Hay que ver la que están montando los políticos ingleses en los últimos tiempos, antes también. Sin entrar en los “conflictos” con los irlandeses y escoceses desde que al primer ministro, David Cameron, se le ocurrió la brillante idea de celebrar un referéndum que decidiera si su país, es decir el Reino Unido, debía irse o quedarse dentro de la Unión Europea. Allá por el 2016, los problemas surgieron y hasta la fecha se han agrandado aún más.
En la consulta, una mayoría de votantes decidieron que debían marcharse, y así lo hicieron. Significó un gran problema, con todo lo que lleva no formar parte de la UE. Entre ellos que el centro financiero más importante del mundo, conocido como la City, donde diariamente se compraban y se vendían productos financieros por valor de dos billones de dólares - la tercera parte del total de dinero que se mueve en el planeta- ya no sería lo que era porque una vez hecho efectivo el Brexit. Las instituciones financieras con sede en el Reino Unido perdían el acceso automático al mercado único, lejos del ilimitado que tenía hasta entonces la City.
El Brexit le costó el cargo a Cameron, que más tarde reconocería el error de su decisión. Luego llegó el primer ministro Boris Johnson, el rubio del pelo mal peinado, con callos en los codos de tanto empinarlos. La pandemia del Covid hizo sus estragos en todo el mundo y, como es conocido, en Inglaterra, mientras Johnson pedía a la gente no participar en eventos familiares, ni mucho menos ir de fiestas, él, en sede del gobierno se montaba las suyas: bebiendo, bailando sin la mascarilla ,que era obligatorio,... Un ejemplo del buen gobernante, coherente y responsable. Cuando fueron reveladas las “fiestas”, mintió como un bellaco y eso, muy a su pensar, le costó el cargo.
El partido conservador al que pertenecía Boris decidió hacer unas primarias para elegir al sustituto/a. Mientras los compañeros parlamentarios preferían a Rishi Sunak, los miembros del partido votaron por Liz Truss, que salió elegida para guiar el destino de su país, aunque por poco tiempo.
Cuando llevaba 45 días en el cargo, Truss presentaba su dimisión. Toda una serie de decisiones poco acertadas han sido la causa- presiones de sus compañeros también- de que tomara esta determinación a pesar de haber manifestado el día anterior que no pensaba dimitir. Nuevo lío para los conservadores y más preocupaciones para los ciudadanos, que sienten que sus dirigentes no están a la altura de las circunstancias.
Truss ha sido la primera ministra más breve que ha tenido el país. Ahora toca repetir la misma operación para escoger al sustituto o sustituta porque los conservadores, tal y como está su patio, no quieren ni oír hablar de unas nuevas elecciones que podrían perder.
Lo curioso de toda esta situación es que de nuevo se habla de la posible vuelta de Boris Johnson a suceder a su sucesora, algo que parece surrealista. Por cierto, Boris se halla de vacaciones en el Caribe, tierras más cálidas y lejos de las miradas acusadoras de sus “colegas”.
Lo que no hay que olvidar, porque la mala memoria se contagia, es que el exprimer ministro todavía está bajo investigación del Comité de la cámara después de haber sido acusado de engañar a los parlamentarios sobre las fiestas celebradas en Downing Street durante el confinamiento por el Covid. Si se determina que ha estado engañando al parlamento, Johnson podría enfrentar la suspensión de la Cámara o incluso perder su escaño. El código ministerial dice que se espera de los ministros que deliberadamente engañen al parlamento deben presentar su renuncia.
Así que los problemas en el seno de los conservadores y del propio gobierno siguen ahí copando cientos de páginas. Son ya seis años convulsos en el Reino Unido, añadiendo la muerte de su Reina Isabel II., que ha marcado un cambio de etapa en el país que aún sigue teniendo colonias por todas partes. Si Churchill levantara la cabeza, les daría un buen bastonazo a sus compañeros de partido.
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