“No quiero irme. No quiero. Yo quería morir en mi casa. Se lo ruego por Dios”. La que ruega es Blanca, de 78 años, desahuciada hace unos días de su piso por una deuda que data de 2017 y que no superaba los 90 euros, pero por la que una sentencia la obligó a abandonar su hogar, ese a la que llegó, como rememoraba, de blanco, como tienen que ser los vestidos de novia. Los que escuchamos somos nosotros, los indecisos, los que, con una papeleta en la mano y ante la urna, dudamos de si nuestro voto valdrá para algo o no. Porque, ante casos como el de Blanca, solo cabe preguntarse, para qué sirve un político, si ni el Ayuntamiento de Barcelona pudo hacer nada para impedir que la anciana fuese expulsada de su casa por la fuerza. Para qué coño sirve nada.
Galicia se encamina hacia unas elecciones con un resultado hoy incierto. Muchos pronostican un cambio; muchos otros una continuidad. Nadie aventura que mañana Blanca podríamos ser cualquiera de nosotros. El precio de los alquileres sorprende cada día con un máximo histórico, acompañado de un precio de la luz del que no existe antecedente comparable, una plusmarca en la cesta de la compra o una cifra sin precedentes en el combustible. Todo cuesta cada día más y más, pero parece que pagamos los de siempre, los desvalidos y desamparados como Blanca, no así los Botín o Escotet, que vienen de celebrar beneficios millonarios, estos también, de récord.
Los aplausos en el parqué de la bolsa de Madrid o en el hemiciclo ahogan el llanto de las miles de familias que no pueden llegar a fin de mes, de los que aguardan durante años por una llamada para poder operarse, de los que emigran, obligados, en busca de un futuro de algún tipo, el que sea. Vivimos en un estado de bienestar donde parece que solo preocupa el bienestar de unos pocos. Porque de nada sirve que se impulsen leyes como la de la vivienda si luego las comunidades no las aplican o si los debates siguen girando en torno a qué es o qué no es terrorismo en lugar de hablar de educación (igualdad, violaciones grupales...), de medioambiente (sequías, contaminación...) o de salud mental (soledad, suicidios...).
Seguro que hay asuntos más importantes que el de Blanca. Seguro. Pero no se me ocurren. No se me ocurren motivos por los que las administraciones públicas no puedan evitar esta clase de episodios se repitan sin que llenen ya las portadas al haberse convertido en un asunto habitual. Todos los partidos que no tengan esta cuestión como un elemento prioritario de su programa no merecen, a mi juicio, ni un solo minuto de reflexión.
Es posible que ante esto alguno se sienta tentado de quedarse en casa el 18 de febrero. Lo mejor es que esa frustración que sienten como yo la vuelquen con votos, llenando las urnas, demandando al próximo gobierno de la Xunta viviendas dignas, salarios dignos y vidas dignas para todos y todas. Y que demuestren, de una vez por todas, para qué rayos sirve un político. Hasta ahora no lo han demostrado. Pocos cajeros se queman, os lo juro.