A medida que, con muchas dificultades y venciendo todo tipo de resistencias, las mujeres nos hemos abierto camino en el mundo laboral, nuestros avances han generado también todo tipo de anticuerpos que se han ido haciendo cada vez más sofisticados y, por tanto, más difíciles de identificar y combatir.
Es lógico que así sea y no deja de ser una buena señal. Al menos, ahora ya no se puede rechazar la aspiración de igualdad de las mujeres con argumentos que, no hace tanto, aún se podían utilizar, como las responsabilidades familiares o las falsas limitaciones físicas o intelectuales de la naturaleza femenina.
Pero el patriarcado es hábil y encuentra siempre nuevas fórmulas. Una de ellas consiste en derribar la discriminación positiva que incluyen las políticas de igualdad bajo el argumento de implantar un criterio meritocrático puro. Es decir, los mejores puestos para los mejores individuos, sean del género que sean. Suena bien, ¿verdad? Pues, como bien saben muchas mujeres (y muchos hombres), esta argumentación está llena de mitos y trampas.
La meritocracia parece, efectivamente y a primera vista, un criterio justo y equitativo para la distribución de las oportunidades en el mundo laboral. Sin embargo, cuando aplicamos este modelo a la cuestión de la igualdad de género, nos damos cuenta de que la meritocracia no es suficiente para lograr la plena igualdad entre hombres y mujeres. Y esto se debe a que la realidad laboral es muy compleja y está cargada de desigualdades estructurales que perpetúan la discriminación hacia las mujeres.
La desventaja en muchos casos empieza con la construcción de la identidad femenina. Las niñas, aún demasiado a menudo, son educadas para ser más cuidadosas, cuidadoras y adaptables, mientras que los niños son valorados por su liderazgo, competitividad y capacidad para asumir riesgos.
Esta distribución sexista de habilidades y actitudes que todavía persiste en algunos entornos influye directamente en el desarrollo profesional, ya que muchos de los rasgos asociados a la 'meritocracia' —como la confianza en uno mismo, la capacidad de negociación o la ambición de ocupar puestos de poder— pueden resultar más difíciles de fomentar en las mujeres que han crecido con valores sociales que las limitan.
El resultado es una brecha enorme, salarial (las cifras así lo demuestran), pero también muy evidente en cuanto a las oportunidades de crecimiento. Las mujeres, por ejemplo, se ven a menudo relegadas en la asignación de funciones estratégicas o de liderazgo debido a la percepción de que su responsabilidad principal está en la familia o de que no tienen las mismas cualidades de liderazgo que los hombres.
Estos prejuicios sociales terminan convirtiéndose en estereotipos que excluyen a muchas mujeres de ser valoradas estrictamente por sus méritos. Los retrasos en la corresponsabilidad de las tareas familiares constituyen otro factor, ajeno al ámbito laboral pero igualmente importante, que provoca que aún demasiadas mujeres deban hacer frente a una doble jornada: en la empresa y en casa.
Por tanto, se requieren cambios estructurales profundos: desde la educación y la cultura corporativa hasta la legislación sobre conciliación laboral y familiar. Las empresas deben impulsar políticas activas para combatir la discriminación inconsciente, promover la representación de las mujeres en puestos de poder y garantizar que la responsabilidad familiar se comparta de manera equitativa.
La meritocracia, por sí sola, no es suficiente para garantizar la igualdad. Es necesario un enfoque más amplio que considere las desigualdades estructurales, los estereotipos de género y las responsabilidades familiares. Para alcanzar una igualdad real, hace falta un cambio profundo en las dinámicas sociales y laborales que permita a las mujeres competir en igualdad de condiciones, no sólo en términos de capacidades y méritos, sino también en cuanto a las condiciones que influyen en su acceso a las oportunidades.
Acerca de STR:
El Sindicato de Trabajadores (STR) es una organización creada en el año 2003 para defender los intereses de sus afiliados y de todos los trabajadores de los sectores en los que tiene representación. Actualmente, el STR cuenta con más de 6000 afiliados, la mayor parte de ellos en el sector de la química. El Sindicato de Trabajadores es mayoritario en el subsector petroquímico.