El fútbol camina hacia su autodestrucción. Quienes viven de él no son conscientes de que la vaca ya no puede dar más leche y que de seguir ordeñándola de esta manera acabará muriendo irremediablemente más temprano que tarde.
Si el futbol amateur está en la ruina, el de competición ya ni puede salvar a la Segunda División, que ya esta misma temporada ha visto cómo la competición se ha adulterado, porque un equipo ha desaparecido carcomido por las deudas. Los demás siguen a duras penas con la esperanza de ascender a la división de los más grandes para tener alguna posibilidad de tener algún futuro.
El caso de la Sociedad Deportiva Éibar, presidida por una mujer, se considera un hito extraordinario de sensatez y buena gestión, cuando esa manera de hacer las cosas debiera ser precisamente el camino a seguir por todos.
Los muy grandes, Madrid, Barça, At. de Madrid y pocos más quieren y conspiran para poner en marcha su Liga Europea, rica en ingresos para ellos, pero la ruina para las Ligas Nacionales de las que viven las Federaciones de cada país y con ellas los dirigentes más incompetentes y corruptos de este deporte, más bien negocio, que está perdido en sus más evidentes contradicciones y despropósitos.
Los vendedores de derechos de televisión y quienes reparten las millonarias cifras que manejan son los auténticos tahúres de un negocio que amenaza ruina, se mire por donde se mire. España, que es un país de fútbol -antes lo fue de toros y miren como está la fiesta- ha puesto unos precios que los pequeños bares de pueblo y hasta de ciudad no pueden pagar: ¡400 euros al mes!
Con esa cifra en la factura, un bar que ha de cobrar la cerveza a un euro a sus parroquianos y ha de pagar los seguros sociales y todos aquellos impuestos que les cobra el Ayuntamiento y la Comunidad Autónoma, además de la luz, el agua y mil cosas más, escoge si puede piratear el servicio y si le pillan y le dejan sin señal -que es lo que está pasando- finalmente quita el fútbol que le asfixia económicamente, aunque su forofismo merengue o culé le diga todo lo contrario.
Y así, como pasa con los cines o las sucursales de los bancos y hasta las farmacias y la sanidad, estamos destruyendo lo que da sentido a las pocas alegrías de la que disfrutaba la inmensa clase media que un día, no hace mucho, vivía con un pequeño margen de felicidad en este país.
Supongo que lo del fútbol y los bares donde se ven los partidos a Florentino Pérez y a Bertomeu les traerá al pairo y al “comunista” de Roures le sonará a estupidez periodística. Seguramente ellos sabrán ya cómo pagarán a las estrellas cuando no haya aficionados que les sigan. Son tan listos que uno aun se asombra de que la Academia sueca todavía no les haya concedido uno de sus famosos Nóbeles.
Yo, que he podido escuchar mientras contemplaba el Huesca-Barça los lamentos del propietario del bar andaluz que me acogía, me quedé con la angustia de su justa queja, y con ella el fundamento de la misma: Cobrar 400 euros al mes por la señal del fútbol a un bar de pueblo es un abuso. Y ahí me planto.
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