Cuando el gobierno griego, que dirigía SYRIZA, por medio de su brillante Ministro de Economía, Yanis Varoufakis, solicitaba de las autoridades comunitarias (Consejo de Europa, Comisión Europea, Banco Central Europeo) un mayor margen de maniobra fiscal para poder atender a una doble frente: la gravísima crisis social que atravesaba Grecia y los deberes derivados de su enorme deuda. Cuando Yanis Varoufakis apelaba a lo que pasa por ser uno de los principios de la Unión Europea, la solidaridad entre estados, la socialdemocracia europea alineada con los liberal-conservadores le contestó que NEIN. Ni una sola voz salió en apoyo del maltratado pueblo griego. Más aún, quedó claramente en evidencia que se trataba tanto de “darle una lección a los griegos”, por haber votado a las izquierdas antisistémicas, y “un aviso a navegantes” de que los tratados firmados están escritos en piedra y son de obligado cumplimiento para todos los estados independientemente de la coyuntura que atraviesen y del gobierno que voten.
Así, y bajo amenaza del BCE (Banco Central Europeo) de dejar sin liquidez tanto a los bancos griegos como a las propias administraciones públicas, lo que tendría supuesto a bancarrota del país, el gobierno griego se vio obligado a firmar uno de los programas de austeridad más duros de la historia europea, equivalente al que tuvo que firmar Alemania luego de la II Guerra Mundial. Un tratado vergonzoso (el 40% del PIB tiene que destinarse al pago de la deuda) que le hizo a Grecia retroceder décadas, colocando a la mayoría del pueblo griego en unas condiciones de penuria y retraso de las que le costará infinito salir.
El argumento utilizado por los “vencedores” fue el de que todos los estados de la UEM estaban obligados, siguen estando, a cumplir los deberes fiscales y monetarios que fijan una serie de tratados firmados en su día (Tratado de Maastrich; Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la UEM; Tratado Constitutivo del Mecanismo Europeo de Estabilidad -MEDE-) y que Grecia no podía ser una excepción. Que, por otra parte, si Grecia se encontraba en una situación recesiva era porque “había vivido por encima de sus posibilidades”. Grecia había dilapidado muchos recursos públicos, con una deuda pública disparada (jamás las autoridades europeas entraron en el análisis de las causas de esa deuda y mucho menos de quien se beneficiaba) y que ahora tenía que purgarse. Ya se sabe, la purga que sana... o mata.
Luego ningún partido socialdemócrata europeo, ninguno de sus dirigentes levantó la voz para denunciar el cruel trato al que se estaba sometiendo al pueblo griego y mucho menos denunció las consecuencias que tendría el acuerdo que se le obligaba a firmar. Ninguno levantó la voz porque si echábamos un vistazo a historia de la UEM comprobaremos como la socialdemocracia europea tuvo siempre un papel relevante, decisivo en la redacción y aprobación de los tratados que firmaron en piedra las políticas “austericidas” para toda la zona euro. Políticas que, por caso, convirtieron lo que era una crisis financiera (2008) en una gran recesión (2009...) y que dispararon las desigualdades sociales y territoriales en el seno de la Unión Europea hasta niveles desconocidos en su historia.
Los argumentos utilizados de aquella son los que ahora vuelven a utilizar Alemania y Holanda frente a España, Italia y Portugal para negarse a apoyar la emisión de eurobonos que ayuden fiscalmente a los estados europeos a hacer frente a nueva recesión. De nuevo “se acusa” a los estados solicitantes de no haber hecho bien sus deberes. De nuevo, y contra todas las lógicas económicas, se les señala el camino del rescate (MEDE) para obtener financiación. Un camino, el peor de todos los posibles, que como ya se sabe impone sacrificios durísimos y controles externos que suponen una pérdida grande de soberanía. Un camino que lleva a ninguna parte má que a ahondar en la recesión e incrementar las desigualdades y la pobreza. Un camino que incrementa las deudas públicas y privadas, sigue destrozando el estado de bienestar, dispara el desempleo y la precariedad pero incrementa también las ganancias de la grande banca europea y se aleja aún más de los objetivos fijados por la Unión Europea. Un camino que “castiga” la unos estados para beneficiar a otros.
¿De esta aprenderá la lección la socialdemocracia del sur de Europa? ¡Ay, sí el viejo Engels levantase la cabeza!
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