Las condiciones impuestas por Puigdemont son legal y éticamente inasumibles. La justicia debe ser controlada por el Ejecutivo, según él. ¿Es democracia o dictadura?
El gran teatro de la política suele acoger representaciones de obras dramáticas y cómicas. Los actores suelen ser los mismos que interpretan sus papeles según les convenga en cada momento. No es que el público acuda voluntariamente a disfrutar de la representación, no, es que los actores, sin permiso, se meten en sus casas y en sus vidas como si los espectadores forzosos fueran idiotas. Así es el trato que recibe la gente de buena parte de sus políticos.
Este martes, el fugado Carles Puigdemont, como había anunciado y tras la representación de rendición de un miembro del gobierno de España – la vicepresidenta Yolanda Díaz, gran actriz por cierto-, esa España a la que tanto critica fuera y dentro, comparecía delante de un atril, con la claqueta de sus correligionarios y los medios de comunicación para, con la solemnidad que él se atribuye considerándose la pieza principal e imprescindible para la hipotética investidura del socialista Pedro Sánchez, dar a conocer sus peticiones para apoyar la misma. Una carta a los reyes magos que es imposible de cumplir. Decía el escritor Ramón del Valle-Inclán que “en una historia de España, donde leía siendo niño, aprendí que lo mismo da triunfar que hacer gloriosa la derrota”.
En una actitud de provocación - para contentar a la parroquia dada la proximidad de la Diada del 11S- exponía sus peticiones a Pedro Sánchez para sentarse a negociar: una ley de amnistía y la realización de un referéndum. Estas son las condiciones para sentarse a negociar. Después vendrán otras, si es que al final el PSOE acepta las condiciones “previas”. Y es que el expresidente pretende que eso no sea una “chapuza”, sino un acuerdo histórico. O acepta las condiciones para que Junts le de sus votos, o que convoque nuevas elecciones porque dice estar preparado para cualquiera de las dos opciones. Me viene a la memoria una frase que repetía Ortega y Gasset: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo.”. Frases que no han perdido vigencia y mientras el mundo siga siendo mundo, continuará teniendo sentido y eso que el mando debe ser un anexo a la ejemplaridad.
Las condiciones impuestas por Puigdemont son legal y éticamente inasumibles. La justicia debe ser controlada por el Ejecutivo, según él. ¿Es democracia o dictadura? Borrón y cuenta nueva, es decir volver a lo de antes, sin miedo a que se les aplique la ley como a cualquier ciudadano. ¿Supremacistas? Es evidente que sí. Con este panorama tan alucinante que parece un sainete de los hermanos Álvarez Quintero, si no fuera porque el tema es grave, se espera una reacción inmediata del líder y presidente en funciones Pedro Sánchez, cuya mejor opción es convocar elecciones, sin pensárselo dos veces. No le dejan otra salida. Hay que recordar una frase de Ortega y Gasset que dice “el pasado no nos dirá lo que debemos hacer, pero si lo que deberíamos evitar”. No le falta razón al filósofo.
La reunión de Yolandita la Barbi y el huido Puigdemont ha servido para dejar en muy mal lugar a la vicepresidenta ¿Esas condiciones las sabía y estaba ella de acuerdo? Si es así, Europa debe estar partiéndose de risa o quizás de preocupación por el gran papelón que ha representado la vicepresidenta. Al final como diría un amigo, a Puigdemont hay que darle todo lo que pida y además un huevo duro.
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