Hace tan solo unos días, el Papa Francisco anunciaba, como si tal cosa, que concedía el derecho de voto a las mujeres en el Sínodo de los Obispos. Otra de la gran novedad anunciada es que no habrá auditores, como sucedía hasta ahora, sino que se incorpora otros 70 miembros, que no son obispos: sacerdotes, personas consagradas y laicos.
Los nuevos representantes serán elegidos por el Papa de una lista de 140 personas. De los 70 miembros, el 50% serán mujeres y se quiere también que los jóvenes tengan una participación importante. No obstante, el Sínodo de la sinodalidad, la asamblea, seguirá siendo una reunión de obispos, con una participación de no obispos, ya que casi el 75% de los integrantes seguirán siendo obispos. ¿Controlar la asamblea?, Así es, porque los cambios, al parecer, tal y como está montada la iglesia y lo anquilosada que está, deben ser paulatinos para no despertar más recelos de los que ya hay.
Las religiosas y las asociaciones de mujeres católicas llevaban años pidiendo que aparte de participar en la asamblea, donde se debaten y deciden temas importantes de la iglesia, querían votar el documento final que sirve al Papa para tomar decisiones.
La medida ha sido calificada como un paso más hacia una iglesia más abierta y progresista, cosa que está costando lo suyo. ¿Tendrán las mujeres más presencia en la Iglesia? Los tiempos indican que la apertura es imparable si no quieren seguir perdiendo más fieles. Otra cosa es el ritmo con el que se vayan produciendo.
La llegada del Papa Francisco al Vaticano ha significado la entrada de un soplo de aire fresco en la institución, Es la primera vez que el pontífice de Roma proceden de Latinoamérica y además jesuita, con una visión distinta de lo que debe ser el papel de la jerarquía, y su forma de servir al prójimo. Desde su llegada, el Papa Francisco ha sido una figura incómoda tanto eclesiástica como política, por su posicionamiento ante determinados temas que nunca la iglesia hasta entonces se había atrevido a planter: el aborto, el respeto por el medioambiente, el capitalismo, la inmigración o el matrimonio gay. El pontífice se había planteado llevar a cabo una iglesia más moderna, más social y con nuevos retos geopolíticos. En más de una ocasión ha dicho que “no se puede vivir de una manera y hablar de otra”.
En estos 10 años que lleva al frente de la Iglesia, el sucesor de Pedro ha trabajado intensamente en predicar una Iglesia más social con la pobreza como eje, presionar a los gobiernos contra las guerras y las crisis de refugiados, extender el mensaje por el mundo y concienciar sobre el medioambiente. Se ha implicado en conflictos haciendo de mediador y no ha duda en posicionarse en determinadas cuestiones que han molestado a más de un gobernante.
Sin prisa, pero sin pausa- con permisos de la parte más recalcitrante de la iglesia-, el Papa Jesuita ha ido tomando decisiones que propician que muchos de los católicos no practicantes piensen que algo se está moviendo en los pilares y el comportamiento de la Iglesia. La decisión de ir dando paso a las mujeres en determinados estamentos es un hecho histórico de compensación a las mujeres y que estas puedan tener su papel, como un modo más de avanzar hacia la “modernidad” la apertura y la transparencia que tanta falta hace. Una de las muchas frases que ha dicho el Pontífice: “Sufro si las veo como servidumbre (sobre el papel de las mujeres en la Iglesia”. Pues ahora parece que ha empezado a subsanar el error histórico que se había perpetuado con las mujeres en la Iglesia.
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