Uno de los relevantes efectos (“no hay mal que por bien no venga”) que provoca la epidemia del coronavirus es lo de poner a cada quien en su sitio, mostrando al tiempo algunos de los importantes déficits de la democracia española.
Uno de los más significativos hace referencia a realidad de los medios de comunicación y opinión tanto en España como, por tanto, en Galicia. El tratamiento informativo que muchos medios, muy especialmente las televisiones y radios privadas, le están dando la esta nueva epidemia resulta claramente lamentable. Lejos de situar el problema en su justo sitio, una epidemia como todas de origen animal pero de la que se desconoce casi todo, se le da un tratamiento informativo que si en algunos casos parecería que estén transmitiendo un acontecimiento deportivo, tratando cada nuevo caso como si hubiese sido un gol, en otros adoptara una vía alarmista y sensacionalista con un guion sin ningún rigor, sin contrastar ni modular, y por medio de personas de reducido bagaje intelectual y nulo conocimiento científico pero que expresan opiniones como si fuesen dogmas, con unas formas histéricas que intentan transmitir alarmismo y dando grandes gritos como si cuanto más uno grita más razón tiene. Un espectáculo realmente lamentable. El coronavirus viene así a poner en evidencia una vez más como, junto a un reducido número de medios serios, rigurosos e independientes que informan responsablemente, hay una mayoría de altavoces que no están la altura del que sería menester en una sociedad plural, moderna y democrática.
Una información sensacionalista que impacta negativamente en sectores de la ciudadanía que parecen tener en estos medios su oráculo. Cómo explicar sino que, por caso, se hayan agotado las reservas de mascarillas cuando no hay base científica que justifique la necesidad de utilizarla excepto cuando se trata de personas afectadas o que hayan estado en zonas de riesgo (Sureste asiático, Norte de Italia). El uso de las mascarillas, como subrayan todos los expertos, es una medida totalmente innecesaria, no tiene fundamento científico y solo sirve para generar alarma. La máscara debe usarla únicamente aquella persona que comienza a tener síntomas, estuvo expuesta a la enfermedad o visitó zonas en las que hay casos confirmados. Esas son las únicas personas que deben ponerla, no el resto de la población. ¿Qué decir también de esa imagen de estantes vacíos en algunos supermercados, más propias de Argentina cuando el “corralito”, que vieron cómo en un escaso tiempo se quedaban sin existencias?
Imágenes, por cierto, profusamente difundidas por estos medios que propagan de manera tan sensacionalista continuas nuevas sobre esta epidemia. ¿Por qué no atendemos a los consejos y recomendaciones que, de manera regular, nos transmiten desde voces autorizadas de expertos y científicos hasta las autoridades políticas como, por caso, los representantes del gobierno español? ¿Por qué atendemos las informaciones sensacionalistas que carecen de un mínimo rigor?
Juntos a estas voces que anuncian consecuencias apocalípticas los hay también que aprovechan la ocasión para llevar el agua a su molino. Así nos encontramos con empresarios como, por caso, Foment del Treball, que de una manera oportunista quieren aprovechar la ocasión para hacer recortes del plantel y mismo despidos cuando no mermar los salarios. Afortunadamente el movimiento sindical reaccionó con rapidez y logró parar el golpe, cuando menos momentáneamente, que algunos ya habían preparado. No menos reseñable resulta en este caso la reacción del Gobierno español en la línea del movimiento sindical. No obstante, lo sucedido no deja de ser “un aviso a navegantes”.
Hablando del comportamiento de algunos empresarios qué decir de aquellos que de una manera oportunista pero también mezquina aprovechan para hacer negocio con la venta de mascarillas y desinfectantes. Qué decir del comportamiento de las multinacionales farmacéuticas que son participan en la elaboración de vacunas y fármacos si estos son rentables y mismo de hospitales privados que, a pesar de ser grandes beneficiarios de conciertos con la administración públicas, se niegan a poner sus medios y recursos a favor de la lucha contra esta epidemia. No estaría de más que esto sirviese para que los/las ciudadanos entendiésemos de manera definitiva que estas empresas privadas (farmacéuticas, hospitales y clínicas...) no buscan mejorarla salud y la calidad de vida de las personas, sino lo máxima ganancia, objetivos que, casi siempre, son contradictorios.
Pero no todo es negativo, pues también se producen hechos que tanto ponen en evidencia el enorme espíritu solidario de muchos ciudadanos españoles y gallegos, como la calidad de servicios públicos básicos. Así tenemos la actuación de los profesionales de la atención sanitaria pública que, una vez más, demuestran su mayor competencia y fiabilidad frente a privada. Profesionales, trabajadores todos, que por su contacto con los enfermos y con el público en general corren los mayores riesgos de contagio y transmisión por lo que deben tener, por parte de las autoridades, asegurada su salud y seguridad. Unas actuaciones profesionales que, ponen en evidencia y enorme superioridad de la atención sanitaria pública sobre la privada a pesar de los grandes recortes sufridos por la primera. Asusta pensar cómo estaríamos sin las redes y el personal del sistema sanitario público.
Basta con mirar lo que está pasando en la comunidad de Madrid, donde seguramente se dieron los mayores recortes y las más grandes privatizaciones, con un sistema sanitario público totalmente desbordado. Algo que puede, en cualquier momento, repetirse en otros territorios, como por caso Galicia, donde los recortes y las privatizaciones fueron también el norte de las políticas públicas sanitarias.
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