Resulta que el CIS, ese organismo que hace predicciones locas basadas en la opinión de unos cuantos encuestados, reveló que la mayor preocupación de los españoles es la inmigración. Y resulta que, por una vez, nadie pone en duda al CIS y nos creemos a pies juntillas que sí, que efectivamente los forasteros son el tema que quita el sueño patrio. Es raro que en un país que tiene un problema estructural con el precio de los alquileres, que vive con la calculadora en la mano para poder hacer la compra y llegar a fin de mes o que tiene unas listas de espera interminables en la sanidad pública encuentre en su vecino Wilfred José o en su compañero de trabajo Hassam Ali a los responsables de su insomnio. Porque cuando hablamos de migrantes no pensamos en los Hans o Filippo que eligen Mallorca o la Costa del Sol para disfrutar de su jubilación, sino en los que nos sirven los kebabs, pasean a nuestros abuelos o recogen los tomates que llegan a nuestra mesa.
 

Seré yo el raro, pero mis preocupaciones son otras. Me preocupa que haya países en África que sufren crisis climáticas que oscilan desde las sequías más severas hasta las inundaciones más destructivas. Me preocupa que haya gente que se vea obligada a abandonar su casa porque el hambre, la miseria o la enfermedad les empuja a dirigirse hacia lo desconocido. Me preocupa que haya niños y mujeres cruzando el desierto a pie, día y noche, durante semanas, sometidos a las condiciones más extremas. Me preocupa que las mafias se aprovechen de esos peregrinos y que los saqueen con la promesa de un futuro como el de los europeos. Me preocupa que la inacción y el pasotismo en Gaza, en Libia o en Siria pueda provocar una nueva crisis migratoria a la que sólo ahora nos estamos asomando discretamente. Me preocupa que alguien pueda encontrar más seguro el mar que la tierra y se lancen al agua en chatarras flotantes en el mejor de los casos. Me preocupa que cada día salga un titular en el que digan que han muerto ahogadas 10, 15, 20 o 50 personas que viajaban a bordo de un cayuco. Me preocupa que el Mediterráneo sea el cementerio más grande del planeta y hagamos como si no.

 

También me preocupa esta suerte de amnesia colectiva que nos hace olvidar nuestro pasado. Nuestro pasado migrante, para más inri. Porque todos tenemos una abuela, un tío, una bisabuela o un padre que cruzó el Atlántico, que hizo fortuna en Suiza o que se instaló en Alemania, no siempre con la seguridad de tener un empleo al llegar a su destino y la mayoría de las veces viajando como polizón. Y es raro no encontrarse con alguien con un primo, un vecino o amigo que se ha marchado a Inglaterra de camarero, a Estados Unidos de albañil o a estudiar a Madrid. Porque también la fuerza gravitacional de las grandes ciudades atrae a los cuerpos de la España vaciada, convirtiéndola en un secarral que, paradójicamente, solo los migrantes pueden reanimar. 

 

La inmigración ha pasado de prácticamente cerrar el TOP-10 de las preocupaciones en mayo a escalar hasta la cima este otoño. A ello habrán contribuido los discursos de odio que alimentan las redes sociales y muchos telediarios, relacionando -sin base alguna- las violaciones o asesinatos con el color de la piel o la religión del agresor. Me resisto a creer que haya tanta gente que se crea todas esas falsedades, pero veo el número de votos que tuvo ‘Se acabó la fiesta’ el pasado junio y se me pasa la tontería. No encuentro razones para creer que los migrantes son un mal que hay que atajar en este país, y más cuando los encuestados, aquellos que dicen que la inmigración es un problema y la asocia con conceptos negativos, luego dicen que sus experiencias con personas migrantes han sido mayoritariamente positivas. 

 

¿En qué quedamos? ¿Por qué es una preocupación un asunto que el Congreso de los Diputados deja a un lado el día que iba a tratarse para hablar, como no, de ETA, organización que se disolvió hace ya más de una década, y exhibiendo las fotos de las víctimas, que piden que no se las instrumentalice como hizo el señor Tellado? ¿Podemos celebrar un gol de Nico o Lamine al tiempo que pedimos que deporten a sus padres? ¿Cuántos de aquí quieren ser kellys, tener sueldo de kelly y limpiar la basura doblando el espinazo desde el amanecer hasta el anochecer como una kelly? ¿Preguntará el CIS de octubre si debe haber fuentes públicas para españoles y fuentes para “otros”? ¿Serán de verdad los migrantes los que impiden que mi sobrino y sus compañeros de clase no hablen papa de gallego, tal y como deslizan desde la Xunta? ¿Cuántos centros para MENAs se podrían construir con el dinero que le dio el emérito a Bárbara Rey? Vaya hombre, ahora me asaltan las preguntas y las preocupaciones. Pero los migrantes siguen sin ser una de ellas.  


 

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