¿La desinformación ha degradado tanto el sistema político que ya no puede funcionar más?
Los politólogos norteamericanos Christopher Achen y Larry Bartels de la Universidades de Princeton y Vanderbilt han publicado un manual llamado Democracia para realistas. Ahí llegan a la conclusión de que los electores y militantes de un partido político, al contrario de lo que sería lo ideal en una sociedad democrática, no se informan lo mejor posible antes de tomar una decisión. Su comportamiento no está determinado por el flujo de informaciones sino más bien por el concepto de identidad. No se trata de lo que piensen, sino quienes son. Incluso estos electores y los militantes adaptan o transforman en caso de duda las informaciones de tal modo que encaje en la percepción cosmopolita del grupo al que pertenecen. Por lo tanto, no son objetivos concretos los que determinan los resultados electorales sino la búsqueda de una identidad, de una patria, de un grupo, de una familia o donde cobijarse. Las mentiras, fábulas y la irresponsabilidad son la cara de la democracia.
Según Achen y Bartels, los votantes -incluso los militantes de las formaciones que se suponen que están bien informados y políticamente comprometidos- eligen principalmente partidos y candidatos sobre la base de identidades sociales y lealtades partidistas, no de cuestiones políticas. Así, los votantes no controlan el curso de la política pública, ni siquiera indirectamente. El elector no tiene estructura cognitiva ni disposición para actuar así. No estudia en detalle cada punto de las propuestas. Prefiere dedicarse las cosas como trabajo, familia etc. y acaba escogiendo el candidato con base en emociones dictadas por lealtades sociales. Basamos nuestras decisiones de política sobre lo que somos y no lo que pensamos.
Por eso en la actualidad, nuestra democracia está basada en los grupos de identidad y en los partidos políticos, no en las preferencias de los votantes individuales. La gran mayoría de los ciudadanos prestan poca atención a la política. El individuo, al instante de votar, hace elecciones conscientes entre las varias propuestas presentadas por los candidatos. Para Achen y Bartels, eso es más religión que ciencia. Buscamos los partidos políticos que parecen responder mejor a nuestra cultura, con poca atención al hecho de que sus políticas cumplan nuestros intereses. El problema es que hay tanto ruido en un proceso electoral que se parece más a un sorteo que a un método racional de decisión. Cuando hay la opción de la democracia directa, frecuentemente la mayoría toma la decisión errada: cuando los británicos decidieron salir de la UE (brexit), los mitos xenófobos que encendieron el referéndum de Hungría o Rodrigo Duterte en las elecciones en Filipinas, donde se comparaba con alegría a Hitler.
Los votantes pueden ser caprichosos. Ya que tenemos un electorado mal informado y políticos que contribuyen a la desinformación, hay que intentar desde los partidos políticos que los votantes tengan la sensación de que son representados en lugar de gobernados. Con eso los autores no quieren decir que los votantes sean estúpidos. Lo que sucede es que van a confiar en lo que oyen de las personas que tienen autoridad. El problema estriba en que buena parte de lo que oyen es desorientador, si no es completamente falso. Goethe (1749-1832) tenía razón: El conocimiento no basta, debemos aplicarlo. Desear no es suficiente, debemos hacerlo.
Fuentes:
Democracy for realists: why elections do not produce responsive government
Christopher H. Achen, Larry M. Bartels, Princeton University Press, 19 abr. 2016 - 408 páginas.