Hay palabras que expresan tantas cosas a la vez que son dignas de no ser olvidadas. En estos tiempos donde casi todo se justifica con la legalidad para ocultar la ética, como si estas fueran contrapuestas, hay una palabra -muchas más- que se está dejando de utilizar, que es decencia, en su más amplio sentido, que excluye el sentido mojigato que algunos quieren darle.
La decencia debe ser una de las piezas importantes de la sociedad. En la vida política, esta palabra está siendo polémica, por las actuaciones de demasiados personajes que hacen de la política un negocio de intereses. La política deberían conformarla la decencia, la honestidad y la responsabilidad, pero ¿es así? Dice el filosofo y pensador español Emilio Lledó que la política debe estar constituida por personas justas, verdaderas, con ideales colectivos, que no piensen en sus amigos, que no engañen a los ciudadanos, ni a ellos mismos.
Orwell lo llamó 'common decency', la decencia, la infraestructura moral básica que hacen personas de excelencia. No es el caso de la llamada clase política y dirigente. Es la gran asignatura pendiente de este país, que alguien algún día tendrá que poner en la mesa de debate. La ciudadanía está cansada del mal ejemplo de muchos de sus políticos, lo que hace que hayan dejado de creer en ellos. La regeneración, la decencia política -también en otros ámbitos de la sociedad es necesaria- se hace más urgente de lo que ellos creen. La sociedad no puede estar quedarse al margen de este debate, no son meros espectadores.
Estos días, la noticia del verano está siendo la situación angustiosa que se viviendo en el barco Open Arms, donde sus 107 ocupantes -inicialmente eran 151- llevan dos semanas de angustia y desesperación por la postura del gobierno italiano, que no los dejan desembarcar en el puerto de la isla de Lampedusa. Son 107 personas que buscan una vida mejor en una Europa, que ellos piensan que es justa.
La postura del ministro italiano Matteo Salvini, el populismo hecho político indecente está poniendo en cuestión el papel de la UE y la solidaridad de los países que la forman, amén del sentido humanitario del déspota y demagogo Salvini, que piensa que eso de la decencia no va con él. Habrá que recordarle que en la capital de Italia se encuentra la sede de la iglesia católica: el Vaticano. ¿Le dice algo este hecho insignificante al católico practicante que es este ministro?
La falta de decencia en la política se está poniendo de manifiesto también en situaciones como estas, donde el sentido de responsabilidad, solidaridad y justicia están brillando por su ausencia, como en otras muchas situaciones vividas.
La UE no puede seguir mirando hacia otro lado y dejar que siempre sean los mismos países quienes por razones humanitarias se hagan cargo de las personas que llegan en pateras o en barcos de ONG: Italia, Grecia y España, mientras el resto de países adopta la postura de que el tema no va con ellos. Eso se tiene que terminar de una vez. No se puede jugar con la vida y desesperación de las personas, no son mercancías, aunque algunos lo crean. El compromiso de solidaridad entre los países que conforman la UE debe ser real no solo en los múltiples papeles que elaboran y al final son papel mojado.
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