Les aseguro que para algunos periodistas de mi generación que han vivido en primera fila la llegada de Convergència al poder, los mandatos de Jordi Pujol y su desdichado final político, la sentencia del Caso Palau no era un tema menor y sí un desenlace largamente esperado.
Significaba, ni más ni menos, el certificado de que una manera de gobernar tocaba a su fin y que algunos de sus protagonistas eran condenados por un Alto Tribunal, del que se sentían inmunes, porque "el paraíso catalán" era solo suyo y la bandera, luego las banderas, les habían protegido de cualquier intento de sentarlos en un banquillo.
Llega tarde esta condena de la Convergència del 3 o el 4 por ciento. Pero para los que nos hemos movido al otro lado de esta desvergonzada manera de amar a Catalunya, lo que se ha dicho en este lunes 15 de enero por un Tribunal de Justicia de un país democrático, nos compensa de tanto desprecio procesional, y sobre todo, de ese insoportable aire de superioridad que ha protagonizado el inmoral mandato convergente, mal llamado PDeCAT, de los últimos 25 años.
Ahora todos sabemos que a esta sentencia le sucederán otras, Caso Gordó, ITV, Caso Pujol, ect., ect., que dejarán a sus protagonistas con las vergüenzas al sol y seguramente inhabilitados de por vida para la política y los negocios relacionados con la misma.
Si todo eso sirve para quitarle las ganas a los independentistas de seguir su ‘procés’ contra el Estado y los ‘altres catalans’, es algo que nadie puede predecir en estos momentos, aunque se puede adivinar fácilmente que Puigdemont llevará hasta el final su delirium tremens, porque su hoja de ruta es destruir las relaciones entre catalanes y españoles y nada ni nadie va a oponerse a sus intenciones, ya que, hacerlo, significaría autodefinirse como traidor a la República proclamada y eso no gusta a los que no quieren reconocer que se han equivocado.
Además, para ‘Cocomocho’, Jordi Pujol es ya prehistoria y Convergència y Artur Mas, su padre político y mentor, un par de molestas sensaciones, de las que ya toca desprenderse inmediatamente.
Saboreemos pues la sentencia contra los Osàcar, Millet, Montull y Convergència como si fuera un post-regalo de Papa Noel y sigamos su desarrollo hasta su firmeza jurídica, como si fueran los mejores momentos de nuestra vida, aunque solo sea por saborear la cara de zozobra que se les queda a quienes han robado tanto y durante tanto tiempo a la Catalunya que siempre consideraron su finca particular.
Como bien cantó el inmortal Facundo Cabral y tanto hemos repetido durante todos estos años de escarnio y corrupción:
¡Por fin!
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