Faltan 15 minutos para el final del partido y el Barcelona gana 0-3. El balón queda rebotado en el área grande y el 10 blaugrana conecta un potente zapatazo con el exterior del pie. El estadio entero se funde en un sonoro “¡Uy!” por la intervención felina de Sivera que evita otro gol visitante. Entre lamentos culés y aplausos babazorros, Ansu Fati suspira por la ocasión perdida para sentirse, de nuevo, ídolo del Barça. Ansu, el Lamine Yamal antes de Lamine Yamal, trata de reencontrarse como futbolista, aunque solo tiene 21 años, y deshacerse de la etiqueta de juguete roto. Porque las lesiones parecen haber truncado la carrera del delantero llamado a marcar una época -incluso se dijo que remplazaría a Messi. ¡A MESSI!- desde que empezó a romperla recién salido de La Masia. Y la culpa puede estar en el infortunio, en las prisas, en los malos consejos, o en un calendario que obliga a un muchacho a jugar miércoles y domingo desde los 16 años. 

 

El Barça, por necesidad o por virtud, depositó su futuro en las botas de Ansu Fati cuando era solo un adolescente. El niño que debutó con España siendo un adolescente o que se convirtió en el más joven en anotar con la zamarra barcelonista o en la Champions League cargaba con las ilusiones de los miles de aficionados del Barça, que veían en su cara aniñada un porvenir deslumbrante. Tal vez ese peso excesivo fue el que tronchó las piernas todavía por desarrollar del hispano-guineano, que empezó a aquejarse de lesiones musculares y entró en una deriva que le impidieron rendir al nivel esperado y progresar adecuadamente. Meses en el dique seco, recaídas, reapariciones fugaces y una cesión con más luces que sombras a la Premier nos han traído hasta este momento, en el que Fati se encuentra con el cuero botando en el área de Mendizorroza.

 

Es imposible saber si Ansu Fati se asomará al nivel de los vaticinios, esos que ahora dibujan el rostro de su compañero Lamine, el nuevo Ansu, en las estrellas. Tampoco si Gavi será -cuando termine de recuperarse- el pitbull que perseguía el esférico de área a área, ni si Araujo reaparecerá con la fortaleza que se le presupone al charrúa, ni si Ter Stegen tendrá el impulso en el salto que caracteriza al germano, ni si Marc Bernal llegará a ser el timón que Flick veía en él… Ni siquiera sabemos si Dani Carvajal, el último en caer en combate, volverá a vestirse de corto. Esto va por barrios y todos ellos han visto la cara más amarga del fútbol en una lista a la que también podemos incorporar a Rodri, a Hamari Traoré o Joan Martínez, otro muchacho que no tiene edad para afeitarse pero sí para enfundarse la elástica del Real Madrid y pasar por el quirófano. 

 

Sería lógico pensar que la mala suerte ha jugado un papel fundamental en todo esto, y así es, pero también el hecho de que Carvajal, que alzó la Eurocopa el 14 julio, estaba levantando la Supercopa de Europa el 14 de agosto con la camiseta empapada en sudor. Menos de un mes para hacer el paréntesis entre una temporada y otra para un futbolista de 32 años que el año pasado jugó cerca de medio centenar de partidos. Difícil no relacionar esta fatiga, cuando juegas dos veces por semana, con una lesión que puede retirarte. 


Porque el calendario es cada vez más incomprensible. Las temporadas se entrecruzan unas con otras y ya no da tiempo ni a saborear los títulos. Todo va muy acelerado y hace falta facturar más y más para pagar los sueldos de los millonarios que nos entretienen durante 90 minutos. Porque ahora hay fútbol de lunes a domingo, y ya aburre. Ni siquiera el aficionado tiene tiempo para el descanso. ¿Cómo explicar entonces que la Jornada 7 de La Liga empezase antes de que terminase la Jornada 3 y que la Jornada 6 empezase más tarde que la 7 pero acabase antes? Solo una mente privilegiada como la de Javier Tebas puede obligarme a hacer semejante circunloquio. 

 

No nos podemos aburrir, y ya aburre tanto entretenimiento: cuando para La Liga vienen las selecciones, y luego Europa, y después la Supercopa de Arabia, y la Copa, y cuando no hay Champions es Europa League o Conference, y luego un Mundial de Clubes que todavía no ha visto nadie pero que promete revolucionar un deporte que no necesita revoluciones, sino volver a la esencia, a lo más primario, a los estadios llenos y los transistores para seguir los partidos simultáneos. Rodri proponía -antes de romperse el cruzado- una huelga para evitar esta saturación de partidos. No lo veo mal, porque alguien tiene que plantarse y deben ser los obreros del gol. Claro que si hay huelga, también tiene que haber recortes, empezando por los indecentes salarios de los contratos que firman. 

 

Y, ya puestos, ¿por qué la huelga no puede ser en la grada? Al fin y al cabo, somos los aficionados los perjudicados y los más desencantados con este asunto. Las nuevas generaciones pasan, y lo entiendo, porque nadie puede aficionarse a un deporte en el que la camiseta del equipo al que amas vale 120 euros. Porque verlo por la tele cuesta 200 euros al mes y te obligan a contratar también una línea de móvil y el paquete de las series turcas. No queda más remedio que comprarle la camiseta a un mantero y ver un paupérrimo Real Valladolid vs Leganés en un canal trucho con los comentarios del locutor de Al Jazeera mientras el presidente de esta nuestra Liga amenaza con llevar a los “piratas” ante la Justicia. Premiarnos es lo que tendrían que hacer a los que se presentan en el Alfonso Pérez un lunes de noviembre a las diez de la noche -aquel que puede, porque no todos pueden pagar una entrada o un abono al precio al que se publicitan-. Vaciar los estadios, apagar los televisores y dar la espalda al fútbol moderno, el último grito de libertad al que podemos agarrarnos estos corsarios mal llamadas hinchas. 
 

Ni hay precios populares, ni hay horarios para que la gente pueda ir al estadio, ni fútbol en abierto, ni futuro para este deporte que se ha fagocitado a sí mismo y que ahora, en busca de más recursos, saca más tartas del horno para repartir porciones entre unos pocos equipos mientras los aficionados estamos caninos, pero de fútbol, no de un negocio que deriva hacia su autodestrucción sepultado sobre billetes y torneos que nadie verá nunca. Hasta que eso pase, que Lamine juegue cada semana hasta que una entrada criminal lo saque en camilla del verde o hasta que en una cabalgada su cuerpo le diga que ya no puede más. Será en ese momento en el que nos echemos las manos a la cabeza, porque entonces Lamine Yamal será, esta vez sí que sí, el nuevo Ansu Fati. Y ya sabemos cómo sigue esa historia…


 

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