El presidente Illa restablece la normalidad institucional: Un buen gesto

Carmen P. Flores

 

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Este miércoles otro acontecimiento ha dado muestras, de momento, de que la normalidad institucion

al ha vuelto a Catalunya después de 9 años. Me refiero a que el nuevo presidente de la Generalitat de Catalunya, Salvador Illa, acudía al Palacio de la Zarzuela, para mantener la tradicional audiencia con el Rey Felipe VI tras ser elegido presidente. Esta situación que parecería un acto normal de cortesía, resulta que desde la presidencia de Artur Más, los presidentes que le siguieron: Carles Puigdemont, Quim Torra y Pere Aragonés, habían decidido que no acudirían a las audiencias del Rey, como muestra de que no “son vasallos”, ni le deben pleitesía. Una decisión compartida por los tres que no refleja la pluralidad y el respeto a la ciudadanía de Catalunya. 

Cuando un político pasa de candidato a presidente de Catalunya, debe cambiar la mentalidad: su papel es el de representar y trabajar para toda la gente, lo hayan votado o no.

 Circunstancia que en estos años no ha ocurrido, desgraciadamente. Por cierto, la ya exalcaldesa Ada Colau había tomado la misma ruta para hacerse notar.

 

La decisión de los tres presidentes no había gustado a una buena parte de los ciudadanos de Catalunya, no porque sean monárquicos, algunos lo serán, sino porque los cargos no están para decidir qué quieren hacer o no, no es su empresa, es el representante de un territorio y debe cumplir y respetar todo aquello que está dentro del marco de la Constitución. Los gobernantes tienen que hacer hasta lo que no les gusta, además les va en el sueldo.  El respeto no lo da un cargo, se gana en base a sus acciones y comportamiento. “El fanatismo es la peste del mundo moderno”, decía el polifacético filósofo francés Ernest Renan.

 

La democracia, es el mejor de los regímenes, hasta ahora, por ello, no solo hay que respetarla, sino cuidarla para que ésta dure. “Con la democracia se come, se educa, se cura”, decía el expresidente argentino Raúl Alfonsín. Lo demás viene después, cuando esas tres cosas se cumplan. No se puede anteponer otras pretensiones partidistas y saltarse lo que realmente quiere la gente.

La llegada de Salvador Illa al gobierno catalán ha traído, de momento,  tranquilidad y normalidad institucional a Catalunya, algo que se necesitaba después de tantas turbulencias... Decía Aristóteles que “la turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos”. La política, como la vida, está llena de gestos que define a quienes los practican.

La decisión del presidente Illa de restablecer la normalidad institucional, de tender puentes y llevar a Catalunya hacia una nueva etapa, es una buena y saludable cuando aún no se han cumplido los cien días de gracias que se le suele dar a los nuevos presidentes cuando son elegidos. ¿Quiere decir que Illa lo está haciendo todo bien? No. Hay  acciones y decisiones que ha tomado que no comparto, pero el que tiene la responsabilidad de gobernar es él y tendrá que dar explicaciones en su día si no acierta. Pero es justo decir que restablecer la normalidad democrática, colocar la bandera española - no soy de simbología- y tener como referente al expresidente Tarradellas no es una mala señal. Bien es cierto que a Tarradellas solo se parece en el blanco de los ojos.

 

Los ciudadanos de Catalunya esperan con expectación que el nuevo presidente no coja caminos que puedan llevar al equívoco y que, con eso del perdón, la convivencia y otras gaitas, se olvide de lo que todos esperan del nuevo presidente. Porque si se equivoca puede producir una situación de desencanto, cosa a la que están acostumbrados los que van a votar con la ilusión de un gobierno mejor.

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