Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020).
En Twitter: @Roisinho21
A principio de temporada, Sergio Ramos dijo que “la ignorancia es muy atrevida”. Una frase que, en boca del central merengue, puede tener más de una lectura. Elijamos el cariz que elijamos a la frase, la cuestión es que esa fue la respuesta que le dedicó el camero a Antoine Griezmann, ya que el francés tuvo el “atrevimiento” de afirmar que, hoy por hoy, se sentaba en la misma mesa que Messi y Cristiano, en lo referido al plano individual del fútbol de cada uno. Unas palabras que, meses después, y un días después de que Messi venga de dar su enésima exhibición de fútbol ante el Manchester United, no hacen más que reafirmar al rosarino y evidenciar que él, y solo él, está por encima de los demás. Muy por encima.
No puedo hablar por boca de Cristiano, hoy fustigado por haber caído ante un Ajax sinfónico que resulta toda una alegría para los sentidos, pero me veo con potestad para hacer una editorial sobre Leo a raíz de las palabras de Antoine, que todavía resuenan en mi cabeza y en la de muchos. Solamente porque, al fin y al cabo, mi fanatismo ha llegado un punto en el que en ocasiones puedo predecir que va a hacer ‘La Pulga’, aunque resulte contradictorio cuando es tarea imposible adivinar lo que va a hacer alguien empeñado en convertir lo extraordinario en algo cotidiano.
La genialidad de Messi ha llegado a ser incluso anodina, y sus fieles pueden llegar a intuir en que está pensando el Rosarino. Preocupa pensar que nos hemos habituado tanto a su divinidad que muchos ahora le reprochan ser mortal, como el resto de los terrestres. Al colocar el balón en una falta, vemos si tiene intención de mandarla al palo del portero, por encima de la barrera o por debajo de esta. Al levantar la cabeza y otear el horizonte, telegrafía un pase raso y profundo para el desmarque de un compañero o dibuja un cambio de banda que llega al pié de un aliado. La cuestión es que aunque sea un libre directo o un slalom, sabes lo que va a hacer, pero nunca cómo o cuando. Pregúntenle sino a Fred, que aún busca una sotana que le evite la humillación con la que le fustigó Lio. Todo en Lionel es lógico. Todo en Lionel es sorprendente.
A la mesa con Messi se pueden sentar todos, porque hay sillas de sobra. En su mesa tienen sitio Griezmann, Hazard, Bale, Neymar, Coutinho, Benzema, Cristiano…y en el orden que quieran sentarse. Pero si te sientas a la mesa con papá, el primero en comer es papá. Y para papá el filete más grande. Y una vez haya terminado papá, y siempre y cuando no quiera repetir, o pedir postre, o tomarse un cafecito con su buen chorrito de coñac acompañado de un purazo, solo a partir de ahí, los demás pueden empezar a comer ante la atenta mirada del diez. Y comen las sobras, lo que Leo le permite a los demás.
Messi es la mesa. Messi es el plato, los cubiertos, el vaso, el mantel y las jarras de agua y vino. También es el techo, las paredes, las puertas, las ventanas y las baldosas. Messi es toda la estancia. Es el aire que se respira y la luz con la que se ve. Messi es a la vez tortilla, huevo cocido, huevos revueltos, huevo crudo y huevo frito. Messi es el sabor y Messi sabe a fútbol. Messi es todo. Menos el balón, su fiel compañero, aquello que le hace ser único, el pañuelo con el que ejecuta todos sus trucos de magia. Messi es Messi gracias al balón. Y el balón pronto dejará de significar nada si no lo conduce Messi.
A Messi, como al balón, hay que echarle de comer aparte.
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