Vivir un ascenso, un placer de modestos, del que entiende que los títulos son para otros, que el mundo de los millones y Mbappés no es el suyo, que él pertenece al de los equilibrios económicos para no desaparecer, del que regresa a la vida desenterrando el brazo de las profunidades de la tierra como Carrie, el de rastrear cada verano el nombre de ese delantero paraguayo que nos intentan colocar los periódicos, el de pensar que el próximo partido, el de Pamplona, Zaragoza, Ibiza o Tarrasa si fuese el caso, es toda una final, porque te puede sacar de la zona de peligro.