La conocida como Ley Cambó (Ley de desecación de lagunas, marismas y terrenos pantanosos, de 24 de julio de 1918) permitió desecar la laguna de Antela cuarenta años después de su entrada en vigor. Realmente, los intentos de desecación venían ya de la época romana cuando se construyeron canalizaciones que evacuaran toda la masa de agua. En la Edad Media hubo más intentos pero entre los siglos XVIII y XX se intensificaron las obras de drenaje. No fue hasta 1958 que las obras de canalización pudieron desviar las aguas al río Limia dejando al descubierto el fondo lacustre. Así se podría empezar el saneamiento y la colonización del lugar para el aprovechamiento agrario. Sin embargo, y a pesar de que el cultivo de cereal y patata ocupa buena parte de los terrenos actuales, así como una escasa ganadería intensiva, algunas voces declaran que el potencial económico que genera hoy en día este espacio no es nada comparable al que se podría obtener de conservarse íntegramente la laguna. Se cree que el potencial biológico y su atractivo turístico podrían haber sido dos grandes pilares de la economía de la zona.
DESECACIÓN
El principal argumento para el vaciado de la laguna era aprovechar la superficie desecada para la agricultura. Así, los 42 km2 máximos a los que llegaba la superficie cubierta por el agua en época de lluvias (2.500 has) pasaron a ser terreno de cultivo. Patata y cereal han sido desde entonces las principales vías de ingresos para los y las agricultoras de la zona. Sin embargo, el terreno que quedó al descubierto no era una zona muy rica en nutrientes para el cultivo.
Los intentos de canalización y desecación fueron numerosos, incluso con intereses extranjeros de por medio (industriales ingleses afincados en Galicia querían quedarse con los terrenos para su posterior explotación). El proyecto final, materializado a partir de 1956 ya se había presentando al mismísimo Franco por parte de miembros de la Falange local. En ese año se abrió la principal canalización que condujo el agua hasta el río Limia, este era un canal de gran profundidad y anchura que obligó a construir puentes para la comunicación entre ambas orillas al verse cortadas las antiguas carreteras y caminos.
Las consecuencias sobre el medio ambiente han supuesto, según Serafín González, de la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN) la extinción de diez especies de aves nidificadoras en este lugar. También especies vegetales han visto mermada su presencia y la extinción de algunas. Y es que una vez desecado el terreno, los bosques de ribera y los setos naturales que dividían fincas de alrededor desaparecieron. Esto como consecuencia de la concentración parcelaria que se efectuó posteriormente a la desecación.
CONSECUENCIAS
El daño medioambiental se tradujo en varias consecuencias que se han descrito tanto en algunos documentos como el libro Antela, a memoria asolagada (1997), Aves da Limia (2017) del que es coautor Serafín González y del trabajo La desecación de la laguna de Antela, cuyos autores son Manuel Fernández Soto, Aladino Fernández García, Gaspar Fernández Cuesta y José Ramón Fernández Prieto de la Universidad de Oviedo.
El primer gran daño se pudo ver en la escorrentía que erosionaba el fondo de la laguna que en algunos lugares llegaba a los 0.50 metros de profundidad y en otros a los 2 metros. “En verano era frecuente que quedasen espacios secos con hierba que eran aprovechados para el ganado” dice Manuel González del Movemento Ecoloxista da Limia (MEL).
La acción del gran canal abierto en el área hasta el río Limia supuso la erosión del fondo con lo que materiales nutrientes del suelo fueron arrastrados por la corriente de agua. La quema y corta de árboles, bosques y setos eliminó la protección ante el viento. Esto acelera los procesos de evaporación de las reservas de agua que quedaban para el regadío. Por otra parte, el fondo de la laguna no era sólido, no era suelo firme, con lo que se preveía que este se hundiese con el paso del tiempo. Y así lo hizo, bajando a cotas de entre 20 y 35 centímetros, muy superiores a las calculadas en un principio.
La escorrentía se llevó todos los materiales orgánicos que podrían haber alimentado el suelo convirtiendo este espacio en un lugar árido durante el verano. Otro efecto es la liberación de carbono. La laguna era un sumidero de CO2 pero con la retirada del agua este gas se liberó a la atmósfera. Actualmente, sobre todo en verano, el suelo no es capaz de retener agua con lo que el consumo de este líquido para la producción agropecuaria en el entorno deja muy drenados los ríos de la zona. El espacio se convierte en un “secarral”.
La SGHN ha recuperado unas 20 has de las 2.500 que formaban la laguna. Con un acuerdo de custodia del terreno con un ganadero de la zona, se consiguió liberar de basura este espacio. En él, después de la concentración parcelaria los propietarios vertieron piedras y tocones de las antiguas lindes además de llevarse tierra vegetal para cubrir los espacios vacíos que había en las tierras desecadas. Actualmente el lugar se inunda con las lluvias del invierno y sirve de pasto para el ganadero. La retención de agua se consiguió con la creación de muros construidos con las antiguas piedras depositadas por los agricultores.
La conclusión general es que la desecación no supuso ningún avance en cuanto rendimiento agrario o ganadero. Sí existen extensiones de cereal y patata pero son espacios que demandan grandes cantidades de agua en verano con el perjuicio a los ríos aledaños. Se estima que de conservarse, la laguna como patrimonio natural supondría mayores beneficios en la actualidad que los obtenidos de la explotación agraria.