En la memoria colectiva de la España de hace algunos años, quizás por la educación recibida durante la dictadura o por las reminiscencias de esta, lo cierto es que la sociedad en general sentía un gran respeto por la justicia, la iglesia, la clase médica y los maestros: eran colectivos casi sagrados, diría que venerados e intocables. A nadie se le ocurría hablar mal de ninguno de ellos. Con el transcurso del tiempo y la llegada de la democracia, que trajo consigo la libertad, las ventanas se abrieron de par en par dejando pasar aire fresco, barriendo el autoritarismo, aportando más educación, el no sentir miedo, el contar con más información... las cosas cambiaron.
Los privilegios de algunos componentes de estos colectivos venerados han interpretado mal el respeto que la gente sentía hacia ellos, pensando que podían seguir haciendo y diciendo lo que les viniera en gana. Esta actitud ha provocado una reacción contraria en la sociedad, que tampoco es saludable: no se puede pasar de un extremo a otro, como está sucediendo desde hace algún tiempo. Los médicos sufren violencia por parte de algunos de sus pacientes por diversos motivos. Los maestros y profesores padecen lo mismo: hay padres que los insultan, algunos les agreden y, además, hay alumnos que hacen lo mismo. La iglesia ya no cuenta con el predicamento que tenía hasta hace no tanto tiempo, ya que España es un país aconfesional, aunque sigue teniendo mucho poder, gozando de bastantes privilegios y, sin embargo, ya no recibe tanto respeto social. Decía Gandhi: "El respeto es una calle de dos vías, si lo quieres recibir, lo tienes que dar".
Muchos se preguntan qué está sucediendo en la sociedad: ¿se ha perdido el respeto? Visto así, la respuesta es que sí. Bien es sabido que "el respeto se gana, no se impone" y, en muchos casos, así es, mientras que en otros se intenta imponer por aquellos que tienen poder.
Una manzana podrida en un cesto favorece que al resto le ocurra lo mismo. Decir que todo el monte es orégano no es justo, pero en demasiadas ocasiones una manzana podrida puede pudrir al resto si no se aparta a tiempo. Es una lección bien sencilla que no necesita nada más que sentido común y voluntad de implicarse.
En la actualidad, la justicia, o mejor dicho, quienes tienen la obligación de impartirla, está atravesando una crisis de credibilidad ante la ciudadanía, y esta crisis sigue creciendo. Una gran mayoría ha perdido la confianza y el respeto por actuaciones que son más políticas que judiciales. Las fobias hacia los políticos han puesto de manifiesto que algunos hacen más política de partido que administrar justicia. Esto se vive día sí, día también: el juez Juan Carlos Peinado, instructor de la investigación sobre Begoña Gómez, la mujer del presidente Sánchez, ha lanzado el anzuelo y no lo suelta. Según un medio de comunicación, su señoría cambió las declaraciones de la directora de Recursos Humanos del Instituto de Empresa para poder imputar a su directivo, Juan José Gómez. Al parecer, el magistrado puso en boca de esta testigo unas palabras que no llegaron a ser expresadas por ella. Una acción que dice mucho sobre la ética de Peinado. ¿Pero no sabe que las declaraciones se graban? ¿Que siempre hay alguien dispuesto a descubrir la verdad?
Que el juez Peinado quiere llevar al límite el caso Begoña Gómez para fastidiar al presidente del Gobierno es notorio. Antes de jubilarse, como ha sucedido con otros magistrados, quiere llevarse por delante todo lo que no concuerde con su ideología. Aclarar que estoy convencida de que todos los jueces no son iguales, está claro que es así, pero que estos personajes se ven más, es evidente. Conozco al exjuez Pascual Ortuño, quien escribe en este diario, y es un ejemplo de trabajo bien hecho a lo largo de su carrera.
Si a la esposa del presidente se le demuestra con pruebas que ha hecho lo que no debía, habrá que esperar al juicio y ver los resultados. Después se verá qué ocurre, pero el circo mediático en el que se ha convertido no es de recibo. Peinado tiene una obsesión por Begoña Gómez en cuanto que es la mujer del presidente Sánchez. Quizás, si no existiera esa pequeña circunstancia, no pasaría nada. Está obstinado en pasar a la historia como el autor del derribo de Sánchez.
Otro ejemplo destacado es el del juez Aguirre, ya jubilado y estrella mediática en los juicios que afectan a políticos, como se ha podido comprobar. Después resulta que los casos que ha llevado han quedado en nada.
Llevar a cabo la instrucción y juzgar con derecho a ley debe aplicarse a todos los ciudadanos por igual, sin tener en cuenta lo que representan. Esto debe hacerse con la mayor discreción, sin permitir "fugas" de información ni filtraciones a políticos, periodistas… y aparecer en todos los medios como si de un actor o cantante se tratara. Por todos los casos que se han producido, antes, ahora y después, el respeto y la confianza en buena parte de los jueces ha desaparecido. ¿Cómo revertir esta tendencia? El colectivo tiene la solución en sus manos: "Cuando estés contento con ser simplemente tú mismo y no Lao Tse". Porque está demostrado que las buenas relaciones entre los jueces y la ciudadanía se basan en la confianza y el respeto mutuos.
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