Junqueras escenifica su vuelta al ruedo político frente a Puigdemont

Carmen P. Flores

El problema de esta sociedad es que todo transcurre demasiado deprisa. Los acontecimientos se superponen y lo que hace apenas unos meses, incluso unas pocas semanas, era una noticia importante, al poco tiempo —incluso en horas— queda relegado al pasado por otro suceso. Eso significa que se llega a recopilar tanta información que alguna habrá que enviar a la papelera del ordenador que es nuestra cabeza. Por eso, como decía Camilo José Cela, “a siete años de un suceso, el suceso ya es otro”. Quizás por eso, a la clase política, y especialmente a la dirigente, le resulta fácil afirmar muy convencida una cosa y, al cabo de un tiempo, decir otra sin que se le mueva un pelo. Para los que sean calvos, sin que la calva se les ponga roja, y no precisamente de tomar el sol.

Este fin de semana, Martorell, una población cercana al municipio de Sant Vicenç dels Horts, en la comarca del Baix Llobregat, donde vive el líder de ERC, Oriol Junqueras, se convertía en el centro de la segunda parte del congreso de ERC. Con su Puente del Diablo como uno de los símbolos del municipio, ¿tendrá algo que ver en el cónclave? En él, Junqueras y su mano derecha, Elisenda Alamany, se han desmelenado (más ella que él, por razones obvias). Algunos pensarán que ha sido una puesta en escena y una actuación genial del nuevo dúo político, que, como siempre, por aquello de la paridad que los partidos deben “cumplir”...

Junqueras necesita reafirmar su posición de líder y, además, demostrar que puede convertirse, según el momento, en aliado del Gobierno o en oposición pública, para no dejar que Puigdemont le coma el terreno. También necesita vender sus logros ante unos votantes muy parecidos: es la guerra de quién se vende mejor delante de su electorado. Para ello, nada mejor que la utilización de los medios de comunicación. Es la nueva estrategia de los republicanos.

El congreso ha aprobado la ponencia estratégica, un documento que marca su hoja de ruta para, según ellos, “recuperar la mayoría independentista en 2031”. Eso sí, no han puesto plazos para un hipotético referéndum. Se supone que eso formará parte de las peticiones a cambio de su apoyo al presidente Pedro Sánchez, teniendo en cuenta la carrera entre Junts y ERC por demostrar quién de los dos partidos consigue sacar más concesiones a los socialistas. Es la batalla de quién logra colgarse más medallas en su pecho musculado de mercadeo.

Como suele ocurrir en cualquier congreso, los discursos forman parte del guion. Ahí se puede apreciar quién la dice más gorda. Abrió el espectáculo la secretaria general, Elisenda Alamany (quien, por cierto, ha tenido un recorrido político que va desde Podemos, donde inició su andadura,  junto con los Comunes de la mano de su amigo Xavier Domènech, hasta llegar a ERC). Prometía “desacomplejarse”. ¿Lo ha estado alguna vez políticamente acomplejada? Es evidente que no. Además, con voz contundente, manifestó, entre otras cosas, que “seremos la herramienta para la libertad del país”. Estamos arreglados los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña si Alamany, con esos cambios ideológicos, nos va a liberar. ¿De qué? ¿No sería mejor que la ciudadanía catalana lo hiciera por sí sola? Las tutelas son malas, y todos son mayorcitos para que lo hagan por ellos mismos. Decía en más de una ocasión Charles de Gaulle que “he llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.

Como no podía ser de otra manera, cerró el acto el líder y ganador del congreso, Oriol Junqueras, evidenciando las diferencias entre los diversos sectores. Se visualizaron bastantes sillas vacías y algunos tuits con opiniones diversas (entre ellas, la de Carmen Forcadell, que no está muy contenta). Junqueras, en su mejor actuación, afirmaba estar convencido de que el partido que lidera tiene la mejor “receta de todas las posibles”. Y, como sabía que se estaban llevando a cabo las negociaciones para frenar la huelga de Rodalies de Renfe, echando una mano al acuerdo, apostillaba, sabiendo que sería aplaudido: “No nos merecemos un servicio tercermundista”. Y se quedó tan pancho.

No tanto un día después, cuando supo que Junts había colocado a un peón suyo y miembro de la ANC, Eduard Gràcia, en el Consejo de Administración de Renfe. ¿Qué opinará Junqueras ahora? Junts critica a Renfe, pero a la vez busca colocar a sus peones para seguir moviendo ficha. Han recuperado el espíritu del sector “negocio” de la antigua Convergència. Todo esto mientras los republicanos cerraban su congreso.

Decía Séneca que “lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad”.

Así que, colorín colorado, esta actuación, de momento, ha terminado.

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