Hace unos días se cumplieron 20 años de la firma del Acuerdo de Viernes Santo (AVS). La conmemoración ha pasado de puntillas en los noticiarios siempre más atentos a los ‘vientos de guerra’ y la destrucción por venir en Oriente Medio que a la conmemoración del hito de la paz lograda en Irlanda.
El 10 de abril de 1998 los gobiernos británico e irlandés firmaron el Good Friday Agreement, el cual fue refrendado popularmente en la República de Irlanda e Irlanda del Norte, donde la mayoría de los partidos consensuaron poner término al sangriento período de The Troubles (Los Problemas) iniciado a finales de los años 1960. Durante ese tiempo de enfrentamiento entre nacionalistas republicanos y monárquicos lealistas murieron, según las estadísticas disponibles, más 3.500 personas a consecuencia de la violencia política.
Fueron varios las disposiciones suscritas en el AVS, entre las que cabe destacar el compromiso de paz entre los partidos políticos de la región y el uso de medios exclusivamente pacíficos y democráticos. Ahora la situación creada por el Brexit hace temer una vuelta atrás indeseada por todos que podría conducir nuevamente a una confrontación descontrolada y descorazonadora. La ensoñación neoimperial británica por abandonar la Unión Europea y por alinearse cual fiel ‘perro faldero’ a las tesis agresivas de la anglobalización apadrinada por Trump, pueden hacer descabalgar un acuerdo modélico en generosidad, pragmatismo y esperanza para el futuro político de la Irlanda como es el AVS.
Pese a la proclama de Theresa May de que ‘Brexit means Brexit’ (Salida significa salida), después del resultado producido un tanto espuriamente -se ha sabido ahora- en el referéndum celebrado en el Reino Unido el 23 de junio de 2016, la frontera entre los condados irlandeses del norte y del sur era inexistente en la práctica. Ambos estados miembros de la UE -República de Irlanda y Reino Unido- compartían como socios de la misma entidad supranacional la ‘gestión’ territorial de la Isla Esmeralda. Aquellos lectores que hubieran viajado en coche desde Belfast a Dublín, o desde Omagh a Galway, pongamos por caso, podrían dar fe de la sensación de no haber pasado ninguna aduana o control fronterizo durante el tiempo que ha estado vigente el AVS (y que aún hoy continúa estándolo).
Ya el Tribunal Supremo británico estableció hace un año que el gobierno de Theresa May no tenía el poder para iniciar las negociaciones del Brexit con la autoridades comunitarias sin la aprobación expresa del parlamento. En realidad el alto tribunal había dictaminado que el Brexit era incompatible como los compromisos adquiridos por el Reino Unido en el AVS, el cual la Corte Suprema consideraba como un tratado internacional que implicaba la ausencia de fronteras ‘duras’ en la isla.
Los resultados del referéndum sobre el Brexit en Irlanda del Norte arrojaron una mayoría (56%) a favor de que la provincia británica permaneciese en la UE. En Escocia así se manifestaron el 62%, mientras que en Inglaterra y el País de Gales votaron en contra el 53%. La participación electoral en Irlanda del Norte fue diez puntos menor que en el conjunto británico (72%). El desglose según los criterios prevalentes en esta sociedad profundamente dividida fueron esclarecedores: un 85% de los católicos votaron por continuar en la UE, mientras que sólo lo hicieron del mismo modo un 40% de protestantes. Según las afinidades políticas, un 88% de los que declaraban nacionalistas (republicanos que aspiran a la unificación de Irlanda) votaron a favor de permanecer en la UE, frente a 34% de los unionistas (curiosamente el 70% de norirlandeses que no se manifestaron ni nacionalistas ni unionistas, votaron ‘si’ a la UE).
Tras las elecciones británicas auspiciadas por Theresa May el 8 de junio de 2017, y que supusieron un fiasco para su Partido Conservador al perder la mayoría en la Cámara de los Comunes, el Partido Unionista Democrático ofreció sus 10 diputados para asegurar la permanencia de Theresa May frente del ejecutivo británico. Desde entonces, el zigzagueo político del gobierno británico no ha dejado de sorprender a propios y extraños.
En el último acuerdo de 19 de marzo de 2018 entre los negociadores británicos y comunitarios para regular la salida del Reino Unido de la UE, se avanzó poco -o casi nada- para despejar las dudas del asunto de la ‘frontera dura’ entre Irlanda e Irlanda del Norte. En realidad dicho acuerdo ha sido solo funcional al ofrecer un tiempo extra hasta finales de 2020 para concluir el período de transición del abandono británico de la UE. El gobierno de Theresa May ha aceptado una especie de limbo legal mediante el cual Irlanda del Norte permanecería dentro del mercado único y la unión aduanera europea a fin de preservar el compromiso de cooperación Norte-Sur irlandés fijado en el AVS. Ello mantendría una situación cuando menos ambivalente, ya que el gobierno de Theresa May necesita en la Cámara de los Comunes de los votos de los diputados unionistas norirlandeses para garantizar su mayoría parlamentaria.
Como bien apunta mi colega Adrian Guelke, aunque los amantes de la paz deberíamos celebrar el veinte cumpleaños de AVS, no hay grandes motivos para echar las campanas al vuelo. Él hace referencia al actual clima político con el auge del populismo, la crisis del modelo neoliberal, la austeridad e, incluso, las dudas de que el Reino Unido pueda sobrevivir en el futuro. Entre las amenazas a la paz en Irlanda del Norte, el Brexit se ha configurado por si sola como la más temida e indeseable. A ello añadiría a nivel global la beligerancia agresiva de una cierta cultura anglo-norteamericana. Britannia rules, piensan algunos, ¿o quizá America First…?
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