Cuando los boxeadores de raza negra pasaron a dominar el boxeo mundial, allá por los primeros decenios del pasado siglo, comenzó a utilizarse la expresión “gran esperanza blanca”. Se hacía alusión entonces a que algún púgil de raza blanca haría tornar las cosas a su anterior “orden natural”. Es decir, que la supremacía de los blancos en el deporte del pugilato volviese a predominar como lo había hecho en tiempos de Jack Dempsey, tras el pasajero fulgor de Jack Johnson, primer afroamericano en proclamarse campeón mundial (1908-15).
Sin embargo, Joe Louis ratificó durante casi doce años (1937-1949) el dominio incontestable de los boxeadores negros en la categoría de pesos pesados, el cual se ha mantenido hasta nuestros días
En general, se alude a la “esperanza blanca” cuando se produce una situación que muchos consideran anómala o indeseable, esperando que alguien puede superarla con una actuación inapelable. La expresión conlleva implícita la aparición de un inesperado “outsider” ganador.
¿Es Emmanuel Macron, aspirante a la presidencia de Francia en las próximas elecciones del 23 de abril (primera vuelta) y, eventualmente, el 7 de mayo (segunda vuelta), la “gran esperanza blanca” en el país galo?
Hace apenas unas semanas, Macron era un político casi desconocido allende las fronteras de Francia, donde había sido Ministro de Economía (2014-16) en el gobierno socialista bajo la presidencia de François Hollande. Su pedigrí político, no obstante, estaba fuera de dudas, ya que se había formado como inspector de finanzas en la “Ècole nationale d’administration”, auténtico vivero de las élites sociales francesas.
Puede que su joven edad (39 años) no refleje un dilatado currículum de cargos y experiencias políticas. Tampoco dispone del aval directo de sus antiguos camaradas de partido. “La honestidad me obliga a deciros que ya no soy socialista”, declaró en agosto de 2016 tras abandonar el gobierno de Manuel Valls.
A continuación impulsó su plataforma política (“En marche!”) con el propósito de presentarse a las próximas elecciones presidenciales. Empero, a la hora de redactar estas líneas, Macron aparecía como el favorito a disputarle con éxito a Marine Le Pen el “ballôtage” de la segunda vuelta electoral.
En los últimos sondeos, Macron ha sido apoyado directamente por un 21% de los electores franceses, porcentaje que contrasta con el 24% de Marine Le Pen, la candidata de la extrema derecha francesa, xenófoba y abanderada de la “grandeur” del estado-nación francés en versión reminiscente del régimen de Vichy (1940-44). El candidato de la derecha republicana François Fillon, obtiene un respaldo similar al de Macron, pero en la hipotética segunda vuelta su victoria sobre Le Pen sería menor (56% frente a un 44%) que la de de Macron (59% por un 41%), si éste fuese finalmente el candidato opositor a la líder ultraderechista.
Coinciden muchos observadores en subrayar que el objetivo principal a dirimir en las próximas elecciones no es otro que el de frenar a Le Pen en la segunda vuelta. Importa relativamente menos si el candidato a derrotarla es un republicano o socialista. Los franceses dispondrán de la posibilidad de votar en mayor sintonía con sus preferencias ideológicas y políticas en las elecciones legislativas que se celebrarán pocas semanas después de las presidenciales (11 y 18 de junio).
Estando así las cosas, los diversos escenarios de futuro indican que resultaría improbable la victoria final de la candidata antieuropea. Pero los imprevisibles resultados producidos con motivo del Brexit y la elección de Donald Trump en EEUU, añaden mucha leña a la teoría de la imposibilidad del triunfo de Le Pen. El vértigo producido por los últimos acontecimientos políticos aconseja prudencia y determinación para evitar el desastre político en el Viejo Continente. Es mucho lo que nos jugamos respecto al provenir de la Europa unida.
Macron insiste que en los tiempos que corren la única soberanía posible es la europea: “Es la única alternativa para hacer frente a incertidumbres globales, los desafíos climáticos y las amenazas terroristas”. Se declara un europeísta convencido cuando nos está de moda decirlo abiertamente y sin matizaciones. Su equidistancia entre la derecha y la izquierda tradicionales parece ser un activo para movilizar a los franceses de ambos lados del espectro político.
En las próximas semanas que restan hasta el 23 de mayo se recrudecerá la intensidad de las campañas negativas. Al no habérsele encontrado ningún “esqueleto en el armario” en forma de corruptelas o apropiaciones indebidas, como ha sucedido con otros candidatos presidenciales, se volverá a insistir es su desmentida homosexualidad o en la “rareza” de convivir con una mujer casi veinte años mayor que él. Acostumbrados estamos a todo tipo de alegaciones con fines de descrédito político. Pero la constatación de que personas tan “irreales” como Nigel Farage o Donald Trump se salieron con la suya nos debería haber curado de espanto.
Tras el abandono de la UE por parte del Reino Unido, avalado incluso por el languideciente laborismo de Jeremy Corbyn, para impulsar con EEUU la anglobalización, Europa necesita del pulso vigoroso de Francia y Alemania. Macron es el único candidato partidario de un acuerdo estable con Alemania. Su valentía para proponer un eje franco-alemán se fundamente en la convicción de que los dos países poco pueden hacer por libre e individualmente: “Es necesario que Francia asuma sus responsabilidades sobre el plan económico y presupuestario y acometa las reformas debidas. Después, Alemania debe acompañarnos con más inversiones y un relanzamiento de la zona euro”.
Si alguno de los dos países centrales de Europa que celebran elecciones trascendentales durante 2017 países centrales falla, habremos dicho adiós a la realidad del modelo social europeo y al sueño de los franceses Robert Schumann y Jean Monnet de conseguir una “una unión sin cesar más estrecha entre los países europeos”.
Ahora más que nunca, la civilización europea libre, igual y solidaria asiste al envite de consolidarse o confrontar su muerte segura.
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