Los resultados de las elecciones generales celebradas en el Reino Unido han producido lo que en la jerga política británica se conoce como ‘parlamento colgado’. La expresión ‘hung parliament’ hace referencia a una Cámara de los Comunes en Londres donde ningún partido posee la mayoría absoluta. Pocas veces se ha producido una situación así. El argumento para evitar semejante escenario ha sido empleado frecuentemente como arma electoral para evitar gobiernos "débiles" y la habitual fragmentación de los sistemas proporcionales en la Europa continental.
La expresión ‘hung parliament’ hace referencia a una Cámara de los Comunes en Londres donde ningún partido posee la mayoría absoluta
Tras la celebración de las elecciones legislativas, el encargo de la Reina al/la líder del partido mayoritario ha sido generalmente un mero ritual formal e incontestado por la fuerza de los números. El generoso plus en número de escaños facilitado a la formación ganadora del voto popular es característico de las democracias con sistemas de escrutinio uninominal mayoritario, como es el caso del Reino Unido. El conocido como ‘first-past-the-post system’ del bipartidismo imperfecto británico permite que trasvases de votos moderados, y en ocasiones marginales, entre las dos grandes formaciones cambien el signo del gobierno y sus políticas puedan implementarse sin necesidad de consensos interpartidarios.
Ése fue el caso de Margaret Thatcher, quien al frente de los Tories ganó las elecciones de 1979 con un 44% del voto popular, el cual se tradujo en un 53% de los escaños. Posteriormente, sus políticas gubernamentales fueron la antesala programática del hegemónico neoliberalismo no sólo en Gran Bretaña. Imitando algunos de sus programas le siguieron buena parte de los gobiernos de los países del hemisferio occidental, incluidos aquellos más refractarios a las recetas de economía política anglosajona, como Francia o Alemania.
El paralelismo entre May y Thatcher no va más allá de haber logrado ser lideresas de un mismo partido conservador. A diferencia de la 'dama de hierro', la actual premier se ha quedado ‘colgada’ en su intento de incrementar la mayoría absoluta conseguida en la pasadas elecciones de 2015. En realidad ha perdido escaños y la ansiada mayoría parlamentaria. Argumentaba May que con un parlamento renovado e incontestablemente favorable a un Brexit duro, ella estaría en una disposición ideal para negociar el abandono británico de la Unión Europea.
Empero, una significativa parte de los electores ha entendido que ella es una lideresa débil en sí misma y, sobre todo, marrullera. Se hizo con el control del partido tras la dimisión de David Cameron por los resultados negativos en el referéndum del Brexit. Poco importaba entonces que ella no representase al ala más intolerante de los anti-UE. En realidad se la consideraba como una tibia partidaria de dejar las cosas como estaban con la UE. Luego vino su famosa declaración de ‘Brexit is Brexit’, tras su éxito en la conspiración política interna por los puestos de mando del partido conservador. Había sabido maniobrar para aprovecharse de la ’ventana de oportunidad’ que se le presentó para postularse como lideresa. La apoyaron entonces miembros destacados de la formación Tory como el ex alcalde de Londres y actual Ministro de Exteriores, Boris Johnson, el cual a buen seguro vela ahora sus armas para un eventual asalto al liderazgo conservador.
Con la inesperada convocatoria de las elecciones generales del 8 de junio, apenas un par de años después de las celebradas el 7 de mayo de 2015, May tenía en mente objetivos diversos. En primer lugar, pensaba en la recuperación del electorado de UKIP, partido que provocó la desafección de no pocos electores tradicionales conservadores. Quizá el objetivo más apetecido por May, apoyado puntualmente por todas las corrientes internas conservadoras, fue el de descabalgar al líder de la oposición, el laborista Jeremy Corbyn, y sumir al Labour Party en una crisis próxima a su irrelevancia electoral, como ha sucedido con otros partidos socialdemócratas europeos.
En los dos últimos años, Recuérdese que Corbyn ha estado muy cuestionado en su propio partido y, aunque en los últimos congresos laboristas ha renovado holgadamente su condición de líder laborista, la mayoría de los diputados laboristas en la ‘House of Commons’ no estaban en sintonía respecto con su línea política y lo cuestionaban abiertamente. "Con él nunca volveremos al gobierno", era el latiguillo repetido por numerosos diputados laboristas 'de a pie' (backbenchers).
"Con él nunca volveremos al gobierno"
Resulta que ahora el ganador ‘moral’ de las elecciones es, indiscutiblemente, el propio Corbyn. Ha sabido rentabilizar espléndidamente su perfil de persona fiable y sincera, pese a las acusaciones de peligroso izquierdista, proclamadas torticeramente a los cuatro vientos por los ‘poderes fácticos’ británicos. Sin duda Corbyn se ha beneficiado de un clima de desconfianza hacia May por parte de amplios sectores sociales, principalmente entre el electorado joven.
Los resultados abren un período de incógnitas varias. Respecto a la política interna británica, los conservadores hallarán consuelo en los resultados obtenidos en Escocia, donde planeaba la posibilidad de que la jefa del ejecutivo, Nicola Sturgeon, promoviera un segundo referéndum independentista a resultas de la amplia mayoría de escoceses a favor de permanecer en la UE. En Escocia, el Partido Conservador ha sido el segundo partido más votado, aunque ha quedado muy lejos de sus mejores resultados obtenidos en 1951, cuando obtuvo un 50,1% de los votos populares y una mayoría absoluta de escaños. Ahora la mayoría absoluta de escaños sigue en manos de los nacionalistas del Scottish National Party (35), pese a que han perdido 21 diputados en Westminster respecto a las elecciones de 2015.
Sin duda las implicaciones de los resultados electorales para las futuras relaciones con la Unión Europea son las de mayor peso político e institucional. Antes de las elecciones, el mensaje de Theresa May era el de conseguir una mayoría inapelable como mejor fórmula para negociar la salida británica de la UE. Se trataba, implícitamente, de no negociar y adoptar una postura de descarnado enfrentamiento con Bruselas y Estrasburgo. Ello habría reportado a May, y buena parte de los nostálgicos del Imperio Británico, suficiente munición para contentar al 52% de los británicos que votaron por el Brexit en el pasado referéndum del 23 de junio de 2016.
Antes de las elecciones, el mensaje de Theresa May era el de conseguir una mayoría inapelable como mejor fórmula para negociar la salida británica de la UE
Corbyn se ha comprometido con un Brexit ‘soft’ (blando) y por un convenio de regulación con la UE amistoso y de común acuerdo. Quizá la presente situación le permita ejercer su influencia para conseguirlo, habida cuenta que los otros partidos presentes en Westminster son europeístas y proclives a mantener relaciones de buena vecindad con el resto de la Europa continental (Ej. los liberales demócratas o los nacionalistas escoceses). Quién sabe si hasta fuese posible plantear un Brexit que facilitase una vuelta del Reino Unido a la UE en un futuro no lejano. Nada es inmutable, ni predeterminado…