No voy a cansarles a ustedes con comentarios acerca de la batalla que libran entre sí barones, sultanas y periféricos varios. Considero que las posiciones y actitudes de todos ellos, aunque legitimas, están condicionadas tanto por intereses de carácter personal como territorial. Cualquier analista, u observador sensato, sabe que las dinámicas internas de los partidos –la de los emergentes también- no pueden sustraerse de la atmosfera política y social en que viven, ni de la sociedad que pretenden representar o gobernar. Mientras la vieja Convergència se pregunta qué cosa es, o cómo se llama, Pablo Iglesias descubre, por ejemplo, que dos más dos no siempre suma cuatro. El PSOE, por su parte, se bate a muerte en un triple frente. A la izquierda, contra Podemos y confluencias varias. A su derecha, contra populares y Ciudadanos. Dentro, contra pasado, inercias y mediocridad.
Sea cual sea la decisión que adopte el socialismo español respecto a la investidura de Rajoy o la coyuntura actual su opción va a conllevar desgaste, división y polémica. El socialismo hispano anda abocado a sufrir las consecuencias del debate hasta límites imposibles de ponderar en estos momentos. Permítanme, en esta tesitura, que apele a la ética de la responsabilidad de la que tanto hablo en su día Max Weber. Veamos. Hoy en España parece poco factible conseguir pactos estables que generen mayorías absolutas parlamentarias. El país no puede ni debe permitirse el lujo de perder el tiempo a la espera de otras elecciones generales a fin de año. Nadie aboga por ello, al menos públicamente, ergo…
Amigos, no planteo negociaciones secretas, ni pactos contra natura entre bastidores, con el PP y mucho menos entrar en un gobierno de centro derecha. Pido, tan solo, contemplar la posibilidad de una investidura para que la dinámica institucional y el país puedan echar a andar. Para, acto seguido, ejercer una oposición implacable que derogue -¡si se puede!- todo lo reaccionario y deleznable que nos trajo el gobierno de Mariano Rajoy. Facilitar el inicio de la gobernabilidad facilita también el ejercicio de la oposición, la hace posible. Obvio; pero ejercer como principal partido de la oposición exige también otear el horizonte más allá de los barones, las sultanas y los periféricos varios. El país está cansado de tanto guirigay y compas de espera. Unos comicios en diciembre podrían dañar seriamente la salud democrática de los españoles.
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