Vargas Llosa dijo una vez que Colombia, en la victoria de Gustavo Petro, había “votado mal”. No tengo un Nobel como él ni me atrevo a diseccionar sus palabras, pero puedo entender que en el altiplano andino, como aquí, votar mal significa votar a aquello contrario a lo que tú quieres que se vote. Si es así, Estados Unidos ha votado mal este martes. Más bien, ha elegido mal. Entre un blanco y un mestizo, Estados Unidos eligió al blanco. Entre un conservador y un progresista, Estados Unidos eligió al conservador. Entre lo malo conocido y lo bueno por conocer, Estados Unidos eligió lo malo conocido. Entre un violador y una mujer, Estados Unidos eligió al violador. Entre el ‘Me Too’ y el ‘They’re eating the dogs’, Estados Unidos se comió la historia del perro salchicha, por cuatro años más.
¿Sabe votar la gente? Pues mira, chico, no lo sé. Históricamente se ha votado siempre al tontico o al payaso como delegado de la clase. Me queda la duda de saber cuál de los dos era yo, elegido y reelegido para dirigir a mis semejantes en la ESO. Lo que sí sé es que Estados Unidos es un país que da miedo. Ya no es por los más de medio centenar de tiroteos registrados en colegios en lo que va de 2024, ni por todos los muertos que deja el fentanilo -más de 70.000 solo en 2022, sin poder calcular el número de adictos-, ni por la cantidad de personas que se arruina porque la lotería de la vida los ha premiado con un cáncer en un país sin seguridad social, ni por los terraplanistas que allí habitan, ni siquiera por el hecho de que frían todo con mantequilla.
Me asusta porque al tipo que alentó a las masas a tomar el Capitolio, al que pretende levantar, de nuevo, un muro para aislar a Estados Unidos en sus pretensiones de racistas, al agresor sexual y extorsionador del “Grab them by the pussy”, al delincuente convicto condenado por un jurado popular por 34 delitos, al que saqueó la Casa Blanca llevándose de allí cuantos documentos oficiales y secretos pudo a su casa de Florida, a ese cutre supervillano de tebeo con su minion Elon Musk, le han vuelto a dar los códigos nucleares. A partir de enero, de ese tipo puede depender que el próximo petardo que cruce el cielo en Oriente Próximo lleve la firma de Oppenheimer.
Ahora, las dudas de qué podría pasar son las que me agitan. Si estamos más cerca, como dicen, de la III Guerra Mundial, si regresarán los sudistas en una nueva Guerra Civil (¿o guerra racial?), si mañana se disolverá la OTAN, si encarcelarán en algún momento al presidente electo de USA… Tengo muchas dudas y pocas certezas porque, hace ocho años, también iban a pasar muchas cosas, pero al final no pasó nada. Pasó una pandemia y muchas otras eventualidades que me cambiaron la vida de una manera que ni recuerdo, pero que se escapaban totalmente a mi control y, por fortuna, al de Trump. Habrá días de pena y de alegría, pero el sol saldrá por el este como ayer. No sé qué esperar de la gente, del mundo y de mi futuro. Tal vez no deba esperar nada y aceptar las cosas como vengan. Es lo bueno de irse a dormir sin saber cuál es el resultado de las elecciones, que te despiertas y, para bien o para mal, te sorprendes. La seguridad es algo volátil. Es mejor creer que hay un Dios, solo un poquito y no todos los días. Así será más fácil tener certezas, ya que todo responde a un plan divino. Eso sí: tengo la seguridad de que el pueblo, ante una segunda venida de Cristo, volvería a votar a Barrabás.