Había en su día un torero que además de torear bien, tenía mucha gracia, su nombre Rafael Guerra, conocido con el apodo de Guerrita. Persona de gran ingenio siempre tenía una frase oportuna para cada momento. Una de ellas fue: “Lo que no puede ser, no es posible, y además es imposible”. Es de esas fases que se han venido diciendo desde entonces con bastante asiduidad.
“Lo que no puede ser, no es posible, y además es imposible” se puede aplicar a determinados personajes políticos que ostentan el poder y hacen un uso abusivo en beneficio propio. Son políticos que deberían dar ejemplo: respeto a las leyes, a la ciudadanía y a la justicia. Todo eso lo saben y sin embargo están por encima de todo y hacen lo que les viene en gana. Es el caso del presidente del Parlamento de Catalunya, Josep Rull, que en el poco tiempo que lleva en el cargo ya ha peregrinado dos veces a Waterloo para escenificar su apoyo a su jefe, recibir órdenes en directo y dejar a la institución en boca de todos. Rull no es un militante cualquiera de Junts, es el presidente del Parlament de Catalunya, donde están los partidos políticos que representan a toda la ciudadanía, incluidos los que no han ido a votar . Una actitud poco ejemplarizante que invita a las personas a actuar saltándose las leyes.
Rull, como muchos otros políticos con responsabilidades, hacen lo que quieren. Ya lo decía el filósofo francés de origen suizo Benjamín Constant poco después de la Revolución francesa: “Es inherente al poder traspasar sus propios límites, desbordar los cauces establecidos para su ejercicio y usufructuar parcelas individuales de libertad que deberían estarle vedadas”. Traducido en lenguaje que se entienda, el poder elegido democráticamente tiende a favorecer al que lo ejerce y sus allegados, en detrimento de la igualdad, la seguridad y la justicia.
Josep Rull, que fue juzgado y posteriormente indultado por su participación en el tinglado del procés, en su declaración delante sus señorías, justificó que “el Govern buscó la legitimidad apostando por el equilibrio entre el imperio de la ley y el principio democrático”. Esta afirmación es una de las bases de justificación del nacionalismo y se interpreta con la de coger a un rábano por las hojas.
Rull, el presidente del Parlament de una parte minoritaria de los catalanes, se olvida del cargo que representa y sabe perfectamente que sus visitas a Waterloo -¿pagadas con dinero público, transporte y protección de Mossos?- no solo no tiene justificación, sino que él mismo participó en la operación camuflaje que le permitió a Puigdemont escaparse de Barcelona para no ser detenido. ¿Qué credibilidad tiene Rull? Ninguna, y el respeto de la gente tampoco. Siempre lo digo, el respeto no se impone por el cargo, sino se gana por el comportamiento, que de momento no es muy digno que digamos. Lo mismo que criticar al Tribunal el Tribunal Supremo (TS) de "incumplir de manera deliberada la Ley de Amnistía”. … ¿ Habla de leyes?
Aún recordamos las palabras que dijo Puigdemont, cuando sin darse cuenta que había una cámara de televisión que no había apagado el sonido, le dijo a su asesor y amigo de huida Toni Comín que “el procés ha terminado, la República Catalana es imposible”. Una afirmación que fue emitida y escuchada por todos los que quisieron.
Josep Rull, que no es torero, ni tiene esa gracia que engancha, lo que puede hacer es representar dignamente a la institución que preside, ni hacer política de partido, porque aprovecharse del cargo, ni es democrático, ni ético.
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