Antonio-Carlos Pereira Menaut, nacido en Santiago de Compostela en el año 1948, es jurista y Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago de Compostela (USC)
En este momento, Chile —ese querido país, pequeño en habitantes pero nada pequeño en curriculum vitae constitucional— está inmerso en una situación constituyente de la que podría salir una ruptura con su constitucionalismo histórico. España podría también verse así antes de no muchos años si el deterioro político e institucional sigue y no se da solución a la gran cuestión, la territorial. Las siguientes reflexiones se dirigen a cualquiera que pueda hacer, o influir en, una reforma constitucional o una nueva constitución.
El exalcalde de A Coruña Francisco Vázquez interviene durante una concentración para conmemorar el 42º Aniversario de la Constitución Española, en A Coruña (España), a 6 de diciembre de 2020
Reconozco que mi planteamiento suena contraintuitivo. Lo que a uno le brota es: “jamás; si consigo una mayoría suficiente la haré a mi gusto y medida, y además entenderé que con el respaldo de ese pueblo que me ha dado tal mayoría”.
Veamos. Lamento ser heterodoxo, pero lo que solemos llamar maquiavelismo no es realista. La gente da por sentado lo contrario: que, aunque inmoral, es innegablemente realista. No lo es. Nuestro consejero maquiavélico a la oreja nos dice: “juega sucio y triunfarás; el fin justifica los medios”. Pero no nos dice nada para cuando uno juegue sucio y no triunfe. Y, siendo la realidad como es, esto puede ocurrir un 50% de las veces, igual que un abogado deshonesto gana unos pleitos y pierde otros. Incluso quienes niegan que el mal comportamiento político pueda alguna vez ser vencido por el bueno (no faltan ejemplos históricos) tienen que conceder que puede ser vencido por otro todavía más inmoral pero más duro y eficaz. ¿Y qué le esperará, entonces, al jugador maquiavélico derrotado? Por realismo, reconocerá que si el vencedor le paga con la misma moneda —“el que a hierro mata, a hierro muere”— y con intereses, no se podrá quejar.
Francamente, aunque uno sea egoísta pero no tonto ni cortoplacista, ¿no será más práctico el juego limpio? Si uno va ganando una pelea el fair play le fastidiará porque le impedirá explotar el éxito al máximo. Pero en esta vida hay que prepararse más para los fracasos, las derrotas, la enfermedad y los accidentes que para los éxitos, las victorias, la salud y los viajes tranquilos. De lo contrario, las aseguradoras no existirían.
Moraleja: si usted tiene tanto poder como para reformar o hacer una magna carta, hágala para cuando gobierne su peor enemigo. Cuando el acuerdo fundamental ha volado (como en tantas sociedades hoy en día), sea usted realista y no caiga en la tentación de pensar una magna carta a la medida de sus preferencias o sólo para cuando gobierne usted, porque a lo peor gobierna pocas veces o nunca.
Si quiere usted protegerse para el día de la derrota política —sería ingenuo no hacerlo, como un abogado que no hiciera ningún plan para cuando pierda un pleito— redacte una constitución que le permita vivir, ejercer sus derechos y hacer política aunque el poder lo ocupe el mismísimo demonio con patas. Y que impida a éste invadir los terrenos de los otros poderes; y que le imponga unas mínimas reglas jurídicas indisponibles para el gobierno del momento y así sucesivamente.
Termino con un ejemplo. Durante la transición a la democracia los que llevaban la voz cantante (Suárez y su UCD, pero también el PSOE) optaron por un sistema electoral que, al premiar a los grandes partidos y castigar los pequeños, primase mucho la gobernabilidad sobre la representatividad y perpetuase el bipartidismo UCD-PSOE (o, después, PP-PSOE). Dejemos ahora de lado que es injusto y partitocrático y que, si los partidos no son muy grandes, disminuye la gobernabilidad, como precisamente vemos hoy. Volviendo a la UCD: cuando en 1982 perdió estrepitosamente las elecciones, ese sistema electoral —el suyo— no la hizo pasar del gobierno a la oposición. La hizo pasar a la desaparición.
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