Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020).
En Twitter: @Roisinho21
Esta semana España y otros países europeos escribieron un capítulo significativo en la corta historia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos al reconocer al Estado de Palestina. Esta decisión tan polémica, que lo que busca es contribuir a una solución diplomática de convivencia entre israelíes y palestinos mediante la propuesta de ‘Los dos Estados’, mereció las siguientes palabras de Israel: “Dañaremos a quien nos dañe”. Para el Estado sionista, que acostumbra a comportarse como un matón con todo aquel que osa llevarle la contraria, no hay nada más peligroso que el hecho de que algunos comiencen a pensar por sí mismos y ver al pueblo palestino como personas y ya no como los prisioneros de Israel en la cárcel al aire libre más grande del mundo, la que llevan gestionando a su antojo desde hace ya más de medio siglo.
En medio de este cruce de amenazas, un petardo voló por los aires parte del campamento de Rafah donde hoy se hacinan cientos de miles de palestinos refugiados en el sur, a donde los empujaron las autoridades desde el inicio de la guerra en octubre. El saldo, en cuestión de unos pocos días, es de más de medio centenar de civiles asesinados por el ejército israelí.
Mientras esto sucede, Israel sugiere que España es “cómplice” de “incitar al asesinato de judíos” y mantiene reuniones con el líder de Vox, erigido como un aliado de un genocidio que muchos de sus votantes no solo defienden, sino que niegan, como también negaron la ‘Solución final’. Israel encuentra en España aliados a su propuesta, ya que no solo la ultraderecha abraza las tesis de Netanyahu, sino que también el propio PP censura al Gobierno por ejecutar la proposición no de ley aprobada por el Congreso en 2014, con voto a favor de los populares que tenían entonces mayoría absoluta en la Cámara. Israel sabe que con la oposición española lo tiene fácil para vender su discurso, mientras que en la oposición de Irlanda o Noruega, que también reconocieron a Palestina, pincha en hueso.
Los demás países, y la mayoría de ciudadanos españoles, no asumen el discurso sionista porque los consideran los verdaderos responsables y cómplices de incitar a los asesinatos y al odio en este conflicto. Solo Netanyahu y su Ejecutivo, que siguen tensando una cuerda con la comunidad internacional sobre la que hacen equilibrismo los más de 36.000 civiles palestinos asesinados desde el ataque terrorista de Hamás en octubre, son responsables de que entre todos esos muertos haya en torno a 15.000 menores y unos 20.000 huérfanos entre los supervivientes.
Pensemos, por un momento, en esos pequeños a los que les han arrebatado absolutamente todo, sin padres, desplazados de sus casas convertidas en ceniza, condenados a malvivir como pueden entre los escombros de una zona de guerra y escuchando día sí día también como caen los proyectiles a pocos metros de ellos. Si te vas cada noche a dormir creyendo que mañana no despertarás, ¿cómo no buscarás explicaciones? ¿Cómo no querrás venganza? ¿Cómo no crecer alimentado por el odio y el miedo a los demás?
Esos niños crecerán -no todos, desgraciadamente- y es probable que unos cuantos se radicalicen. Es comprensible que lo hagan si hasta el Tribunal de La Haya les señala quiénes son los responsables de la barbarie que sufren en sus carnes. Es lógico pensar que si alguien les ofrece la posibilidad de revancha, ya sea en Cisjordania, en Tel Aviv, en Jerusalén, en Londres o en Nueva York, accedan a resarcirse contra aquellos que les provocaron tanto dolor, que les robaron la infancia y que asesinaron a sus familias con la complicidad durante muchos años de Occidente. Ya ocurre hoy, con grupos de insurgentes reproduciéndose en zonas que el ejército israelí creía controladas.
No, reconocer a Palestina como Estado no es una medalla para Hamás, es un toque de atención para Israel, que ve como va perdiendo apoyos y como su aislamiento es cada vez mayor. A cada bala Israel hace más profunda una herida que tardará décadas en cicatrizar. La sangría de Rafah y del resto de Gaza no hace más que regar las semillas del odio que solo el sionismo ha plantado, bombardeando hospitales, escuelas o campos de refugiados y utilizando el hambre como método de tortura y exterminio. Mientras, la solución de muchos es la de compartir una imagen creada por IA creyendo que así pararán la masacre. La solución para Palestina tiene que buscarse en las universidades, en las calles, en cada voto del próximo 9 de junio. Porque, si permitimos otros siete meses de guerra, ¿qué Estado va a quedar para reconocer? ¿Qué nueva crisis humanitaria nos tocará vivir? ¿Cómo no va a existir Hamás? Existirá desde este río de sangre hasta este mar de lágrimas. Hasta que quiera Israel. Hasta que el mundo lo permita.
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