Donald Trump


 


 

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos le dio un enorme empujón al ascenso de las derechas extremas en Occidente. Un panorama terrible que hace temer por la democracia, la justicia, la paz y la libertad en esta parte del mundo. En realidad, en todo el mundo dado el potencial militar de los Estados Unidos, un imperio que está en claro declive pero cuyos bandazos pueden destruir la Tierra.


 

Para mejor entender las decisiones que está tomando Donald Trump conviene tener claras dos cosas: la primera se refiere a la propia personalidad del líder estadounidense, la segunda a las características e intereses de las corporaciones que financiaron su campaña y que ahora están dictando sus políticas. Todo eso sin ignorar que el ascenso de Donald Trump a la Casa Blanca tiene lugar en un entorno internacional marcado por el ascenso de las fuerzas de extrema derecha en Occidente.


 

Empezando por esto último llama un poco la atención que desde las tribunas europeas se ponga el foco en los riesgos (ciertos) que para Europa supone la nueva Administración estadounidense y no en la dinámica política propia en la que los totalitarismos, con los consiguientes riesgos para la democracia y la paz, están en ascenso. Unos extremismos que van desde los Urales hasta el Atlántico y que están marcando muchas de las políticas europeas como la guerra en Ucrania, la inmigración, la situación del pueblo palestino en Gaza y Cisjordania, los acuerdos de París sobre el cambio climático, la desigualdad social y territorial y la dependencia energética, entre otros.


 

En relación a Donald Trump se debe tener en cuenta que estamos delante de un neofascista que además es un gran empresario de la hostelería (Trump Organizatión). He ahí su idea de convertir Gaza en un gran “paraíso turístico” sobre los cadáveres del pueblo palestino. Un empresario cuya campaña fue financiada por grandes corporaciones que ahora pugnan por sustituir el capitalismo neoliberal por una especie de feudalismo regido por oligarcas financieros (Wall Street), telemáticos (GAFAM), petroleros (Exxon Mobil), inmobiliarios (Aimco), hosteleros (Trump Organization), fabricantes de armas (Lockheed Martin), a los que habría que añadir lobbies israelíes (AIPAC) y religiosos (Iglesia Episcopaliana). Todos ellos con una enorme capacidad de presión sobre el poder legislativo y que ahora dictan la política estadounidense desde los despachos de la Casa Blanca para lo cual colocaron personal propio en cada departamento ministerial. Unos dictados de los oligarcas que parten de principios como el de que “la alta tecnología funciona el triple de rápido que las empresas normales. Las administraciones públicas funcionan el triple de lento que las empresas normales. Así que nuestro ritmo es nueve veces mayor que el del estado...por eso lo que nos interesa es asegurarnos de que los gobiernos no nos estorben ni retarden las cosas” (Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google).


 

Occidente está sufriendo una enorme crisis política y social que hace temblar los cimientos de unas democracias duramente conquistadas. Las fuerzas oscuras están en ascenso y van a por las libertades, la democracia, la igualdad y la paz en Occidente. No estamos ante una batalla entre derechas e izquierdas sino entre demócratas y neofascistas. Una batalla política en la que, desgraciadamente, algunas derechas que se decían democráticas se alían ahora con los neofascistas (en España tenemos el caso de un PP aliado con Vox).

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