“Una novia muerta, una novia menos” y otras píldoras de Albert Pla contra lo correcto y lo pretencioso
¿Hubo un tiempo donde alguien podía consolidar su carrera en el mercado español cantando “un policía muerto, un policía menos”, “un político muerto, un político menos” o “una novia muerta, una novia menos”? En cierta manera lo hubo, aunque no idealicemos el pasado; Albert Pla estaba por entonces, en los 90, y sigue ahora, en los 20, en los márgenes de la industria del espectáculo y ha sufrido la censura por letras como, precisamente, ésta. Sin embargo, hay que reconocerlo, el contraste entre la corrección política y el elitismo que hoy asfixian a la izquierda y a muchos artistas y lo disfrutado ayer en la Sala Capitol es abismal, refrescante y muy necesario.
Ya es complicado que un artista tire de sus grandes éxitos de hace décadas -pues eso es la gira Rumbagenarios, un grandes éxitos noventero con algunas creaciones más recientes- y la sala no apeste a naftalina. Pla lo logra disfrazando los temas con más impacto comercial de su larga carrera en un pastel sonoro de rumba -la esencia- y máquina, que no tecno, la vestimenta.
El resultado es divertidísimo y a buen seguro que este concierto en el Festival Cantos na Maré, al que asisten muchos programadores, le habrá servido para lograr más bolos. El músico tuvo en su mano al público desde el inicio desde la reciente “Bombas en Madrid” y hasta el himno republicano “Cartas al rey melchor” travestido de rap, quizá el tema con unos arreglos más forzados. Como primer bis, una sublime “Sufre como yo”, que escapó del disfraz maquinero y mantuvo su cariz de ranchera. Por el medio cayeron las famosas versiones de "Soy Rebelde", "Walk on the wild side" o "Pepe Botika (Dónde están mis amigos)". Por caer, hasta cayó "Bailaré sobre tu tumba", que cantó Julián Hernández antes de hacer de Muguruza, Kabezabolo y Robe en "Veintegenarios".
Máquina, rumba y ranchera son tres géneros propios de las clases populares en Cataluña y España. Uno de los muchos méritos de la carrera de Pla es haber derribado prejuicios en torno a ellos. ¿Cuánto le debe Estopa al camino que él abrió? ¿Qué artista puede poner a bailar rumba a una audiencia de maduritos y viejunos en una ciudad tan poco flamenca como Compostela, parte del previo gobierno nacionalista de la ciudad incluído?
El difícil papel de telonera en un festival tan ecléctico como Cantos na Maré le tocó a la gallega Azul Ferreira, una completa desconocida para la inmensa parte de los asistentes. Hubiera sido de agradecer que el público que no quisiese descubrirla guardase silencio o se fuese al recibidor, porque el jaleo resultó por veces ofensivo. Ferreira logró contagiar cierta melancolía con su propuesta ochentera e intimista pero claro, después llegó el interno Pla con las pastillas que había robado del botiquín y borró cualquier atisbo de melodrama, que buena falta hacía.
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