Parece que fue ayer y estamos despidiendo el año. En un abrir y cerrar de ojos, cuando la mayoría se haya comido las uvas, estaremos ya en los primeros días de un nuevo año que comienza a andar con pasos dubitativos e inciertos.
Estos trescientos sesenta y cinco días que hemos agotado no han sido precisamente como para echar cohetes. Este ha sido un año sin sentido, de vergüenza por el papel jugado por Europa con los refugiados, de insolidaridad, del fracaso de las encuestas, del desencanto de la ciudadanía, del avance de la derecha menos civilizada, del terrorismo, de los atentados, de los asesinatos y así podríamos llenar páginas de las cosas malas, asombrosas e injustificadas que nos ha deparado el 2016.
Pero lo peor de todo es que, si alguien no lo remedia, las expectativas de mejoras no aparecen en un horizonte lleno de nubarrones grises. ¿Será peor el 2017?, eso parece, aunque la esperanza es lo último que se pierde. Dicen que “después de muchos días oscuros, vendrá uno sereno”. A eso se agarra la ciudadanía, porque a algo hay que hacerlo.
No quiero entrar en las barbaridades que dicen algunos de nuestros gobernantes ni las actitudes de algunos partidos políticos, ni del descrédito de la justicia. Ya tendremos tiempo para ello en los próximos días.
La justicia va a tener trabajo con todos los juicios que se van a celebrar en el 2017, algunos de los cuales llevan años instruyéndose, para vergüenza de todos. Muy interesante va a ser conocer los resultados de los mismos.
La amenaza terrorista está ahí sin saber en qué momento y en qué país va a azotar cuando menos se espera. Los asesinos no duermen, ni piensan, solo actúan a las órdenes de sus dirigentes descerebrados pagados por algunos países del oro negro.
Decir que el mundo está revolucionado, siempre se ha dicho, pero en este momento, podemos afirmar que se ha vuelto loco. Una locura sin sentido, destructiva, nada solidaria, fuera de control y de consecuencias imprevisibles.
Con este panorama tan poco agradable debemos intentar entre todos que la “locura” pase cuanto antes y que la ética, la honradez, la solidaridad, en definitiva, los valores, retornen a esta sociedad más egoísta que solidaria, salvando las excepciones, que siempre las hay.
Que el miedo a enfrentarse a las injusticias que se ven cada día se aleje como las tormentas de verano y, mirar para otro lado cuando roban algunos gobernantes como si la cosa no fueran con ellos, no es ni bueno ni saludable, es más, acaba siendo también una sociedad corrupta.
La tolerancia en la convivencia es un signo democrático, no debe olvidarse. Nadie es superior a nadie, haya nacido aquí o en el Senegal. La superioridad de las razas, amén de ser un complejo de inferioridad, es signo de intolerancia y tiene un calificativo…
Por todo ello, y muchísimas cosas más, les deseo para todos un 2017 en el que sus objetivos se cumplan y que sigamos todos luchando por un mundo mejor. No es una utopía si entre todos lo intentamos.
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