El aviso al Reino Unido del inefable presidente Trump ha sido inequívoco: o con nosotros (USA) o con ellos (UE). Tal advertencia llega en un momento crítico en las negociaciones del Brexit. Tras meses de tiras y aflojas -y de interminables noches de cuchilladas fraternales en el seno del Partido Conservador británico- la premier May parecía haber conseguido un acuerdo en el seno de su gobierno para afrontar suavemente la salida británica (recuérdese que a medianoche del 29 de marzo de 2019, el Reino Unido abandonaría la UE).
Como es bien notorio, todo el empeño del ejecutivo inglés se ha concentrado en los aspectos económicos y materiales del divorcio con la UE. Poco -prácticamente nada- se ha hablado de otros asuntos como los culturales o el sistema de valores común que es fundamento del Estado del Bienestar, una invención europea remozada e impulsada tras la Segunda Guerra Mundial por el liberal inglés Lord Beveridge. El afán de reducir las relaciones sociales a la contabilidad material y económica de la existencia humana ha predominado por encima de cualquier otra consideración en este capítulo de desencuentros ariscos. Se dirá que, al fin y a la postre, money makes the world go round and round -el dinero mueve al mundo-, una visión prevalente -y hasta exclusiva- en el mundo que vivimos y que la globalización ha enfatizado hasta el paroxismo.
Theresa May consiguió un consenso de mínimos en el seno de su ejecutivo proponiendo un ‘acuerdo de asociación’, lo que implicaría que el Reino Unido, estando fuera del mercado común continental, se integraría en una ‘área de libre comercio’ que evitaría guerras mercantiles indeseadas por todos. Además, en la propuesta de May se contemplaban posibles contribuciones económicas británicas. Todo ello auspiciaba la consecución de una separación amistosa en vez de un divorcio agrio y destructivo. De esa manera, por ejemplo, se superaría el problema de la eliminación de la frontera física entre la República de Irlanda y la británica Irlanda del Norte. Es éste un asunto no menor y de especiales implicaciones políticas dado el apoyo de los unionistas norirlandeses al gobierno conservador de May.
Apenas pasadas unas horas del anuncio por parte de la premier del acuerdo interno gubernamental, dos de sus destacados miembros presentaron su dimisión mostrando abiertamente su disconformidad. Se trata de ‘pesos pesados’ dentro del Tory Party: David Davies y Boris Johnson. El primero era responsable, precisamente, de la cartera ministerial encargada de las negociaciones para la salida británica de la UE. Es un euroescéptico de larga trayectoria y de ideología reaccionaria expresada en su apoyo a la pena de muerte y por la restricción del aborto, los tratamientos de fertilidad, la investigación en embriones o los derechos del colectivo LGTB. Poco ha heredado políticamente de su abuelo que fue miembro del Partido Comunista de Gran Bretaña.
Podrá extrañar que actuales políticos influyentes en otras latitudes, como también es el caso de Matteo Salvini, el todopoderoso ministro de interior del gobierno italiano acusado no sólo de xenófobo sino hasta de parafascista, concurriese en las elecciones padanas de 1997 como candidato de la lista Comunisti Padani (Comunistas Padanos). Quizá en la cultura política española semejantes zigzagueos ideológicos y partidarios son menos frecuentes, algo incardinado en el secular repudio de las gentes hispanas hacia los 'chaqueteros'.
El segundo de los dimisionarios, Boris Johnson, es conocido por su exquisita instrucción formal y por haber sido un alcalde de Londres que a pocos de sus electores dejó indiferentes. En el gabinete de May ostentaba el importante cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Ha sido acusado en no pocas ocasiones de anteponer su ambición personal por llegar a ser él mismo premier británico a cualquier otra convicción política. Ahora es bastante probable que trate de liderar a los 'brexiters' románticos de su partido que prefieren el divorcio bronco y sin contemplaciones en vez de intentar un acomodo con la UE. El apoyo que le ha dado explícitamente Trump es una invitación a proseguir su pugna por el liderazgo conservador y su eventual ascenso al cargo de primer ministro.
Aparece nítidamente ante los ojos de propios y extraños la configuración de la Anglobalización según las ideas de Trump y sus consejeros áulicos.
Aparece nítidamente ante los ojos de propios y extraños la configuración de la antiglobalización según las ideas de Trump y sus consejeros áulicos. La aspiración no es otra que controlar el mundo financiero y económico mundial. Precisamente, la circunstancia de que el sector servicios, representativo de un 80% de la economía británica, estuviese fuera del acuerdo propuesto por May, ha aumentado las reticencias de aquellos financieros británicos que argumentan que la 'City' de Londres no necesita del resto de Europa y que el Reino Unido puede optimizar su posición financiera mundial sin ‘atarse’ a otros socios europeos.
El discurso antiglobalización de Trump, el cual ha insistido una y otra vez en su prioridad por America First -primero los Estados Unidos-, escondía una intención por conformar la anglobalización como objetivo final. Todo ello persigue apuntalar la hegemonía internacional de EEUU, junto con su socio menor del Reino Unido, en la conducción de los asuntos económicos internacionales. Se trata de una hegemonía estratégica que busca el establecimiento de nuevos acuerdos comerciales favorables a los países de la esfera de influencia anglo-norteamericana.
Poco importa en el momento presente que las élites financieras y los gabinetes de estudios -think tanks- estadounidenses y británicos de orientación neoliberal, los cuales abogaron en los últimos decenios por el funcionamiento sin cortapisas de los mercados nacionales internacionales, callen ahora abrazando implícitamente la causa proteccionista. Los aparentes beneficiarios de la Anglobalización serían las dos grandes plazas de las finanzas mundiales: Wall Street y la 'City' londinense.
El dilema para el Reino Unido se perfila en optar por una asociación subordinada a su antigua colonia norteamericana o apostar por la incierta construcción junto a otros socios europeos de la Unión Europea. Los británicos preferirían mantener su proverbial capacidad de negociación y asegurar su existencia en un equidistante portaviones atlántico -fortress Britain-, el cual se beneficiaría a su propia conveniencia de sus alianzas a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, según Trump ha llegado el momento para el Reino Unido de renunciar a los viejos amores europeos. O conmigo o sin mi…
Artículo original publicado en catalunyapress.es
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