, si realmente hay que permitir que un periodista tenga que pasar por ese mal trago y, directamente, ponerse en peligro de esa manera. Incluso los espectadores lo ven innecesario y así se lo hicieron saber a una cadena que se defendió con el argumento de que “si fuese peligroso de ninguna manera lo hubiésemos hecho”. 
 

Pero sí lo hacen. Se aprovechan de que es nuestra vida, de que allá donde miremos hay un periodista dejándose la piel, ya sea un día a las 14h en Córdoba a 45ºC para contarte el calor que hace en agosto o en primera línea de fuego, ya sea en Gaza o en Ferraz estos días. Nos apasiona y nos mueve, nos saca de la cama de un brinco el saber que ese día tenemos que hacer una entrevista, cubrir un evento o asistir a un partido. Es el trabajo más cambiante del mundo, pero ni somos máquinas ni tenemos respuestas a todo cuanto pasa, por mucho que algunos nos califiquen de ‘periolistos’.

 

Precisamente esta semana se hizo viral un tweet de la periodista Estefanía Molina, donde relataba que la situación política la obligaba a cancelar un viaje porque su deber como periodista vocacional era ser testigo de un momento que es “Historia de España”. Lo siento, pero no. He sacrificado mucho para poder dedicarme a esto y sigo sacrificándome cada día en una profesión sin horarios fijos, pero no. Merecemos nuestra intimidad, nuestros ratos para la desconexión, para crecer también como personas lejos de la redacción. Es una vocación, pero no deja de ser un trabajo por el que percibimos una nómina, más alta o más baja y casi siempre menos de lo que nos gustaría, pero un salario al fin y al cabo. Somos la única profesión que denuncia, destapa y desnuda los abusos y precariedad de todos los sectores, menos del propio.

 

 

La “vida privada” como la llama Molina, o la vida como la defino yo, no puede esperar, porque son esos momentos por los que peleamos mientras escribimos hasta altas horas delante de la pantalla del ordenador o nos quedamos sin paraguas y calados de frío en la costa coruñesa. Nada sustituye a esos momentos, por mucho periodismo que te inyectes en vena, porque mientras que en el periodico nos pueden relevar sin mayor problema porque ya lo hará otro graduado, para nuestra pareja no somos sustituibles, ni nuestros amigos tienen un remplazo y hasta para nuestro perro somos imprescindibles. Si no fuese periodista no sé qué sería. Seguramente más ignorante y, en consecuencia, más feliz, por no tener que repasar cada día los horrores del mundo. Y si un día esto se acaba y hay que ir a la fábrica, se irá. Tocará levantarse y seguir intentándolo. No es el fin del mundo. De cualquier forma, no lo quiero probar. Por ahora, vamos a seguir con esto del periolismo y contarles si deben coger o no el paraguas, por si en su casa no hay ventanas. 


 

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