El silencio después de Bach

Manuel Vilas López

Ourensano nacido en Vilagarcía (1978). Coordinador de Galiciapress desde 2018. Licenciado en Periodismo por la USC (2000) , Diploma de Estudios Avanzados en Comercio Electrónico por la UDC (2002) y Máster en Publicación Electrónica por la City University London (2004). Ex-miembro de las directivas del Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia y del Sindicato de Xornalistas de Galicia.

El Ateneo Barroco programó esta semana El silencio antes de Bach, una película experimental sobre el mejor músico de la historia. No me sorprendió sentirme joven entre el público del cine Numax. En todos los eventos del ciclo, que lleva seis años programando con éxito el Ateneo de Santiago, la media de edad es elevada.

 

¿Por qué los auditorios no rebosan de jóvenes cuando programan Bach? Quiero creer que la principal razón es que no lo han escuchado, ya que Bach entra tan fácil como The Beatles o Taylor Swift. 

 

¿Por qué los auditorios no rebosan de jóvenes cuando programan Bach? Quiero creer que la principal razón es que no lo han escuchado, ya que Bach entra tan fácil como The Beatles o Taylor Swift. Igual sí lo han oído, en múltiples anuncios y bandas sonoras, pero nadie les ha explicado que tales virguerías salieron todas de un mismo magín, el de Johan Sebastian.
 

Con todo, los fans del refunfuñón no tenemos mucho de qué quejarnos. Su obra vive un momento de bastante popularidad, al menos desde una perspectiva histórica. 

 

Ya de joven fue reconocido como uno de los mejores instrumentistas de su tiempo. Los puntos se le caen de las manos, diríamos hoy ante el prospecto de nueva estrella en el draft. Sin embargo, cuando saltó a profesionales no pasó de la liga desarrollo, residente en capillas y cortes luteranas de provincias, con algún contrato de diez días en catedrales de primera y alguna aparición puntual en el palacio imperial, pero siempre lejos de play-off.

 

De carácter complicado, las oportunidades que tuvo para hacerse con un mecenas de más quilates las malogró a menudo él mismo y a posta; pese haberlas perseguido antes con ansia. Otras veces las dejó pasar por orgullo e intransigencia artística. Bach no aceptaba ir a la televisión a tocar en playback ni cedía sus piezas para anuncios de la Superbowl. 
 

Incluso la última y más importante ocasión que tuvo, la mandó al traste de una manera enrevesada, al negarse a bajar la cabeza ante nada menos que ante Federico II el Grande, alma mater de Prusia y, por tanto, de Alemania. Así lo narra Evening in the Palace of Reason: Bach Meets Frederick the Great in the Age of Enlightenment, maravillosa doble biografía que culmina con el desafío que le lanzó el ladino monarca. Cuando Federico, por fin, se dignó a recibir a nuestro viejo gruñón, Bach estaba ya pasado de moda. Para la nueva élite ilustrada, representaba una incómoda reliquia de antaño, cuando la música aspiraba a reflejar la falacia de Dios mediante la armonía y el contrapunto.
 

Así las cosas, no sorprende que tras su muerte su obra cayese en el olvido. Cuando se empezó a recuperar, unos 100 años después de la mano de Felix Mendelssohn, mucha ya había desaparecido. Sobreviven unas 1.128 composiciones, de unas 11.000 que bachianos como Christoph Wolf estiman que escribió.

 

El silencio antes de Bach reproduce la leyenda de su recuperación: Mendelssohn descubre a Bach de casualidad en las partituras viejas que su carnicero reutiliza para envolver pedidos. Vamos, que no escuchariamos la Pasión Según San Mateo si Mendelssohn fuese vegetariano. Sería toda una lástima, ¿no?


 

 


 

Pese a explotarlas, la película de Pere Portabella no se articula en torno a estas anécdotas, sino a una tésis central. Sin Johann Sebastian y el carnicero de Mendelssohn, nos habríamos quedado no solo sin docenas de obras maestras, sino que también jamás habríamos descubierto varios universos sonoros. Es decir, la música sería menos música sin Bach. De ahí el título del film.

 

Georgina Cardona en El Silencio antes de Bach
Georgina Cardona en El Silencio antes de Bach


En mi humilde opinión, careciendo de formación musical académica, creo que Portabella se equivoca varias veces, al menos dos. La primera, que no viene al cuento pero es muy llamativa, es la explotación del desnudo de una mujer como espejo de la belleza. El cuerpo desnudo del hombre también es hermoso, dicen. 

 

Segunda equivocación, que sí viene al cuento: si Bach hubiera muerto de niño -como murieron 11 de sus 20 hijos-, quizá no disfrutaríamos de las variaciones Goldberg, pero alguien compondría algo similar capaz de reconciliarnos con el mundo. Quizá peco aquí de materialismo, pero ya había Barroco y ya había contrapunto antes de Bach. Por ejemplo, Heinrich Ignaz Franz Biber.


 

En definitiva, me parece más productivo analizar el silencio después de Bach y no caer en la mitificación de El Silencio antes de Bach. Es decir, sería más productivo analizar por qué su obra cayó en el olvido y por qué aún hoy es un desconocido para la inmensa mayoría. 

 

 

¿Por qué no salimos de sus conciertos en manifestación berreando “¡Si te duele el alma, Bach te calma!”. ¿Por qué no  bloqueamos el estudio de la Radio Galega Música hasta que emitan tanto Bach como Bad Bunny, ese artista gallego tan necesitado de promoción?

 

 

 

Hagamos autocrítica.¿Por qué no salimos de sus conciertos en manifestación berreando “¡Si te duele el alma, Bach te calma!”. ¿Por qué no  bloqueamos el estudio de la Radio Galega Música hasta que emitan tanto Bach como Bad Bunny, ese artista gallego tan necesitado de promoción?  ¿Por qué no? ¿Por qué, tú, sí tú, no fuiste al concierto de Bach? 
 

Quizás porque hay sentimientos que las palabras no alcanzan a expresar. Por eso recurrimos a la música o a su ausencia, al silencio. Como escribió otro gruñón, que también goza de cierta popularidad entre la plebe, pero no tanto aprecio entre las elites ilustradas: “Hay cosas que solo se dicen con silencio y yo callándome te las digo”.

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